Sofía Calderón Lagos lleva más de 30 años trabajando como pregonera. Por eso ha sido testigo de cómo el sistema de medios se ha ido deteriorando en las últimas décadas. Ella, sin embargo, sale todos los días a gritar titulares ahí, en la avenida Los Agustinos de San Cristóbal. Es un modo de decirle a todo el que la vea que no todo está perdido
Mariangel Suárez /texto y fotos

¿Cómo puedes renunciar a algo que valoras profundamente?, se pregunta Sofía Calderón Lagos mientras observa las ramas vacías del árbol. Es un día cualquiera de finales de 2023. Se encuentra en su lugar de trabajo, la isla de la avenida Los Agustinos, en San Cristóbal, estado Táchira, con tan solo 15 ejemplares del Diario La Nación para vender. Con una postura erguida y una sonrisa en el rostro, vocifera: “¡La Nación… La Nación!, lleven el calendario 2024 del diario tachirense”.
Algunos conductores se detienen a comprárselo. Los peatones le gritan “¡Felicitaciones!” desde el otro lado de la calle. Sofía ahora tiene una certeza: Ellos nunca se olvidan de ella.
El momento la lleva a un recuerdo: al 8 de marzo de 2002, hace ya más de dos décadas, cuando ella fue la noticia. No olvida ese día. Por aquel entonces su vida estaba marcada por el rápido ritmo de las calles, carros iban y venían por la avenida, el bullicio era ensordecedor. Sus clientes habituales le tocaban la corneta. De la mayoría no se sabía el nombre, pero sí recordaba con precisión los periódicos favoritos de cada uno.
Aquel día, Sofía mantenía entre sus manos el Diario Los Andes, abierto en la página donde contaban, en un reportaje especial, quién era ella y cómo habían sido sus inicios en el oficio de pregonera.
—Tenga Diario de Los Andes, llévelo para que me recuerde— decía a quienes se le acercaban a comprar. —Aquí esta Haymara, este es Gabriel y esa señora que usted ve ahí, de cabello negro recogido y delantal negro, esa soy yo— explicaba señalando una fotografía que acompañaba el texto. Aparecían sus hijos, en sus uniformes de colegio, mientras ella sostenía entre sus manos 3 periódicos, de 32 páginas impresas cada uno.
No fueron pocos los que se llevaron la edición entre risas. Al tiempo, uno de ellos le regaló el reportaje enmarcado.
“Logré pasar a la historia”, pensaba Sofía cada vez que veía esas páginas exhibidas en la sala de su casa. Leía y releía el reportaje y con cada palabra sentía un ligero cosquilleo en el estómago.
Decidió ser pregonera cuando el padre de sus hijos se marchó
Sola, con dos niños pequeños, problemas económicos y desesperanzada, comenzó a vender diarios. Aunque su piel se quemó por el sol y sus manos se llenaron de callos, le fue agarrando gusto al oficio. Le encantaba contemplar los árboles de la avenida Los Agustinos. Tal vez porque le recordaban su infancia, cuando ayudaba a sus padres en los campos de Herrán, en el Norte de Santander, Colombia, donde nació. O quizá era porque el árbol adquiría vida todas las mañanas con cada periódico que llegaba.
La pregonera y los repartidores de la prensa colgaban rápidamente todos los periódicos en las ramas, mientras sus hijos se sentaban en las raíces y acomodaban las revistas en exhibidores de metal. Ver el follaje cargado de diarios era como si el árbol diera frutos en plena avenida. En efecto, eran los frutos de miles de personas que trabajaban en los medios impresos, y de Sofía, quien los cuidaba con empeño y se los entregaba a los lectores.

Apenas terminaban de arreglar todo y llegaba la prensa de Caracas, la gente comenzaba a comprar. Mientras Haymara y Gabriel, prestos a ayudar, acercaban los diarios a las personas que se estacionaban lejos, su madre tomaba los periódicos y, con sumo cuidado para no romperlos, los desprendía del tallo, y ágilmente los pasaba a las manos que se extendían por las ventanas de los automóviles.
Sofía podía vender hasta 500 ejemplares solo del Diario La Nación al día. Los frutos que cada mañana descolgaba de las ramas de aquel árbol le permitían criar a sus hijos y tener una casa propia, a tan solo 20 minutos de su lugar de trabajo.

