Reportajes y Especiales

“Con la costura y la venta de hielo hacemos algo para el sustento diario”

24 de abril de 2021

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Raúl Márquez


Tiene 60 años de edad, y lo que le depositan mensualmente, por concepto de bono de vejez, solo le alcanza para dos huevos y medio, o para casi medio kilo de harina. “No alcanza para nada, prácticamente. Solo para decir que cobro pensión, y nada más”, comenta Cándida Noguera de Pulido, a las puertas de su casa, ubicada en la urbanización Morichitos de San Rafael de El Piñal, jurisdicción del municipio Fernández Feo.

Ella habla con voz calmada, mirada genuina y transparente, y al igual que su esposo y otras personas con las que el equipo reporteril de Diario La Nación conversó sobre el tema, habla desde su experiencia, como venezolana de la tercera edad, que esperaba y, a pesar de todo, espera mucho más de un sistema que dice existir por y para ellos, pero que, al final, les da la espalda.

“Hace años, tener una pensión era algo que proporcionaba tranquilidad, no digamos que le resolvía, completamente, lo relacionado con la comida o medicinas, pero servía de mucho. Hoy es como cuando usted dice que tiene un sueldo o un seguro: una cifra simbólica o un estatus que es devorado de un solo mordisco por la crisis económica.

Toca buscar los pesitos”

La señora Cándida, su esposo y los demás pensionados que atraviesan esta situación no pueden quedarse de brazos cruzados, pues el día a día no da receso, hay que buscar el alimento, comprar las medicinas.

Con la llegada de la pandemia, que lo ha complicado todo, aún más, a juicio de Cándida, el trabajo de su esposo, que ya venía en declive, terminó por derrumbarse.

“Mi esposo es mecánico de carros y en los últimos años casi no le llegan trabajos, una circunstancia que se ha agudizado en este año de pandemia. Es por eso que nos ha tocado hacer otras cosas para conseguir algo de pesos, para los gastos básicos”.

Haciendo un gesto para enfatizar en sus palabras, la dama de sesenta años y abuela de dos niños comenta que ahora realiza trabajos de costura y vende hielo. En este sentido, cuenta que desde hace unos tres años sacó la máquina Singer, que era de su suegra, del cuarto de los chécheres, le hizo mantenimiento y la puso operativa.

Seguidamente, colocó un papelito amarrado a una de las rejas de la ventana de la entrada de la casa, anunciado que hacía trabajos de costura. “Así, poco a poco, la gente, los vecinos, fueron llegando con sus prendas de vestir: que si un ruedo por aquí; cambiar un cierre por allá; ponerlos ‘tubito’ para los muchachos”, recuerda.       

“Desde entonces, con la costura y la venta de hielo hacemos algo para completar para el sustento del día a día. Sin embargo, en ambos casos, me he visto perjudicada con las fallas de la luz. Son horas y horas sin fluido eléctrico, por lo que no puedo cumplir con los clientes y eso significa menos dinero. Y del hielo, ni qué hablar, ya no puedo ofrecer, porque la nevera no logra congelar como debe”.

“Pensar en las medicinas te enferma más”

Desde hace años, la señora Consuelo debe cumplir con un tratamiento diario, puesto que padece de la tensión alta, una preocupación que se añade a las anteriores y que, de igual modo, no puede dejarse de lado, pues se trata de la salud.     

“Para mantener controlado lo de la tensión debo consumir a diario dos tipos de pastillas: una de ellas para la tensión como tal, y otra que va dirigida al corazón. La de la tensión, cada caja trae 14 unidades; es decir, que son dos cajas que necesito cada mes. Está de más decir que a veces la misma preocupación que me invade por adquirirlas me enferma más. Claro, siempre, con la ayuda de mis hijos, de una u otra forma, uno sale adelante. Como quien dice, uno se va adaptando, luchando en el día a día”.    

La odisea de cobrar la pensión 

Consuelo recuerda que hace tiempo, una vez al mes, se emperifollaba y junto con su esposo se dirigía a la sede del Banco Bicentenario en San Rafael de El Piñal, con el propósito de cobrar sus respectivas pensiones. Ahora lo hacen cada dos meses, para que se acumulen dos pagos y por lo menos comprar algo más. 

“A la hora de cobrar la pensión, uno sale de la casa pidiéndole a Dios tantas cosas: por ejemplo, que no se vaya la luz, que haya línea o que no falle tanto, y que haya respeto por la cola. A veces, las oraciones surten efecto; pero, en otras ocasiones no”, comenta.

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