Reportajes y Especiales
Dos vecinas que atesoran el secreto de la longevidad
9 de octubre de 2021
El dato…
El aumento de personas cercanas a los 100 años de edad puede ser motivo de orgullo en el estado Táchira, pero también de preocupación, en tanto requieren condiciones de vida especial, que muchas veces sus familias no pueden subsanar
Freddy Omar Durán
El principal entretenimiento de la señora Ana Avelina Gallo viuda de Sánchez, de 99 años, consiste en sentarse a la puerta de la entrada de su morada en el barrio Lourdes.
Contemplar aquella calle, que en tiempos feriales se llenaba de fiesta y jolgorio, hoy en día contrasta con la ausencia de quienes temen salir por la pandemia, o de los que ya no están aquí, porque han tomado rumbo a otros lares u otras dimensiones.
Diagonal, desde una vía en pendiente, está el hogar de Enriqueta Cánchica Ferreira. Ella, desde el mes de julio de este año, ha pasado a ocupar un lugar exclusivo en el club de los centenarios en el Táchira. Se le considera, al igual que a su vecina, fundadora de la mencionada localidad sancristobalense.
En estos momentos, el Táchira ha sido noticia por contar entre sus habitantes al hombre más anciano de Venezuela y el tercero en Latinoamérica. Pero la lista de quienes han traspasado la barrera de los 100 años es más amplia, en la que se incluyó recientemente a Isabelina Useche, de San Cristóbal; Juana Benita Ramírez (+), de Táriba, con 102 años, y María Justina Cárdenas de Cárdenas (+), de Capacho Nuevo, con 100 años. Y todo parece indicar que tal cuadro de honor se enriquecerá en los próximos años.
Algo para llenarnos de orgullo, pero también motivo de preocupación. Cuando se llega a tan avanzada edad, las necesidades se multiplican. Muchas veces sus familias no alcanzan a cumplirlas, menos en medio de una cruda situación económica.
La suerte no sería el llegar a tan alto listón generacional, sino contar con un cuerpo y mente eficientes, lo que no siempre sucede, pudiendo estar ambos muy desnivelados en cuanto a su estado de salud se refiere. Contrario a lo que incluso podía serles posible 20 años atrás en su existencia, muy pocos están en capacidad de valerse por sí mismos.
Destellos de la memoria
A doña Enriqueta y doña Ana, la memoria les concede en ocasiones la gracia del recuerdo, ya sin importar lo bueno o malo que evoquen, pero igual ese privilegio es motivo de júbilo al lograr descorrer la niebla del olvido.
Ellas no conocieron en su juventud ese entramado de casas y escalinatas por doquier que es el barrio Lourdes en la actualidad. Sus ranchos se afincaron en tierras de vocación agrícola, donde se elevaba el profuso monte y había grandes rocas a la orilla de la quebrada La Bermeja, hoy embaulada y que servía de escenario para las ranas que atronaban con sus cantos: no en vano se le denomina al sitio “Cantarranas”, el cual colindaba con lo que se conoció como La Potrera, de un tal Pedro López, y por donde pasó una de las primeras autopistas de San Cristóbal, y así como con el centro de San Cristóbal, que hasta entrado los años cuarenta se constituía prácticamente en el único núcleo urbano.
Estas dos mujeres representan el dominio femenino dentro del barrio Lourdes, que tenía como baluarte central a Mercedes Moreno, fallecida a principios de este año, y principal promotora del retrete Antonio Aragón, uno de los más antiguos y de los más duraderos. A ellas la vida las sometió a duras pruebas en las cuales, casi en soledad, debieron ser el sostén de sus respectivas familias.
Compañeras de oficio
A las antañonas matronas, la lucidez a ratos las acompaña, y la audición a veces las traiciona. Pero, afortunadamente, cuentan con sendas hijas, las mayores en vida del clan, quienes no solo fungen de intérpretes, sino que comparten con sus progenitoras el destino de pertenecer a la tercera edad, lo que crea un vínculo aún más profundo de solidaridad.
