Reportajes y Especiales
CRÓNICA | Viaje al interior del monasterio de San Cristóbal: En el primer Carmelo del Táchira, la vida es Dios
2 de abril de 2018
Por primera vez un medio de comunicación se adentra en su cotidianidad. Aunque viven la clausura permanente, se sienten muy unidas al pueblo, oran por sus necesidades y comparten sus dolores
Por Daniel Pabón
Fotografías de Jorge Castellanos
La puerta de entrada a un convento de clausura se llama puerta reglar. La del Monasterio de Santa María del Monte Carmelo de las Madres Carmelitas Descalzas, en San Cristóbal, es ovalada, de madera, con el escudo de la orden tallado en bajorrelieve y con una aldaba redonda del lado izquierdo, para tocar. Emite golpes secos. Del otro lado, se escucha una reja corrediza y luego una llave que gira en la cerradura. Así se abre la frontera entre la vida contemplativa y el resto del mundo. Bienvenidos al primer Carmelo del Táchira.
El Carmelo, o jardín escondido, es como las Carmelitas llaman al monasterio donde transcurre su clausura. Y eso, justamente, es lo primero que descubre la vista: el corazón del convento es un jardín cuadrado y bien podado, con arbustos y flores, en cuyo centro abre los brazos una imagen blanca del Sagrado Corazón de Jesús. Debajo, tiene un mensaje: “Con qué gozo he venido a recibirte”. Es la misma frase que, en una revelación, el Señor le pronunció a la Madre Lucía del Niño Jesús y la Santa Faz, restauradora de la orden en Venezuela.
Hace sol, pero en el patio llueve rocío. El silencio apenas lo cortan las decenas de aves cantoras que visitan esa colina arrinconada de la ciudad, llamada Cueva del Oso, donde se forman arco iris incluso dobles. “Son las gracias del Señor”, expresa la hermana María Lucía de Cristo Rey, subpriora del monasterio de San Cristóbal.
Con 40 años de vida consagrada, la número dos habita en este Carmelo desde su inauguración, en 1985. Las Carmelitas Descalzas consolidaron entonces una misión de asentarse en el Táchira que había iniciado ocho años antes, el 27 de marzo de 1977, en una casona de la avenida 19 de Abril y luego, también de forma temporal, en Las Lomas.
De voz dulce y ojos claros bajo sus lentes, la hermana María Lucía fue una de las tres primeras vocaciones tachirenses de esta orden, junto a la hermana Luz, que está en el Carmelo de Rubio, y junto a su propia hermana de sangre, a quien acaban de elegir priora (superiora) en Trujillo. Herederos todos del primer monasterio nacional, abierto en 1957 en Los Chorros, Caracas, la congregación se ha expandido a nueve ciudades. En Venezuela, son más de 150 las Carmelitas de clausura.
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En el Carmelo de San Cristóbal todos los días son diferentes y todos los días hay vida.
Ahora son 25 las religiosas del claustro. Tienen distintas edades, desde las más jóvenes veinteañeras hasta las más longevas octogenarias. Vinieron de diversas regiones; del llano y del oriente, aunque la mayoría sean tachirenses.
La jornada empieza a las 5:00 de la mañana. Entonces por las paredes azul cielo comienzan a transitar sus 25 pares de sandalias. Hasta el siglo XVI solo existían las Carmelitas Calzadas -de zapato cerrado- pero cuando la española Santa Teresa de Jesús (1515-1582) reformó la orden para volverla a sus orígenes y a la clausura, se descalzó para llevar sandalias -en aquella época, alpargatas- de cuero o madera. De allí el nombre de la congregación.
De hábito y escapulario marrón, como la Virgen del Carmen, toca blanca y velo negro, se dirigen al rezo del Laudes, o la primera oración de la mañana. Luego viene el rosario (con la oración a la Virgen de Consolación que les enseñó monseñor Sánchez Porras), el desayuno y la santa misa de las 8:30. Las hermanas participan en todas las eucaristías desde el coro, un salón contiguo al altar de la capilla pero separado por una reja grande que los divide. En este lado íntimo, también cumplen con el ministerio de canto litúrgico.
