Reportajes y Especiales

Bajo el cobijo del arrullo de Dios

6 de agosto de 2021

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Norma Pérez M.


La casa de Asdrúbal Millán en La Grita tiene la forma de una cruz. En su interior hay un oratorio, espacio destinado para agradecer o reconfortar el alma en momentos de tribulación. Desde allí se elevan las plegarias a la Virgen de Los Ángeles y al Santo Cristo de rostro sereno.

Este carupanero que hace 48 años llegó para quedarse en la Ciudad del Espíritu Santo, formó una familia y bautizó el techo que le cobija con el nombre de “El Arrullo de Dios”.

Una muestra de su profunda devoción y una vida dedicada a servir a la iglesia y a sus semejantes.

Del mar a la montaña

En septiembre de 1973, Asdrúbal José Millán González comenzó a trabajar como docente en el liceo militar Jáuregui. Iba a hacer una prueba por una semana, pero el hombre que nació cerca del mar, cautivado por el paisaje, el clima y el apacible pueblo de montaña, tomó la decisión de quedarse.

Asdrúbal Millán es miembro de la Cofradía del Santo Cristo.

Los primeros días se alojó en un hotel que limitaba con la Basílica del Espíritu Santo. Empezó a visitar el templo, y a adentrarse en la historia del Cristo redentor que tallaron los frailes franciscanos en 1610.

Tenía cinco meses como docente cuando salió de excursión con unos alumnos y uno de los jóvenes sufrió un percance que pudo costarle la vida:

“Estábamos en un pozo, el muchacho se subió a una piedra, resbaló y cayó de cabeza por una pendiente, En ese momento, cuando lo vi caer, exclamé ¡Santo Cristo!, corrimos hasta donde había caído, que era un lugar bastante profundo, y milagrosamente no le pasó nada grave, apenas un golpe en una pierna. Ese fue mi primer impacto con el Santo Cristo de La Grita y allí se reforzó mi devoción por él”.

Al poco tiempo de estar en el Táchira, ya formaba parte del Club de Leones; uno de los miembros era monseñor Raúl Méndez Moncada, quien también era capellán del Liceo Militar y párroco rector de la Basílica. De esta manera comenzó su vinculación con la iglesia.

En 1995, monseñor Luis Abad Buitrago era el párroco rector y el vicario, el presbítero Renato Cortés Santiago. Al observar estos sacerdotes el fervor creciente de la feligresía, tuvieron la iniciativa de crear la Cofradía del Santo Cristo, de la cual Asdrúbal Millán es miembro fundador.

“Ingresé a la Cofradía como fundador; la primera reunión se realizó el 24 de junio de 1995, asistieron alrededor de 500 personas. A partir de ese momento la iglesia comenzó a contar con laicos para dar mayor empuje a la celebración”.

Al día siguiente del encuentro, se escogió como vestimenta una toga distintiva, se diseñó un carnet, se organizó “La caminata de la fe”, desde la capilla de Tadea hasta la Basílica y se acordó realizar una vigilia la víspera del 6 de agosto con oraciones y cánticos.

En tres ocasiones ocupó el cargo de coordinador de la Cofradía y su esposa ha sido coordinadora una vez: “Mi esposa Isabel Contreras y yo compartimos esta actividad. Los cofrades deben ser personas de iglesia, cristianos de fe, comprometidos con la familia, con valores sólidos, porque son ejemplo para la comunidad. Actualmente contamos con 166 integrantes”.

Desde esta tribuna también contribuyó a impulsar la construcción del Santuario Diocesano, que cada año recibe a un pueblo fervoroso unido en alabanza y oración.

Aferrados al Santo Cristo

Por su actividad en las aulas como formador de cientos de niños y jóvenes, así como por su cooperación con la iglesia de Los Ángeles y la Basílica del Espíritu Santo, Asdrúbal Millán es una persona muy apreciada en el municipio Jáuregui.

