Reportajes y Especiales
Crónica y fotogalería exclusiva | Fiesta en el Carmelo de San Cristóbal por la Madre María de Cristo
15 de abril de 2018
Hasta el papa Francisco le envió una salutación desde el Vaticano. “El Señor la puso donde hay gracia y abundancia”, dijo el obispo Mario Moronta sobre la priora de las Carmelitas Descalzas en San Cristóbal
Por Daniel Pabón
Fotografías de Jorge Castellanos
Desde afuera, el sonido de la música cristiana anunciaba la fiesta. El Monasterio de Santa María del Monte Carmelo, en San Cristóbal, destelló en dorado para celebrar este sábado los 50 años de profesión religiosa de la Madre María de Cristo, priora (superiora) de ese Carmelo (convento) y primera novicia de la Madre Lucía, reformadora de la orden de las Carmelitas Descalzas en Venezuela.
La capilla del Monasterio se quedó pequeña frente a tanta feligresía que la desbordó. Del lado derecho del altar, detrás de un par de grandes rejas, se divisaba movimiento en el coro. Desde allí, las hermanas del claustro, junto a otras venidas especialmente para la ocasión desde los conventos de Chirgua, San Felipe y Rubio, siguieron la misa de acción de gracias.
El obispo de San Cristóbal, monseñor Mario Moronta, explicó en su homilía que la vida contemplativa -a lo que dio el “sí” para siempre la Madre María de Cristo hace ya medio siglo- es un signo para fortalecer la vida de todo el pueblo de Dios.
De la priora, nativa de Cantaura pero servidora en el Táchira desde que ese Carmelo se extendió acá hace 41 años, Moronta destacó que llena las condiciones que se deben tener para la contemplación: apertura de corazón, fe y amor y sencillez. “Ellas nos enseñan para nuestra vida que hay que ver, escuchar y palpar a Dios”, proclamó el obispo, al agradecer que el Señor haya puesto a la Madre María de Cristo “donde hay gracia y abundancia”.
Desde el centro del coro, la Madre escuchaba atenta, muy quieta. Apenas se echó el velo hacia atrás con los aplausos finales de la predicación. Entonces le llegó el momento de tomar el micrófono para renovar públicamente su profesión. Con sus voces de paz, las hermanas le cantaron el Te Deum Laudamus mientras llovieron sobre la priora pétalos de rosas. Detrás suyo, un gran número 50 se divisaba en lo alto de ese salón íntimo.
Tras el canto, el obispo Moronta la llamó a la pequeña ventanilla por donde reciben la comunión. Desde allí soltó un “hola” y por fin sonrió a los varios curiosos que abandonaron sus asientos y se acumularon de ese lado del altar. Ambos conversaron cerca de un minuto.
Concelebraron la misa fray Daniel Rodríguez, delegado general de los Carmelitas Descalzos en Venezuela; el presbítero William Márquez, capellán del Monasterio, y una treintena de sacerdotes de la Diócesis. Antes de la bendición final, de repente dispusieron algunas sillas en el centro del altar. Se abrieron las rejas y salió, muy aplaudida, la homenajeada. Tuvieron que contener a la gente que se amontonó a saludarla, grabarla y fotografiarla.
En unas sentidas palabras, la Madre María de Cristo dio gracias a Dios por ser hija del Carmelo, agradeció la presencia constante del obispo Moronta, ofreció un Dios les pague a los bienhechores del Monasterio y fue interrumpida por más aplausos cuando llamó “queridas hijitas a quienes quiero mucho” a las 25 hermanas de clausura que tiene bajo su rectoría en Paramillo.
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Más se emocionaron los fieles cuando el secretario vicecanciller diocesano, presbítero Ricardo Casanova, leyó íntegra una carta de la Secretaría de Estado en la que el papa Francisco la felicita y le imparte de corazón su bendición apostólica. El Seminario Santo Tomás de Aquino la honró también con su Botón de Oro en su única clase.
En la primera fila, una mujer no paraba de llorar de emoción. Azalea Quiñónez, sobrina y familiar más cercano de la Madre, evocó cuando, siendo niña, su tía solía recibir caramelos de sus padres pero, a diferencia de sus ocho hermanos, no se los comía. Un día la sorprendieron encaramada en una silla, ofrendándolos a la Virgen María. “Allí nació este amor”.
Al cierre de la celebración, se hizo una fila para saludar, felicitar, arrodillarse, llorar de alegría, hacerse selfis y pedir la bendición de la Madre María de Cristo. Desde el primero, monseñor Raúl Méndez Moncada, el sacerdote más longevo del Táchira que no quiso perderse esta fiesta, hasta la última, Emily Becerra, una colaboradora del Monasterio, desfilaron personas frente a su sillón durante más de una hora. Con la capilla sola, a la priora todavía le sobraban energías para dar consejos a los seminaristas que la acompañaron de vuelta a la clausura.