Durante la mañana, muchas funciones por cumplir. Unas se dedican a la repostería, cuando hay material, pues las hermanas son conocidas por la venta de galletas, paledonias, tortas y pan. Otras van a la huerta, donde limpian, desmalezan, riegan y cosechan frutales. Laboriosas, como son, saben tanto del pego para la cerámica como de electricidad y plomería.
Al mediodía, continúan el rezo de la Liturgia de las Horas. Se almuerza en el refectorio, un salón rectangular de grandes ventanales con mesas austeras, sin manteles, dispuestas en forma de u. Luego de fregar los platos, sigue una hora de recreación: en distintos ambientes del convento pueden sentarse a hablar, cantar, ensayar o incluso preparar comedias de santos. Sigue una hora de descanso, para guardar recogimiento o recostarse.
Por la tarde, cada una regresa a sus labores habituales. Unas vuelven al área de costura, donde hacen escapularios. Otras van al salón de elaboración de hostias, decorado con par de cuadros de Santa Teresita también haciéndolas en su tiempo (aquí, por las descargas eléctricas, se echó a perder el vaporizador). Y otras más atienden a los perros custodios y a la gata Noris.
A las 6:00 de la tarde, nueva hora de oración. De pronto leen una plática o enseñanza, en espacios variados. Después de la cena, otro turno de recreación, porque el convento no solo es silencio; también es esparcimiento. Tocan instrumentos musicales, forman parrandas, ven películas de algún santo, cuentan chistes -chistes sanos, aclaran- o leen cuentos clásicos. Nada es rutinario hasta las 11:00 de la noche, la hora promedio de acostarse.
—Lo más importante de todo el día es que en el claustro hay vida -dice la hermana María Lucía.
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El torno y el locutorio son las formas más habituales de contacto entre la clausura y el exterior.
Por un torno giratorio aparecen los panes que venden, pero también las comidas que las hermanas comparten con los más pobres. Como Mercedes, una anciana de Táriba que se reconoce sola en la vida y que gracias a la caridad de las monjas puede comer desde hace tres años. Por ese torno también gira la caridad de vuelta, con los donativos generosos del pueblo.
El locutorio es el salón de dos ambientes donde reciben la visita. Sobre la puerta, se lee este mensaje: “Hermano: una de dos / o no entrar, o hablar de Dios / que en la casa de Teresa / esta ciencia se profesa”. De un lado se sientan los familiares. Separados por un par de rejas que impiden el contacto físico, se divisan ellas. Aquel verso es una invitación a no perder esa una o dos horas al mes, que por lo general es el tiempo de visita, hablando frivolidades.
Cuando reformó el Carmelo, el 24 de agosto de 1562, Santa Teresa de Jesús sintió la inspiración de que estuviesen más apartadas del mundo. 456 años después, sus seguidoras están claras: ser carmelitas descalzas de clausura significa vivir dedicadas a una oración contemplativa, a una vida de silencio y sacrificio. A tomar conciencia de que todo esto tiene mérito si se ofrece para la salvación de las almas, en bien de la Iglesia. Son intercesoras.
A la subpriora María Lucía le gusta recurrir a una idea de Santa Isabel de la Trinidad para explicar su vocación. Ella decía: ‘He hallado mi cielo en la tierra, porque el cielo es Dios y Dios está en mi alma’. “En realidad la vida es Dios, y Dios está es aquí”, dice segura, señalando su corazón. Seguras de que son eso, corazón de la Iglesia católica, quieren que a través de sus testimonios de vida consagrada la gente se dé cuenta de que Dios sigue vivo.
Convertirse en Carmelita toma hasta cinco años. A partir de los 17 una joven podrá ser postulante, o aprendiz de la vida de clausura. Cuando tome el hábito, será novicia. Luego hará la profesa simple, o sus primeros votos temporales. Y, si lo decide, seguirá a su profesión solemne; entonces tomará el velo negro -antes era blanco- y, cuando el obispo la cubra, ella dirá a Dios: “Has puesto una señal sobre mi frente, para que no tenga otro amante sino Él”. De su puño y letra, prometerá obediencia, castidad y pobreza.