La lista de periódicos a la venta era interminable: El Universal, El Nacional, Últimas Noticias, Quinto Día, ABC, Sexto Poder, Los Andes y La Nación eran tan solo algunos.
Fueron épocas de abundancia. El medio impreso vivía buenos años. No obstante, Sofía escuchó un presagio sobre el fin de los diarios. No recuerda el aspecto del señor, pero sus palabras quedaron grabadas en su memoria:
—La prensa escrita va a desaparecer— decía el señor, mientras ojeaba un periódico.
Sofía lo miraba perpleja. Su mente no podía imaginar algo así. Era irónico escuchar aquellas palabras de la boca de un fiel comprador de El Nacional.
—¿Por qué dice semejante cosa? —inquirió la pregonera—. Cuando alguien dice algo es porque tiene unas bases para hablar.
—Algún día, cuando la tecnología avance más, la prensa quedará obsoleta, nadie la va a comprar y, con el tiempo, usted se quedará sin trabajo— dijo el hombre.
El señor tomó su periódico tranquilamente. La pregonera le daba vueltas a aquel vaticinio, hasta que reaccionó:
—Si no tengo prensa, tengo la experiencia y ya no le tengo miedo a la calle. Además, Dios no abandona a nadie.
La predicción del señor sí estaba equivocada. Al menos en parte. En Venezuela, la eliminación casi completa de los periódicos no fue producto de la evolución de la tecnología. Tal vez, el cambio en los patrones de consumo de las audiencias incidió un poco. Pero en verdad el declive de los impresos comenzó en 2012, cuando retiraron el papel prensa de la lista de insumos prioritarios de importación. El rígido sistema de control cambiario y la crisis económica del país encarecieron los costos del producto. Las dificultades burocráticas aumentaban para los dueños de medios impresos, quienes perdían la posibilidad de solicitar divisas a precios preferenciales para importar papel.
Un año más tarde, la situación se agudizó aún más con la creación del Complejo Editorial Alfredo Maneiro, empresa estatal que se convirtió en el único proveedor de casi la totalidad de diarios del país. Estas regulaciones creaban un ambiente hostil para el mantenimiento de los impresos. De acuerdo con un informe del Instituto de Prensa y Sociedad de Venezuela, más de 100 periódicos han dejado de circular desde 2013. En consecuencia, los desiertos informativos crecieron de forma acelerada: De acuerdo con Ipys Venezuela, unos 14 millones de ciudadanos viven en lugares en los que es muy difícil informarse. El árbol de Sofía tampoco escapó de la árida situación. Con cada rotativa que cerraba, iba perdiendo vida, se marchitaba.
Con el paso del tiempo, el pregonero pasó a ser visto solo como un ícono folclórico. Personajes curiosos que, un tiempo atrás, caminaban por las avenidas de las ciudades gritando titulares. Ahora, en 2025, en el estado Táchira tan solo 15 pregoneros continuaban con su labor.
La Nación era el único rotativo que, en 2016, se mantenía en circulación diaria. No obstante, el medio decidió reducir su tamaño de 4 cuerpos a 2, y ambos sumaban 12 páginas. También disminuyó los días de circulación a 3 veces por semana. Estas medidas buscaban rendir las bobinas de papel que les asignaba el Complejo Editorial Alfredo Maneiro.
El bullicio de la avenida también aminoraba. Sofía afrontaba todos los días la cara de decepción de sus clientes. Las personas poco a poco dejaban de buscarla para comprar periódicos. De vez en cuando se detenían a saludarla, pero ya ni siquiera preguntaban por su diario favorito.
Según una investigación del portal Prodavinci, el ecosistema de medios impresos perdió el 83 por ciento de su tamaño en los últimos años. Para 2021, apenas se mantenían 22 rotativas en el país. Apenas 2 periódicos circulaban en formato diario, otros 20 lo hacían algunos días de la semana. Todas las ediciones eran de escasas páginas, producidas con mucho esfuerzo.
Eran frutos desnutridos. Magullados.
Tan solo el recuerdo de lo que algún día fueron.