A Doña Enriqueta, acompañada de su nieta Amelia, otra nieta, mientras un bisnieto juguetea por ahí, se le escapa un recuerdo, que su hija Gladys ayuda a reconstruir.
—Lavábamos los uniformes de los soldados del cuartel (Cuartel Bolívar de San Cristóbal, que domina la ladera donde se extienden los barrios Lourdes y San Carlos). Eran unos “ropalones”; tenías que lavar el viernes, en la tarde y en la noche, y llevarla planchadita. Íbamos con esas “canastadotas”, hacíamos un trapo grande y nos los poníamos en la cabeza, relató Enriqueta Cánchica.
Su hija agregó a esta anécdota que en esos tiempos usaban como cepillo de lavar las tusas del maíz, puestas a secar, y se empleaba el tabaco masticado para blanquear la ropa.
Y, precisamente, la compañera en esos oficios de lavandería era Avelina de Gallo, como lo ratificó Elvira Sánchez, quien en su niñez a ratos se unía al grupo de animadas lavanderas, con la naturaleza como único patio de juegos.
—Cuando eso, bajaba la quebrada La Bermeja cristalina, y era un “pedrerío” por todos lados. Hasta que mi papá, José Fidel Sánchez Rojas, que trabajaba en el Ministerio de Obras Públicas, le dijo que dejara eso; pero ella retomó el oficio luego de que este muriera, en el año 1972, relató Elvira.
Más de 70 son los años de residencia de doña Enriqueta; mientras que los de Doña Avelina, un poco más de 60, desde los tiempos del fin de la dictadura perezjimenista; pero, aun así en un tiempo y otro, el paisaje no sería muy diferente, y ambas comenzarían a vivir en casitas de bahareque, que pasarían a ser de bloque, con el esfuerzo y la mano de obra familiar.
Sus respectivos árboles genealógicos se han elevado hasta el cielo: Doña Avelina, con 5 hijos –de dos varones fallecidos a temprana edad, y 3 hijas-, 32 nietos, 15 bisnietos y 4 tataranietos; de doña Enriqueta asciende una prole de 9 hijos –una fallecida-, aproximadamente, 30 nietos, 40 bisnietos y 5 tataranietos.
Aquellas rumbas…
Según el testimonio de sus familiares, hasta los 99 años, Enriqueta Cánchica gozaba de cierta lucidez; pero de ahí para acá ha venido en un progresivo deterioro mental. Incluso podía seguir siendo la mujer rumbera que todos en el barrio Lourdes conocieron. Hoy todavía, cuando le ponen mariachis se anima, a muchos de los cuales ha escuchado en las celebraciones de sus últimos cumpleaños. Sobre esto, una pequeña ventanita se abre en su memoria.
—Cuando éramos “muchachotas”, bailábamos con “toiticos”, con los del cuartel— relató doña Enriqueta con cierta picardía.
Ese buen talante y ánimo lo demostró sobre la carroza de uno de los más recientes desfiles feriales. Y no era para menos, viviendo cerca del templete Aragón, que se ha celebrado enero tras enero por más de 60 años. Sus hijos y demás familiares le aguantaban el trote; pero hasta que la fiesta no se terminara, ella no regresaba a casa.
—Ella era muy fiestera. Cuando había esas celebraciones en el barrio Villasmil, de Acción Democrática, nadie la sacaba de allá, agregó su hija Gladys.
Pero eso, tal vez fue heredado de su padre Efraín Sánchez, nombre que jamás olvidará, pues más allá de su carácter parrandero, había un hombre responsable, quien prácticamente asumió la crianza en solitario de su hija e incluso de sus nietos. “Era muy trabajador”, fue la frase que atinó a decir la centenaria sobre su progenitor.
—El abuelo Efraín, hacía él mismo sus instrumentos y con tres o cuatro se iban a tocar por allá. Construía la “malímbola”, que era un cajón que se le abría un hueco, le ponías una cuerda y acompañaba con sonidos de la boca (haciendo las veces de “bajo”). Los amigos, por broma, le echaban los huesos adentro (risas). Él también construía sus flautas y otro que era como una carreta de cabuya. Trabajó toda la vida en una finca, Los Bilbaos, ayudó a levantar allí una casa en pura piedra; eso queda subiendo por la carrera 19, contó Gladys Cánchica.