Saben que la clausura es papal (permanente). Pero también saben que si hay que ir al médico, hospitalizar u operar, por ejemplo, su salud está garantizada. La relación con el mundo exterior, en todo caso, será la estrictamente necesaria para solucionar necesidades inherentes a la condición humana, pero también a lo que producen en el convento.
Nunca han tenido conexión a internet. No lo necesitaban. Ahora hacen la diligencia, porque han visto que muchos servicios y trámites indispensables lo ameritan, como responder prontamente los oficios que llegan de Roma.
Como habitantes de un país en crisis, también les ha tocado salir a buscar el alimento. “Nunca nos falta”, agradece la hermana María Lucía. “Dios vela por nosotras”, dice, respaldada en esta lección de Teresa: ‘Si nosotras éramos las que teníamos que ser, nunca nos faltaría nada’. Así, cuando ellas menos se imaginan, o después de compartir la comida con un pobre, llega alguien al monasterio con un paquete de arroz, con unos granos, con una harina… con algo.
—Nos sentimos muy unidas al pueblo y estamos orando mucho por sus necesidades -habla, en nombre de todas, la subpriora-. De eso también se trata la clausura: de sufrir con el pueblo, de compartir sus dolores.
La puerta de entrada a un convento de clausura se llama puerta reglar. Aunque la del Monasterio de Santa María del Monte Carmelo de las Madres Carmelitas Descalzas, en San Cristóbal, esté debidamente cerrada, la traspasan los lazos inmateriales de la oración y la intercesión. Entonces, de cierta forma, el primer Carmelo del Táchira, esa casa en orden de paredes azul cielo y rodeada de pinos, sí está abierta al pueblo de Dios.
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Bodas de oro celebra la Madre María de Cristo
La priora que ha regalado años de oración al Táchira
El gozo de la Pascua de Resurrección vendrá este año con una gracia especial para las Carmelitas Descalzas: la Madre María de Cristo, priora (superiora) del monasterio de San Cristóbal, celebrará el próximo sábado 14 de abril a las 10 de la mañana la misa solemne, que oficiará el obispo Mario Moronta, en acción de gracias por sus 50 años de profesión religiosa. A las bodas de oro vendrán hermanas de otros conventos del país.
De voz suave y hablar pausado, la Madre María de Cristo es la hija primera o primera novicia que escogió la Madre Lucía del Niño Jesús y la Santa Faz (1918-2003) para refundar el Carmelo en Venezuela después de la expulsión de la orden en tiempos de Guzmán Blanco.
—Yo le dije: Es que no sé nada, Madre Lucía -rememora la priora-. Y ella me respondió: No importa, conmigo todo lo sabrás porque yo te enseño.
Así fue. A pocos días de celebrar medio siglo de profesión religiosa, la nativa de Cantaura, donde dice que se respira un aire tan fresco como el de San Cristóbal, se siente orgullosa de haber sido llamada por Jesús y de haber servido al Táchira desde 1977.
—Somos religiosas contemplativas especializadas en la oración y eso es lo que hemos regalado a nuestro querido Táchira: oración, a todos los fieles del Táchira, a los sacerdotes en especial -dice, junto a una imagen de la Rosa Mística-. Oramos todos los días por los tachirenses, ese es nuestro aporte, nuestro regalo y nuestro cariño.
La priora, además, ha instruido siempre a las hermanas a compartir el pan con el más necesitado. “El que da, recibe”, dice una y otra vez.
El gozo no termina este abril. Es año jubilar. El 2 de octubre próximo se cumplirán 100 años del nacimiento, en San Fernando de Apure, de la Madre Lucía, que es Sierva de Dios y se encamina a los altares. Un cuadro de ella, cuando también celebró bodas de oro en San Cristóbal, engalana la habitación de su hija primera.