Reportajes y Especiales

Entre tinieblas transitan por una ciudad hostil

18 de octubre de 2021

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Este 8 de octubre se celebró el Día Internacional de la Visión y el pasado sábado 15 de este mes, el Día Internacional del Bastón Blanco. Aunque este objeto constituye para las personas con discapacidad visual una herramienta valiosa para movilizarse por la ciudad, ha sido un aprendizaje, nutrido, tanto de un proceso de especializada capacitación, como de experiencia personal, lo que en últimas les ha permitido dominar un entorno urbano nada accesible a sus necesidades de libre tránsito. Pero, aun con todo lo aprendido, no están exentos de los riesgos de recorrer un espacio público en deplorable estado, invadido por infinidad de obstáculos y sin las mejoras que por ley se le exigen a la ciudad y las edificaciones, en consideración a su disminuida capacidad visual.

Freddy Omar Durán

Han desarrollado otra “visión”, sin necesitar de los ojos, una que les permite la movilidad por una ciudad que, aunque hostil a su avance, aprendieron a conocerla palmo a palmo, con la ayuda de su bastón blanco, del despertar pleno de sus sentidos, las potencialidades profundas de su memoria, así como de los cursos de capacitación especializados que han recibido.

Álex David Rincón Chacón representa uno de los tantos casos de personas con discapacidad visual que actualmente se mueven con soltura por el centro de San Cristóbal, luego de años de vencer el miedo y ser ejemplo de constancia. Para ello, resulta fundamental su bastón blanco, instrumento cuyo día mundial se celebró este 15 de octubre, y con el cual ha adquirido una pericia, no solo para mantenerse en comunicación con su medio ambiente citadino, sino para evitar molestias a otras personas, sin daños a su integridad física y material.

Pero esa buena actitud de parte suya, así como de otras personas en su condición, en procura de pasar desapercibidas, contrasta muchas veces con un entorno social y político que aún no acaba de entender que ellos también son ciudadanos, con capacidad de productividad económica, con derechos y requerimientos particulares a ser atendidos.

Obstáculos por doquier

Nos permitió Álex David Rincón Chacón el acompañamiento por un tramo de su recorrido diario, desde su vivienda ubicada en la Ferrero Tamayo hasta el centro de San Cristóbal, una jornada en el que se reveló la generosidad de muchos sancristobalenses -aunque también la indiferencia de otros-, y también sirvió para constatar el mal estado de las aceras y el caos que impera en las mismas, propiciada por quienes olvidan que los andenes son para el uso prioritario de los peatones.

Antes de emprender su acelerado paso, apenas detenido para repasar su mapa mental, se despide de sus amigos de la plaza Bolívar, quienes no serán los únicos que lo abordarán, en un itinerario que nos conducirá a la tienda por departamentos Traki, primero, y luego a la avenida Carabobo: su atención se concentra en despegar desde una esquina, para alcanzar la otra, y en ello le resulta útil su bastón blanco -que en realidad tiene un mango negro y un remate en rojo-, cuyo golpe sobre el suelo le indica a su tacto y oído si se encontrara con un suelo de asfalto o cemento.

—El golpe que da el asfalto es un golpe “bojo”, que tiene honduras, y el golpe del concreto es un golpe fuerte. Yo tengo que, como dice la juventud de hoy en día, “poner a funcionar el disco duro”. También tengo que saber que en todas las esquinas hay semáforos, y tengo que ir hacia ellos para tocarlos, con el bastón o con la mano. El oído es clave para saber de los riesgos a nuestro alrededor; pero desafortunadamente también hay personas ciegas y sordas, y eso es más complicado— comenzó Chacón su lección.

Ni se ha acabado de iniciar el trayecto cuando se topa con el primer obstáculo: un automóvil mal estacionado cerca de la esquina de la plaza Bolívar, el cual advierte con un ligero toque de su bastón, y lo corrobora su mano extendida. Esa resulta una sorpresa breve, pues su mapa mental le había indicado que eso no tendría que estar ahí; rápidamente supera ese escollo y su instinto lo reconduce hacia la esquina, porque es desde ese punto donde se supone que todo peatón, independientemente de su salud visual, debe cruzar la calle, y si está cerca de un semáforo, mucho mejor.

A punto de alcanzar el otro lado de la calle 9, se percata de una pequeña bolsa de basura recientemente puesta allí, y eso para nada frena su deambular. Ya sobre la acera, lo mejor es irse por el medio, pues pegado a los locales y edificaciones podría chocarse con un vendedor ambulante, un indigente tirado en el piso, un aviso o incluso la mercancía expuesta al aire libre de algún negocio; los cuales, ciertamente, no faltaron en nuestro viaje. Sin embargo, los peligros por el camino van más allá de estos, y que él conoce de memoria si reiteradamente permanecen, pues siempre habrá transeúntes descuidados –y en el peor y no menos posible de los casos, motociclistas insensatos-; huecos, cuando no tumbas, donde antes había tapas para bocas de visita, tanquillas de electricidad y telecomunicaciones, y drenajes para aguas de lluvia, así como aceras desniveladas, hundidas, con protuberancias o arreglos improvisados y grietas, por donde incluso brotan la tierra y el monte.

