Reportajes y Especiales

“Aferrados a Dios y José Gregorio Hernández”

15 de enero de 2021

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Norma Pérez M.


Dayana Nataly Prato Valderrama nació en Caracas, pero desde muy pequeña vive en Rubio. Actualmente habita con sus padres, un hermano y su hijo, Kendrick Darian. Es licenciada en Enfermería, profesión que ejerce desde hace ocho años, primero en el Hospital Central de San Cristóbal y desde hace un año en el Hospital “Padre Justo”, de Rubio. Allí, en su sitio de trabajo, se contagió de covid-19. Unos días después vio enfermar a los demás miembros de su familia.

Recuerda que desde el inicio de la pandemia, se abrió en el centro de salud un circuito covid-19,  el cual se amplió en el mes de septiembre. A ella le correspondía cubrir este sector, una vez a la semana o cada diez días, para brindar atención a los pacientes, que eran pocos.

Cuando llegó Unicef, y con el respaldo de Médicos Sin Fronteras, se acondicionó un nuevo espacio, esta vez con catorce camas. Al igual que el resto del personal del Hospital, debió cubrir esa área; solo están exentos quienes laboran en pabellón.

Con el incremento de los casos y debido a la falta de personal por diversas causas, los turnos se hicieron más frecuentes, esta vez cada cuatro o cinco días. En una oportunidad acudió al Hospital Central a hacer una diligencia para un familiar, pero tenía dolor de cabeza, fatiga y malestar general. Le realizaron una radiografía de tórax y los resultados arrojaron un foco de infección a nivel pulmonar. “Me indicaron que debía aislarme, porque era un posible caso de covid-19”.

A pesar de estar protegida con los equipos de bioseguridad adecuados, contrajo el virus. “En ese momento se me vino el mundo encima, porque vivo con mis papás, que son adultos mayores, y con mi niño de apenas tres años de edad. No sentí tanto miedo por mí, sino por mi familia, que es el temor que siente todo el personal de salud. Llamé a mi hermana y le pedí que se llevara a mi hijo, para resguardarlo”.

Multiplicado por cuatro

El 21 de noviembre quedó grabado para siempre en la memoria de Dayana Prato. Un día de ese año singular que debió padecer el mundo entero. Comenzó el aislamiento en su habitación; su mamá le llevaba los alimentos, y cumplían todas las medidas de prevención.

A pesar de las precauciones, a los diez días su papá empezó a presentar los síntomas, después su mamá y también su hermano.

“Mis padres y mi hermano tenían fiebre, tos, malestar; los llevé a consulta y determinaron que tenían covid-19. Nos mandaron a aislarnos y a tomar el tratamiento con antibióticos, pero mi hermano se complicó y debió ser hospitalizado por presentar problemas respiratorios”.

Con todos los miembros de su familia enfermos, a pesar de su condición, asumió la responsabilidad de atenderlos, darles el tratamiento y demás cuidados médicos, para lo que utilizó sus conocimientos de profesional de la enfermería.

Hacía las labores del hogar, preparaba los alimentos y se encargaba de la limpieza. “Por más que se tenga precaución y cuidado, este es un virus muy contagioso”.

También tuvo que costear los medicamentos de todos; cuando su hermano fue hospitalizado debió adquirir numerosas medicinas. Para poder comprarlas pidió  préstamos de dinero a diferentes personas y así no le faltaran. “El tratamiento es muy caro y no se puede suspender. Aquí era multiplicado por cuatro”.

“Sentí temor y una gran culpa porque yo fui la que contagió a mi familia, traje el virus a la casa. A pesar de que me aislé, los contagié. Desde que inició la pandemia, llegaba y pasaba directamente al solar, allí me bañaba, cambiaba de ropa y después era que entraba. Ahora que me reincorporé a trabajar, también lo hago de esa manera”.

Los síntomas fueron diferentes en cada uno de los integrantes de la familia Prato, y también variaron en cuanto a intensidad: “Siempre hubo miedo a morir, pero lo más difícil fue superar la depresión que embarga, al vernos solos, aislados, enfermos, alejados de nuestros seres queridos. Pensé que no iba a tener cerca a mi hijo y esa fue una situación terrible”.

Hasta ahora, cuando todos están restablecidos, es que Kendrick pudo volver a reunirse con su mamá; una gran alegría en medio de tantos momentos de tristeza por la separación.

Dayana Prato se reintegró al hospital a los veintiún días de haber superado el covid-19. Le quedan algunas secuelas, pero dice que son soportables. Siente recelo porque sabe que puede volver a contraer el virus. Uno de los factores es que existe insuficiencia de personal en el centro asistencial.

“Hay una enorme falta de personal médico y de enfermería, y los pocos que quedamos estamos agotados, no solo es cansancio físico, sino también mental. Trabajamos por vocación y con la convicción de que debemos atender y hacer sentir lo mejor que se pueda al paciente”.

Considera que el personal de salud sufre de cierto rechazo y discriminación por parte de algunas personas, que cuando los ve uniformados piensan que pueden propagar el virus; pero afirma que durante su enfermedad contó con apoyo de sus vecinos y de los miembros del Consejo Comunal, que se ofrecieron a hacerles las compras que necesitara.

“Las personas deben tener una verdadera conciencia. Actualmente, en el municipio Junín, los casos se incrementaron mucho en el mes de enero. Hay que hacer un buen uso de la mascarilla, tapar boca y nariz, usarla y lavarla o descartarla; cumplir con el distanciamiento, lavarse las manos. Cuidar a los padres y a los abuelos que esperan en las casas. Que sea una sola persona la que salga a realizar las compras y tome todas las precauciones al llegar al hogar”.

En esos días de angustia e incertidumbre, pusieron toda su fe en Dios y en el doctor José Gregorio Hernández. Así fue como por medio de la oración pudieron vislumbrar una luz de esperanza en la oscuridad:

“Mi familia y yo nos aferramos a Dios. Nuestras oraciones son para Él y para el doctor José Gregorio Hernández, de quien somos devotos. Eso nos mantuvo de pie, con la esperanza de superar esta enfermedad tan dura y que genera tanta tristeza porque nos aleja de las personas que más queremos. Y esa oración que hicimos durante los días de enfermedad, ahora la fortalecemos al rezar el rosario en familia. Siempre nos encomendamos a Dios y pedimos por la salud de los enfermos, para que el sufrimiento de mucha gente termine pronto, y vuelva todo a la normalidad”.

Nuevamente, Dayana Prato se encuentra en primera línea de atención a pacientes con covid-19. De ella no solo reciben asistencia médica, sino los cuidados y el gesto amable de quien conoce muy de cerca su padecimiento.

Norma Pérez

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