Reportajes y Especiales

En una tablita, en 1560, comenzó la historia de fe

15 de agosto de 2021

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Trascurría el año 1560, cuando comienza la Virgen de La Consolación.


Por Armando Hernández

Dos sacerdotes misioneros de la Orden Agustinos Recoletos, procedentes de Pamplona, Nuevo Reino de Granada (Colombia), llegaron a nuestra región con una tablilla que atesoraban con gran amor y devoción, por cuanto en ella se alcanzaba a visualizar lo que con el tiempo sería la sagrada imagen de la Virgen, que hoy, en la basílica de Táriba, es adorada con fe extraordinaria por un pueblo creyente y de gran sentimiento cristiano.

Los sacerdotes se enteran que en las inmediaciones de San Cristóbal existía una tribu conocida como Táribas y deciden marchar para evangelizar a los nativos. Llevan consigo la tablilla, que sería protagonista de una cadena de acontecimientos grandiosos y que, 461 años después, son recordados como parte de la historia de la patrona del estado Táchira.

Algunas dificultades

Los dos clérigos llevaban consigo la inseparable imagen que les acompañaba desde el mismo momento que partieron de la lejana España. Es durante este recorrido que ocurre uno de los primeros acontecimientos milagrosos reseñados por la historia de la santa Virgen. Para llegar a su destino, los viajeros debían atravesar el río Torbes, pero se encuentran con un cauce abundado y peligroso que los detiene por momentos.

La misión emprendida por los sacerdotes comprendía riesgos, sobre todo porque los indígenas tenía fama de agresivos, de conformar un pueblo de aguerridos y combativos guerreros, del cual existían antecedentes desde mucho tiempo antes, cuando el expedicionario Alonso Pérez de Tolosa, al mando de cien hombres, llega a lo que hoy es la “Perla del Torbes” y son sorprendidos por una emboscada, durante la cual los indígenas matan seis caballos y causan heridas a varios soldados, entre ellos el mismo Alonso Pérez.

Habían pasado años desde aquel suceso y los sacerdotes no descartaban cambios en el comportamiento de los nativos, especialmente porque en la vecina San Cristóbal existía la presencia de ciudadano españoles, a quienes conocían y hasta con estos negociaban el producto de sus labranzas y artesanías.

Mientras esperan no observan señales que las condiciones climáticas mejorarían y a pesar de ello, los padres agustinos deciden correr el riesgo para llegar al otro lado. Antes de aventurarse a las enfurecidas aguas, atan el retablo en la parte superior de una cañabrava para que no se mojara y se lanzan al río. Es en ese momento que ocurre el primer hecho extraordinario, puesto que rápidamente y sin contratiempos logran llegar al otro lado, al tiempo que la fuerte tormenta amaina.

Tal y como lo presumían, la situación con los nativos era diferente y estos aceptaban la presencia de visitantes, por lo que rápidamente logran establecer lazos de afecto con ellos. Los indígenas se muestras atentos y serviciales. Para asentarse y emprender su campaña evangelizadora deciden ocupar un pequeño terreno ubicado en lo que es hoy la plaza Bolívar de Táriba, donde tenían previsto construir una pequeña ermita que acogiera la tablilla, que desde sus primeros momentos comenzaron a llamar Virgen de La Consolación, por llevar consuelo a los afligidos.

Sin embargos los aires de guerra permanecen en el ambiente, y un día ocurre una situación que altera los planes de los sacerdotes. Los “Guásimos” y los “Capachos”, tribus enemigas, con numerosos guerreros, ocupan violentamente la meseta de los Táriba, en ataque que los toma por sorpresa, obligándolos a replegarse. Los misioneros deben huir y de nuevo cruzan el río Torbes para salvar sus vidas. Es tal la fuerza del ataque que no tienen tiempo para recuperar la tablilla, que queda en la ermita. Una indígena convertida al cristianismo logra rescatarla y la lleva a su humilde ranchito. A partir de ese momento se le pierde todo rastro.

