Reportajes y Especiales

Efe: Zapatos rotos y desgastados, una cruda expresión de la crisis en Venezuela

7 de octubre de 2018

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Kervin, Alejandro, Carmen y Rafael caminan por las calles de Caracas con los zapatos rotos o desgastados; una imagen que hace juego con el agrietado y viejo asfalto de las calles de Venezuela, donde cada calzado deteriorado es la cruda expresión de la crisis del país con las mayores reservas petroleras del mundo.

Ellos, al igual que miles de venezolanos, se enfrentan a la difícil situación de no tener cómo comprar ni siquiera un par de zapatos de baja calidad, cuyos precios oscilan hoy entre los 700 y 3.000 bolívares (11 y 48 dólares, según la tasa oficial).

Para esta sociedad, que se caracterizó por ser consumista y por adquirir piezas de vestuario de marcas reconocidas, se hace cada vez más complicado comprar cualquier tipo de zapato, incluso el más barato.

Los zapatos pueden llegar a costar 20.000 bolívares (322 dólares) y el promedio de los venezolanos percibe salario mínimo, 1.800 bolívares (29 dólares)

Los de alta gama tienen precios que pueden superar los 20.000 bolívares (322 dólares) y el promedio de los venezolanos percibe salario mínimo, 1.800 bolívares (29 dólares).

Sin embargo, el valor de los zapatos es solo una referencia debido a que el mismo puede aumentar en cuestión de días o semanas por la difícil situación que atraviesa Venezuela, con una inflación diaria de 4 %, y porque es un negocio que se rige estrictamente por el dólar del mercado negro, hoy dos veces superior al oficial.

Bajo este escenario, cada vez son más los ciudadanos que acuden a sus lugares de trabajo o estudio con zapatos rotos y desgastados; tal es el caso de Kervin Martínez de 21 años, un joven estudiante de posgrado de Pediatría que aseguró a Efe que lleva dos años sin comprar calzados porque los precios son muy “altos”.

Martínez, que portaba unos zapatos con suelas casi inexistentes, indicó que durante este tiempo ha conseguido calzados “regalados” o porque su papá le envía desde el extranjero.

Con zapatos regalados, usados y desgastados también camina Carmen Rosa Ruda mientras observa los precios de una zapatería en el este de Caracas.

La mujer de 69 años dijo a Efe que no paga por un par de zapatos “desde que empezó” la crisis, “hace cuatro años”, porque, asegura: “o como o compro zapatos”.

En el país ya es engorroso cubrir la cesta alimentaria para una familia de 4 personas, pues también supera los 20.000 bolívares, según el Centro de Documentación y Análisis para los Trabajadores (Cenda), pese al intento del Gobierno de querer controlar los precios de al menos 33 productos alimenticios y de limpieza.

Ruda, dedicada al servicio doméstico por el que percibe sueldo mínimo, contó a Efe también que tiene varios nietos y que para el inicio del año escolar los integrantes de su familia juntaron dinero entre todos para poder comprar algunos de los calzados de los niños.

Otros debieron conformarse con zapatos regalados, pero ya usados.

Un habitante del centro de Caracas que se identifica como Rafael Pulido compra la suelas de los zapatos para ponérselas a los calzados usados que le regalan.

“¿Ahorita cómo gana uno para comprarse unos zapatos nuevos, con lo caros que están?”, se preguntaba Pulido mientras conversaba con un zapatero que le vendía en 500 bolívares (8,3 dólares) la suela.

Además, en las protestas casi diarias que realizan los trabajadores venezolanos por los bajos salarios en la administración pública, esta también ha sido una denuncia, pues muchos de ellos muestran a periodistas sus zapatillas rotas.

Los zapatos, que para muchos son un sinónimo indiscutible de presencia y elegancia, en Venezuela solo son un recordatorio de la pobreza que en la mayoría de los casos ya es extrema, pues los venezolanos tienen un ingreso diario inferior a los 1,25 dólares que establece la ONU para hacer esta calificación.

La adquisición de zapatillas nuevas tampoco es fácil para quienes ganan montos superiores al salario mínimo y así lo afirma Alejandro Camacaro, dedicado a la venta de seguros.

Aunque no tiene hijos y la mayoría de sus familiares viven en otros países, para Camacaro, cuya indumentaria parece la correspondiente a la de una oficina aunque con unos zapatos bastante estropeados, es difícil comprarse un calzado porque con lo que percibe tampoco le alcanza.

Mientras, los padres venezolanos hacen malabares para rendir el dinero entre comida, medicinas y artículos esenciales que requieren sus hijos, incluyendo la vestimenta.

En medio de este escenario las zapaterías pasan la mayor parte de la jornada sin clientes o con venezolanos que solo observan desde afuera los elevados costos que el Gobierno quiere regular, según asomó el presidente en agosto pasado como medida para enfrentar la crisis.

 

Bárbara Agelvis / EFE

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