Desde hace 54 años trabaja como docente, de los cuales 48 los ha dedicado a enseñar en La Grita. Actualmente se desempeña como profesor en el colegio “Santa Rosa de Lima” y en el Santuario, donde dicta asignaturas del curso propedéutico a los seminaristas.

En esta ciudad andina constituyó una familia con Ilia Isabel Contreras; allí nacieron sus seis hijos, motivo de felicidad para ellos, pero también de preocupación, cuando debió enfrentar una difícil circunstancia de salud:

“Mi hijo menor, Javier Ignacio, sufrió un accidente cerebrovascular a la edad de diez años, algo inusual en un niño y muy fuerte para nosotros. En ese momento perdió el habla y no podía caminar. Siempre he sido un hombre de fe. Mi esposa y yo nos aferramos al Santo Cristo. Y el niño fue saliendo adelante, solo quedaron algunas secuelas. A la fecha tiene 30 años, estudió una carrera universitaria y hace su vida normal”.

Javier Ignacio practica el ciclismo y actualmente forma parte del grupo “Reto Ciclístico”, cuyos integrantes efectúan un recorrido deportivo, turístico y religioso por la geografía nacional. Se trasladan hacia diferentes ciudades del país y viajan en bicicleta hasta La Grita. “En una ocasión realizaron la trayectoria desde Puerto Ordaz, los acompañé como parte del equipo de logística”, recuerda el padre orgulloso de su hijo y agradecido con el Cristo de los Milagros.

Manifestación de fe

A causa de la pandemia que desató el covid-19, los templos debieron cerrar sus puertas a los feligreses. Pero el fervor religioso y las manifestaciones de fe siguieron presentes.

“Cuando empezó la pandemia fue muy complicado. Desde el aspecto espiritual fue una situación muy difícil no acercarme a la iglesia, pero había que adaptarse y así lo pude superar”.

En su memoria, están grabados instantes que demuestran el amor del pueblo por el Santo Cristo, depositario de sus peticiones, soporte de sus penas y motivo de sus alegrías.

“Vemos gente que demuestra su fervor de muchas maneras: algunos lloran, otros se postran, van de rodillas; cada uno de ellos sabe qué milagros les hizo el Cristo. Cuando el día central era en la Basílica, había muchas personas del pueblo que llegaban a pagar sus promesas. Los peregrinos, que caminan grandes distancias a manera de sacrificio. Todos lo hacen a su manera”.

Considera que en estos tiempos donde se ha venido arrastrando por varios años una crisis en el país, la gente recurre a la búsqueda de Dios y eso se ha incrementado.

“Creció el turismo religioso. Muchos estudiantes universitarios se incorporaron a participar y peregrinaban hasta La Grita; así se sumó la juventud. Conseguíamos personas que en la carretera hacían tramos de rodillas, o se paraban y rezaban un rosario para después seguir; esas acciones motivan y contagian. Cada año ha ido creciendo y así lo vemos cuando, antes de la pandemia, se colmaba de asistentes el Santuario Diocesano”.

Su mensaje para los venezolanos: “Dios le regaló a Venezuela un gran pueblo. La Grita es una ciudad de trabajo, de fe, con muchos recursos y bellezas naturales. Abundante agua, tierra fértil. Debemos dedicarnos a trabajar donde Dios nos puso; como decía el Papa Juan Pablo II: Lo que usted haga, hágalo como una obra de arte y donde Dios lo ponga, florezca. Hágalo bien. Si hacemos lo que nos corresponde con caridad, alegría y entusiasmo, salimos adelante”.

Asdrúbal Millán habla con su ejemplo de hombre religioso, de sólidos valores morales y espirituales; con la fe puesta en la imagen sagrada. objeto de su veneración:

“El Santo Cristo es la imagen de Dios misericordioso. Es el Cristo de rostro sereno, yaciente. Que acaba de morir, pero con paz y serenidad. Transmite paz y serenidad ante el dolor y la muerte”. A sus pies, con amor, este tachirense de corazón y devoción.

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