Los historiadores de la imagen mariana dicen que esa tablita se fue destiñendo, hasta el punto que solo quedó una silueta, apenas perceptible. Trascurrieron casi 40 años y la imagen de la Virgen seguía perdida, hasta que a mediados del año 1600 ocurre otro extraordinario y significativo hecho con un grupo de muchachos, entre ellos los hijos de Alonso Álvarez de Zamora, jefe encomendero de Táriba, que luego de almorzar salieron cerca de la casa para jugar a los bolos.

A uno de los jugadores se le partió la paleta que utilizaba para golpear la pelota y se ven obligados a suspender el juego mientras hacen la correspondiente sustitución. Los muchachos van a la despensa donde las familias guardaban los alimentos y toman una tablita que encontraron casi a la entrada, sin fijarse en su borrosa imagen. Para continuar el juego necesitaban moldearla en forma de paleta y con un cuchillo lo intentan, sin conseguir darle la forma requerida.  No logran hacerle mella, resulta imposible cortarla y rebanarla. La golpean contra el piso, pero no pasa nada. Solo logran obtener como respuesta un ruido seco y fofo.

Es tal la alharaca que había por la tablita que llama la atención de Leonor Colmenares, madre de los muchachos, quien la recupera y la devuelve a la despensa. Para dar por terminada la situación, les dice que deben respetar ese retablo, porque en un tiempo se había visto la imagen de la virgen María. El relato sobre este episodio es fantástico y emocionante. Pasadas algunas horas observan que en la despensa hay gran resplandor que llama la atención de la gente, que corre al lugar pensando que se ha desatado un incendio que deben apagar de inmediato. Pero no hay llamas. Al ingresar a la despensa observan, con gran asombro, que ese brillo, que procedía de la tablita, mostraba la imagen de la sagrada Virgen. Sin saber con exactitud de qué se trataba, maravillados por el fenómeno, acuden al vicario de la Villa, sacerdote Francisco Martínez de Espinoza, quien de inmediato con un grupo de personas se traslada al lugar y constata la aparición de la imagen. Al ver el milagroso evento en desarrollo, cae de rodillas en medio de oraciones y alabanzas. Es a partir de ese momento que se reinicia la adoración a la sagrada Virgen.

Día de la Virgen

Este acontecimiento ocurrió el 15 de agosto de 1600 y quedó marcado en el calendario como el día de Nuestra Señora de Consolación, que año tras años reúne a centenares de devotos que rinden tributo a la excelsa Virgen, en medio de una verdadera fiesta mariana con solemnidad pontifical.  Los feligreses llegan a Táriba desde los cuatro puntos cardinales.

La gente acude por millares y muchos de ellos ingresan al tempo de rodillas, para ir al Altar Mayor, llevando objetos, o con familiares, entre llantos y alegrías para agradecer a la madre de Dios por un favor concedido. Es la Virgen de la Consolación una imagen milagrosa que sostiene entre sus brazos a su hijo, el niño Jesús, como recordatorio que se trata de la madre de Dios, que no solo es patrona de los tariberos, sino de los tachirenses en general, que con gran fervor religioso y entrega total le profesan su fe y le acompañan de manera sublime, con alegría.

Es increíble la atracción que el pueblo siente por su patrona. La manera como le corresponde a ese amor y protección que nos profesa y que cada 15 de agosto queda de manifiesto.

Sin embargo, este año las cosas no serán como antes. Aun cuando el amor, la fe y la devoción, la admiración y el respeto por nuestra reina espiritual se mantienen en cada uno de nosotros, no ocurrirá la tradicional peregrinación, ni se podrá observar la asombrosa afluencia de fieles caminando hacia la Basílica de Táriba.

El pasado año no hubo festividad pública a causa de las medidas de restricción que las autoridades se vieron en la necesidad de adoptar con motivo de la pandemia del COVID-19. Por este motivo, tampoco habrá feria con festejos taurinos, ni actos culturales ni deportivos, ni exposiciones y una gran cantidad de eventos que tradicionalmente forman parte de la fiesta que todos los años se celebran en homenaje a la santísima Virgen.

No obstante, el culto a Nuestra Señora de La Consolación (la virgen que consuela), continuará como muestra de fe y amor. Desde la basílica de Táriba, ella está pendiente de sus hijos y brinda protección a su pueblo. Por eso, con respeto y humildad decimos: Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen María. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios, para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor… Amén.

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