—Nunca he sufrido accidentes graves, pero me he tropezado. Bajando desde la Biblioteca Pública, hacia la Quinta Avenida, al lado de la Carabobo, me hundí en una tanquilla cuadrada de la Cantv.  No me pasó nada, Gracias a Dios, pero más nunca volvía a pasar por ahí. Ya tengo la precaución y sé que no puedo caerme por segunda vez consecutiva en el mismo lugar— confesó Chacón.

Muchas veces a golpe de bastón, que aferra a cierto ángulo,  reconoce su ubicación, con lo cual en su pensamiento se adelanta al próximo hito, un plus informativo del cual incluso los videntes que normalmente pasan por allí desconocen. Por ejemplo, antes de llegar a un poste, levantó su mano solo para corroborar su emplazamiento, y al ser preguntado al respecto respondió: “ya sé que está ahí”.

Manos amigas

Alguien lo abraza, le hace una chanza, quitándole el celular del bolsillo, y él de inmediato dice en alta voz el nombre de su amigo bromista y pone fin al juego, no sin antes recibir un fuerte abrazo. Con estos conocidos puede toparse de vez en cuando, cada vez que va al centro a hacer sus diligencias, sean estas en los comercios o los bancos. En estos menesteres ocasionalmente recibe el apoyo de su hermana o su cuñada. Pero la pandemia lo apartó de las conversaciones con aquellos con quienes comparte su condición, y a veces el reencuentro se produce durante alguna jornada de repartición de gas establecida para ellos.

Y no pocos extraños, cuyos nombres jamás conocerá, se le acercan a ofrecerle una mano amiga, por él solicitada u ofrecida espontáneamente. Marcos Alba, señor octogenario, se apresuró a tomarlo del brazo para conducirlo por la calle hasta cerca del Banco Mercantil de la Séptima avenida; lo hizo en recuerdo de las caídas que él mismo ha sufrido.

—Yo me he caído, y eso que veo. Ya me he caído cuatro veces, pues he perdido la fuerza de las piernas— justificó así su buena acción Alba.

Más adelante, frente a Traki, una niña, por orden de su madre, que atendía un quiosco cercano, se abalanzó a socorrerlo cuando vio muy próximo al invidente, rodando un automóvil frente a la Villa de los Buhoneros, y una vez lo salvó del peligro, se sintió más aliviada.

Por supuesto, él tiene una ruta, un itinerario preestablecido, y el mismo le indica que hay partes por donde preferiría no pasar, y uno de esas es el tramo de acera que va de Traki hasta la avenida Carabobo, pues allí se multiplican las fallas, las rampas muy averiadas, las tapas metálicas hundidas, las troneras, algunas selladas con montículos de cemento, igual de riesgosos; las mercancías se abalanzan a la calle, e incluso una construcción ya lleva tiempo con un cerco metálico sellando el paso.

Defendiéndose por su cuenta

—Yo mismo cocino, lavo mi ropa y limpio mi casa. Y todas las diligencias las hago yo solo, casi nunca busco ayuda de nadie. Aunque cuando tuve que ir a ponerme la vacuna contra el covid-19, me acompañó una cuñada— relató Chacón.

Sin embargo, alcanzar hoy esa confianza en sí mismo, a los 63 años, no fue asunto de la noche a la mañana. Hace 17 años que la diabetes desmoronó su capacidad visual, agrió su carácter y le barajó radicales decisiones.

—Cuando perdí la visión comencé a perder los estribos en mi casa, y llegó un momento en que me dejaron solo. Me puse fastidioso, hasta se me ocurrió la idea de ahorcarme, y en vez de eso, decidí tirarme por la Quinta avenida para que me arrollaran. Pero, por el monseñor de Talavera iba una señora manejando, frenó delante de mí y me reclamó, al verme parado en medio de la calle: “¿usted, qué hace ahí?”; y le respondí: “es que quiero que un carro me atropelle”. Bajó de su camioneta, me agarró y me montó en el carro; rezó conmigo en el camino, y me confesó que ella era muy devota a la Virgen de Guadalupe, la Virgen Morena, y hasta el sol de hoy, cuando me levanto y me acuesto, rezó a mi Virgen de Guadalupe— compartió Chacón a modo de anécdota.

