Reportajes y Especiales

#DíaDeLasMadres │ Allá, muy lejos, se fue la felicidad

14 de mayo de 2023

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“Mis hijos son mi mayor orgullo; estar en su compañía me hacía muy feliz. Ahora que no se encuentran en Venezuela nos comunicamos a través de una llamada telefónica, como todas las mamás que debimos verlos partir para que buscaran mejores alternativas de vida”




Norma Pérez 




Gonzalo Alfredo emigró a Perú en 2018, Jesús Enrique se fue a Chile en 2021; el año pasado Gabriela viajó a Colombia. Los tres son hijos de Mireya Velásquez Hernández, quien, al igual que muchas mamás venezolanas, los vio partir tras un mejor porvenir.

“Cuando mis hijos eran pequeños, el Día de Las Madres me traían los regalos que elaboraban en la escuela; festejábamos con la nona, con mi mamá, tías, primas. Compartíamos un almuerzo o salíamos a comer a un restaurant. Lo importante era estar juntos. Éramos muy felices”.

Ahora, separados por la distancia, todo cambió. Faltan el abrazo fraterno, la caricia amorosa o el beso cariñoso.

“Ellos son mi mayor orgullo; estar en su compañía me hacía muy dichosa. Ahora que no están, nos comunicamos por una llamada telefónica, como todas las mamás que tenemos lejos a nuestros hijos”.

La celebración de su día especial no es como otrora. Se siente la ausencia, las sillas vacías, las risas que faltan. En sus recuerdos atesora aquellos momentos de gran fiesta familiar.

La historia de Mireya

Mireya Del Valle Velásquez Hernández nació en La Asunción, estado Nueva Esparta, pero desde niña visitó al Táchira porque aquí estaba su familia materna y a la edad de 16 años se radicó en este estado para cursar estudios en la Universidad Católica, de donde egresó como Licenciada en Educación, mención Castellano y Literatura.

“Cuando mi hijo mayor tenía nueve años, me separé de mi esposo y no encontraba trabajo, por lo que me trasladé al oriente del país. Cinco años después regresé al estado Táchira y aquí me quedé”.

En 2018 la situación económica se agravó, y ante la falta de oportunidades para surgir, Gonzalo Alfredo, quien hizo un curso de chef, decidió irse del país. La mamá de Mireya falleció en julio de ese mismo año; tres años después, Jesús Enrique siguió los pasos de su hermano mayor. La más pequeña, Gabriela, se fue a Bogotá. Ninguno pudo continuar estudios universitarios, debieron abrirse paso y buscar nuevas opciones en otras latitudes.

Mireya Velásquez y su fiel compañera Manchas

“Se fueron mis tres hijos, pero gracias a Dios los tengo vivos y sanos. Sé que están bien y siempre pendientes de mí. Trabajando y luchando por ellos y por mí”.

Agradece la ayuda económica que le brindan, porque su sueldo de docente no le alcanza ni para cubrir gastos básicos. Debe pagar alquiler, pues no posee casa propia.

“Trabajo en el liceo nacional Las Américas, de Rubio, municipio Junín. Tengo buenas compañeras, amigas, madres responsables. Pero vemos la tristeza en muchos de nuestros alumnos; niños que se quedaron con las abuelas o algún familiar cercano, porque sus madres emigraron. Hay jóvenes que viven solos y a ellos hay que apoyarlos, orientarlos  y darles afecto”.

Lamenta la situación de muchos jovencitos a los que les da clase, debido a que sus progenitoras se han ido del país y ellos debieron quedarse; algunos no en las mejores condiciones.

En su rostro aparece una sonrisa con las manifestaciones de cariño de “Manchas”; una perrita mestiza que recogió de la calle y es su compañera inseparable.

“Siempre tuve mascotas desde pequeña. Ahora cuido tres perros que resguardo en un terreno y conmigo tengo a Manchas, gracias a que mi arrendataria me lo permite. Va al liceo cuando voy a dar las clases, a donde vaya me sigue. Tiene más de diez años, es mi amiga y una gran compañía, todos en el liceo la quieren mucho”.

El mejor regalo

“El mejor regalo para mí el Día de Las Madres es que mis hijos tengan salud, techo, trabajo, que les vaya muy bien donde estén. Ahora, los dos varones están juntos en Chile. También recuerdo a mis estudiantes, a quienes quiero. Mi mayor obsequio es que volvieran a Venezuela, pero es difícil porque la situación económica no lo permite. Ellos están encaminados en otros países y luchan por establecerse”.

La emoción corta su voz, asoman las lágrimas, por sus hijos, sus alumnos, por tantas madres con el corazón roto. Por tantos hogares incompletos. Por una separación que agobia y una realidad que nunca se debió vivir.

“Lo más difícil es que no los puedo abrazar, darles un beso. Somos muy apegados. Al principio los monitoreaba desde aquí; a pesar de que están tan lejos, no dormía hasta que no llegaban a la casa. Me reconforta que muchas personas les han tendido la mano. Agradezco a Dios y en mí hay resignación, porque sé que van a estar bien”.

Con la esperanza que todo cambie y vuelvan a estar juntos

Su mensaje para las madres en su misma situación, es que tengan paciencia y eleven sus plegarias al Creador para que el país cambie y puedan retornar.

“Vamos rezar mucho a Dios y la Virgen para que nuestros hijos estén felices dentro de lo posible, porque ellos están haciendo su vida y luchando por nosotros. Tener fe que algún día todo cambie y puedan regresar. Las que los tienen cerca, aprovechen esa hermosa oportunidad, porque ese es el regalo más grande que Dios nos da”.

Este domingo, esperará la videollamada y se reunirá con sus primas en Rubio, que también extrañarán a los hijos que no están. La soledad compartida pesa menos.

Mireya Velásquez Hernández representa a las miles de madres venezolanas, cuyos brazos se llenarán con los recuerdos de aquellos niños que muchas veces sentaron en su regazo, al que curaron el raspón de la rodilla, ayudaron a hacer la tarea, arroparon por las noches, regañaron, aconsejaron y consintieron.

Son las madres de la diáspora obligada. Las que, a pesar del vacío en el alma, dibujan una sonrisa y allá, muy lejos, donde se fue la felicidad, envían su bendición.

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