En la avenida Los Agustinos, Sofía entendió que la profecía se había cumplido. Estaba a punto de quedarse sin trabajo. Su ingreso dependía de la cantidad de periódicos vendidos, porque cobraba por comisión. Así las cosas, sin diarios para vender, su sueldo disminuía. Ahora ser pregonera solo le permitía comprar lo estrictamente necesario para su familia.
No es la primera vez que Sofía atraviesa momentos difíciles. En el pasado, migró de Colombia a Venezuela cuando tenía 16 años de edad, debido a la crisis económica que enfrentaba su familia. A los 26, comenzó a vender prensa para poder sacar adelante a sus hijos. La vida le enseñó desde muy joven muchas lecciones, entre ellas una muy importante: Si se tienen las ganas de hacerlo y se confía en Dios, todo siempre va a salir bien.
“Dios nunca abandona a nadie”, se repetía Sofía con La Nación apretada entre sus brazos
Veía el diario tachirense y sentía un nudo en su garganta al recordar los buenos tiempos. Miraba aquel reportaje enmarcado y colgado en la sala de su casa. “¿Cómo le podía dar la espalda a un medio que le había dado tanto?”, pensaba cuando sentía la pesadez del desánimo y las deudas sobre sus hombros.
Así fue como decidió reinventarse. No renunciaría a ser pregonera, al contrario, seguiría con la venta de La Nación, pero también ofrecería otros productos para poder ganar dinero. En su casa cocinaba bollitos y dulces para vender. También vendía maní, platanitos, coquitos y aliados. Además, ofrecía diferentes boletos de lotería.
En el estado Táchira solo circulaban: Diario Católico un día a la semana; y La Nación los lunes, miércoles y sábado. El árbol no se volvió a ver cargado. Las raíces ya no acunaban a los hijos de Sofía. Haymara y Gabriel habían crecido y, al igual que su mamá, encontraron su propio camino.
En la avenida solo quedaban la pregonera, el árbol y el pequeño estante de metal.
Varias personas le aconsejaban que renunciara. Acumulaba más de 30 años como pregonera. Era su oportunidad para descansar.
—Deja de vender periódicos, Sofía —le decían—. Ya eso no es ganancia. ¿Por qué continúas?
—Esta es mi forma de decirles a las personas que el diario sigue en circulación, que continúa con su labor a pesar de todo —refutaba con sus grandes ojos marrones fijos en el periódico—. Además, todavía quedan personas que buscan La Nación. Más bien, cómpreme un dulce.
La Navidad del año 2023 fue muy especial para Sofía. Normalmente en diciembre sale a la venta el calendario del Diario La Nación. Muchas personas suelen comprarlo porque les gusta tenerlo. Para la edición de 2024, el medio buscaba reconocer el trabajo presente en cada uno de los ejemplares del diario.
La hoja del mes de febrero traía una sorpresa muy especial para Sofía. Allí se honraba el trabajo de la pregonera con una fotografía de ella. Aparecía retratada con un periódico fuertemente agarrado y uniformada con su delantal azul. Para Sofía, aquella hoja era un reflejo de cómo los periodistas de La Nación no se olvidaron de ella, de la misma forma en que ella nunca se ha olvidado del medio.
Sus clientes y amigos se acercaron a la avenida para felicitarla y comprarle el almanaque.
—¡Llévenlo, para que me recuerden!— les pide sonriente.
A sus 57 años todavía conserva la vitalidad de aquella joven que llegó una mañana a la avenida para vender prensa.
—Lo guardaré para recordarla siempre— le contesta Miriam Guerrero, una de sus amigas.
—Sofía, cuando usted se muera le vamos a construir una estatua, justo aquí, a la sombra del árbol —le dice otro señor, entre risas, mientras señala las ramas. Ella alza aún más su cabeza, proyecta una confianza que la hace parecer más alta que su 1,7 metros de estatura.
En la avenida continúan de pie Sofía Calderón Lagos y su árbol. Tal vez ya no están cargados de frutos, pero La Nación siempre llega, sin demora, a la isla. La pregonera continúa fiel a su oficio, contempla el árbol y siempre le pide a Dios nunca dejar de vociferar en la avenida Los Agustinos: “La Nación… La Nación”.

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La Vida de Nos cedió esta historia, desarrollada durante el Programa de Formación para Periodistas en su tercera cohorte, para su republicación. https://lavidadenos.com/en-la-avenida-continuan-de-pie-sofia-y-su-arbol