Su siguiente decisión sería más acertada, y esa era la de asistir a la escuela para personas en su condición, ubicada en la Biblioteca Pública Leonardo Ruiz Pineda, y ahí fue donde un amigo suyo le enseñó a usar el bastón blanco, y él se maravillaría de sus avances, pese a que se vería obligado a aprender avanzados los cuarenta años.

—El que me enseñó me dijo: “usted está manejando el bastón mejor que yo, usted camina rápido, usted está pilas. Mis amigos afirman que yo marcho como si no fuera ciego; lo que pasa es que tengo mucha precaución. Gracias a mi Dios, me defiendo y tomo muchas precauciones, para que le voy a decir mentiras— dijo.

Hoy solo tiene consejos para quienes, por una causa u otra, sufran un giro del destino similar, que perfectamente se puede orientar hacia una vida gratificante y productiva.

—Yo les recomiendo que estén con ánimos, alegría y felicidad, que no se echen a perder, que poco a poco van aprendiendo. Díganles a sus familiares que los acompañen y los orienten donde caminen, y si usted va a estar en su barrio, que los vecinos le enseñen las aceras, para que el discapacitado se sincronice bien por los lugares que va a frecuentar. Hay personas que yo conozco que no salen para ningún lado, y eso no es bueno, porque yo no puedo permanecer todo el tiempo encerrado en mi casa, aunque yo salgo muy de vez en cuando, pero siempre lo hago para distraerme; eso es necesario también— agregó.

Sobrevive con su pensión, los ocasionales bonos del gobierno, y la ayuda de sus familiares, entre ellos sus hijo e hija, hoy radicada en México. Estos ingresos resultan muy insuficientes para los gastos médicos que debe cubrir.

—Yo cobro la pensión del Seguro Social, pues por muchos años le trabajé a las Empresas Básicas de Guayana, le dediqué a ellas casi 40 años. Me gustaría que los organismos públicos ayudaran bastante a los discapacitados visuales, y en primer lugar, con la medicina, que está muy cara en Venezuela. Yo tomo diformina de 500 mg, y la última vez que la compré fueron 13 millones de bolívares.  Las lágrimas artificiales me cuestan 18 millones, y me las tengo que echar para que el ojo no se humedezca tanto. Me gustaría tener un bastón inteligente, como lo hay en otros países; no he tenido uno cerca de mí, pero muchos me han contado de ese aparato— finalizó, antes de subir una buena distancia de la avenida Carabobo y retomar la avenida Ferrero, hacia arriba, no sin antes detenerse ante los negocios de algunos conocidos para saludarlos y sostener una breve charla.

 

Caída peligrosa

Juan Miguel Contreras Gálviz, abogado de la República residenciado de Ureña, miembro de una familia cuya esposa e hija, de apenas 8 años, también han perdido la visión a causa de una enfermedad congénita, sufrió en carne propia los peligros que a la vuelta de la esquina acechan al discapacitado visual.

—Hace tres años padecí el accidente más grave que en mis 20 años de discapacidad he sufrido. Iba por una especie de puente en el barrio El Cují, sin barandas protectoras, sobre un canal para depósito de lluvias, y caí desde altura de dos metros y medio. Quedé por un momento inconsciente; aunque al final no ocurrió nada de gravedad. Pero diariamente uno cae en huecos, así uno sea precavido, y cuando eso sucede, a uno solo le queda levantarse, reírse un poco, como si nada hubiese pasado, y seguir— afirmó Gálviz.

Para Gálviz, los peligros no están solo a ras de piso, también pueden localizarse a cierta altura, muy cerca de su cabeza o las extremidades.

—Hace una semana me golpeé con una escalera que habían dejado a atravesada en una acera; y es cosa muy habitual que recibamos golpes que puedan terminar en fractura. Muchas personas con discapacidad visual que somos altas, podemos chocar con algunas estructuras que sobresalgan de la pared, que no son detectadas por el bastón -en tanto estos se ocupan de las partes inferiores-, como los aires acondicionados, que en otras partes del mundo prohíben instalarlos así. Otras veces, el problema es tener que tomar una escalera, a falta de rampas especiales para nosotros o elevadores en los edificios, ya que fácilmente nos tropezamos con los escalones.

Como conocedor de la ley, sabe que más que un favor o una consideración humanitaria, la población con discapacidad visual exige a los poderes públicos, nacional, regional y municipal,  y a la sociedad en general, el cumplimiento de la ley.

—Estamos carentes de una política pública real, porque la ley sí existe, y ahí está muy bonito, todo en la letra; pero su aplicación no es efectiva. Hago un llamado de conciencia a los organismos públicos, a los ciudadanos, para que vuelquen la mirada a las personas con discapacidad, nos ayuden a tener una vida más digna y nos colaboren en poder tener un desplazamiento seguro. Por mandato de la ONU y la ley, es obligación realizar las adaptaciones razonables en las edificaciones y espacios públicos, construir rampas y eliminar escaleras. En otras partes existen los semáforos sonoros, en los que una voz parlante le dice el color de turno, para estar seguros si podemos o no cruzar el rayado. En esa materia, nosotros hemos venido retrocediendo años, en comparación con otros países, mientras las aceras se deterioran cada día más.