Amiga de sus amigos
Ana Avelina Gallo no se le quedaba atrás y participaba en esos templetes, las auténticas rumbas del pueblo, pues los de alcurnia preferían los famosos clubes. Apenas para los años 60 y 70, con la aparición de los lugares nocturnos, esa división no sería tan marcada.
Pero como su contemporánea Enriqueta, el objetivo de esas fiestas para Ana Avelina era “bailar hasta que el cuerpo aguantara”, y compartir entre amigos, pues si algo caracteriza a esta nonagenaria es su fidelidad a la amistad.
Dicha fidelidad a sus amigos, en otra época –como cuenta su hija Elvira-, la llevaba a pasar más tiempo en casa de ellos, que incluso en la suya propia, y a apoyarlos, aun en las circunstancias más adversas, como hizo con el periodista Gustavo Azocar Alcalá, cuando pasó por un duro trance con la justicia.
El día en que precisamente celebró en tribunales la liberación del comunicador tachirense, sufrió un accidente al enredarse con el vestido de otra señora y partirse el fémur, después de lo cual vino un proceso operatorio, apoyado por la hija, médico, personaje de la política tachirense.
—A ella la apreciaban mucho y se ganó mucha gente que la quería; la vida de ella era estar visitando gente. Hasta ahora, ella ha estado bien de salud, pero sufre aún por esa caída que tuvo en el edificio de los tribunales, dijo Elvira Sánchez.
Cabe anotar que doña Ana Avelina trabajó para el antiguo Hospital Vargas y luego para el Hospital Central, en el servicio de mantenimiento. Luego de la muerte de su esposo, un gran golpe en su vida, buscó las mil y una formas de ganarse un sostén, laborando en casas de familia. En su gran casa la acompañan una hija, una nieta y un bisnieto, quien sufre de epilepsia, sin contar con los recursos para su enfermedad.
“Ella, de salud ha estado bien, sufre por una caída en los tribunales, cuando en los edificios se enredó con una señora que llevaba un pantalón muy ancho y cayó”.
“La vida de ella era visitar amigos, en la calle. Casi no se la pasaba en casa, visitaba los bufetes de los abogados; a ella la apreciaban muchos y se ganó muchos amigos, a los cuales siempre les hacía la visita. Se perdía de nosotros y regresaba en la tarde”, narran.
Mujeres de necesidades
El gran sueño de doña Ana Avelina es volver a su tierra natal, Colombia, al reencuentro de sus familiares, quienes en otros tiempos estaban dedicados al negocio del café.
La falta de un teléfono, pues el fijo no funciona hace rato y de nada ha válido poner la queja ante Cantv, mientras que el celular de su hija fue robado, le impide comunicarse con ellos; y ahora, con la frontera cerrada; el viaje hacia allá resulta difícil y, además, se debe recordar su edad.
Es doña Ana Avelina una persona que requiere del cuidado médico y alimentario adecuado, pero los mermados ingresos familiares no permiten cumplirlos como se debiera; por su parte, en el hogar de doña Enriqueta se ven a gatas para conseguirle su tratamiento para la tensión, la ansiedad y, por supuesto, los pañales, para los cuales se requiere de un mínimo de 70 mil pesos. Si ellas contaran con una pensión digna, sus cercanos no tendrían que pasar por esos afanes, pero como es de público conocimiento, eso no sucede en Venezuela.
Aunque averiguar el secreto de la longevidad de estas dos señoras es un trabajo de expertos, la hija de doña Enriqueta cree estar cerca del mismo: —Nosotros pensamos que el secreto de su longevidad es haber sido una persona humilde, sencilla. Ella ayudaba mucho a las personas y era buena mamá con todos. No dio malos ejemplos, de nada, y no nos pegaba, sino que nos advertía firme sobre muchas cosas. Ella era pura sopa de grano y creo que eso la alimentó bien, y nos alimentó bien— finalizó.