Bastón amigo

Marylin Vera, directora del Conapdis y la misión José Gregorio Hernández, también hizo el llamado general para se tomen verdaderas medidas que impidan los accidentes a las personas con discapacidad visual, que sin bien han sido salvadas en infinidad de veces por el bastón blanco, esto no los exime de aspirar a una ciudad amable.

—Exhortamos a las autoridades competentes, al mejoramiento de las vías y así contribuir al libre desplazamiento de las personas con discapacidades visuales, evitándose accidentes. Este bastón blanco tiene tres características: distinción, protección e información. En el marco de la Ley para Personas con Discapacidad, en el artículo 14, se nos habla de las asistencias técnicas para nuestras personas con discapacidad visual. En la oficina ubicada en el Centro Cívico, piso 7, se ha hecho entrega de bastones y certificados de discapacidad. Igualmente se están realizando talleres de formación a los organismos públicos y privados para mejorar la atención a las personas con discapacidad visual, y crear más conciencia de su condición— declaró Vera.

A través de la Misión José Gregorio Hernández se ha entregado 500 bastones, uno de los cuales fue dado al señor Alex David Rincón Chacón, pero la población total de personas con limitaciones visuales en el estado Táchira podría superar esa cifra.

 

La periodista Ruth Castañeda es de baja visión; no obstante, el bastón blanco es su compañero y la señal de aviso a una población que puede ser muy solidaria con su condición, o también puede ser muy cruel.

Sirve de aviso a los transeúntes para que respeten su paso, a las personas de buen corazón dispuestas a ayudar si se presenta un inconveniente, y más que todo, sirve para llamar la atención del conductor desprevenido, que debe saber que está ante un peatón con su capacidad de respuesta mermada.

—Tú ves que hay conductores que no acatan las señales de tránsito, y motociclistas que poco o nada les importa subirse a las aceras. Tú vas caminando por la calle 8 o por la calle 9 de San Cristóbal, cuando de repente escuchas una moto por el sentido contrario y uno se queda “¡ah!, ¿cómo?— afirmó Castañeda.

Pero si los conductores distraídos son un peligro, más aún lo son los malintencionados y, sin nadie que los fiscalice, se encuentran en libertad de violentar las normas de tránsito.

—Usted no ha acabado de pasar el rayado, cuando el auto te mete un susto, y a veces para que aceleremos el paso, sin que se conduelan de nosotros. Vemos que esto va en contra de la seguridad que nosotros necesitamos, seguridad integral para nuestras vidas y bienestar. Se ha impuesto un poco la anarquía, y cómo se extraña a los fiscales de tránsito que, mal que bien, estaban pendientes de que no se “comieran” los conductores una luz y se respetara al limitado visual. También las fallas en los semáforos nos están afectando—acotó.

Si ya de por sí un caminante incauto, con todos sus sentidos en relativa plenitud, puede llevarse un mal rato por todo lo que en un camino que se supone libre puede encontrar, lo que puede pasar una persona con discapacidad visual, por igual motivo, puede ser peor.

Recordó Castañeda que cualquier persona puede, por una circunstancia u otra, terminar siendo parte de la población con discapacidad visual, y por la vulneración de sus derechos debe ser asunto para preocupar a la ciudadanía en general

—Estamos en tiempos de elecciones; ojala los políticos y los candidatos entiendan la necesidad de ayudar a las personas con discapacidad, a los adultos mayores, que también tienen que circular por las aceras y atravesar calles y avenidas. Nosotros también votamos; vemos a los políticos ofrecer miles de cosas al electorado en general; pero para los limitados visuales no hay una propuesta concreta— aseveró Castañeda.

La gente vidente debería seguir el ejemplo de los discapacitados visuales, quienes resultan ser mejores ciudadanos, saben pedir disculpas a quienes con ellos se tropiezan.

—Esta situación de obstáculos en las aceras y riesgos al cruzar las vías, no solo afecta a los discapacitados visuales; las personas de la tercera edad y los discapacitados motores también corren riesgos, sobre todo en los días de semana flexible, cuando se aglomeran más transeúntes. Todos ellos tienen igual derecho que nosotros a gozar del espacio público. Y solo el que vive la discapacidad sabe de todos los problemas que en la calle le esperan, pero no por ello dejamos de salir a trabajar, a hacer las diligencia, debemos echarnos al ruedo, en vez de echarnos a morir en las casas— finalizó Castañeda.

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