Marvin Negro es licenciada en Educación Integral. Por diez años dictó clases en instituciones del municipio Fernández Feo, zona sur del Táchira, donde, además, nació y se educó. Debido a la situación del país, decidió emigrar a España el pasado mes de agosto de 2019. Un año después, a sus 34 años, relatamos su historia, en primera persona, de cómo ha afrontado la pandemia de la covid-19 en tierras de Cervantes, dedicándose al cuidado de personas de la tercera edad, la población más vulnerable frente al nuevo coronavirus.
Hoy nos narra su historia a continuación:
—Mi periplo como emigrante en España ha constituido una vorágine de cambios en mi vida. Momentos de desolación al extrañar a los míos, matizados por el buen trato recibido por quienes me han acogido como si fuera parte de sus familias, a pesar de las diferencias culturales, sociales y gastronómicas, a las que, poco a poco, me he ido adaptando.
Desde que llegué a este hermoso país he trabajado cuidando a personas, lo que ha constituido una gran responsabilidad. Primero cuidé a unos niños. Luego a una ancianita que sufría de alzhéimer, que lamentablemente falleció. Esto sucedió hace dos meses, y además de la incertidumbre que me acechaba por la presencia de la covid-19 acá en España y en mi pueblo, San Rafael de El Piñal, en Táchira, Venezuela, desde el punto de vista laboral debía empezar de cero. Sin duda, ha sido lo más difícil que he vivido en esta etapa de mi vida.
Sin embargo, mi fe nunca claudicó. Así pues, continué con mi labor de cuidar a otra dama de la tercera edad, algo que para mí ha sido una bendición, si tomamos en cuenta que, debido al confinamiento, muchos migrantes han perdido sus trabajos.
“La covid-19 me ha tocado cerca”
Con la llegada del nuevo coronavirus a España, una ola de temor abarcó la península, de extremo a extremo. Según se dijo, las marchas multitudinarias del 8 de marzo, por el Día de la Mujer, habrían sido el principal foco.
Cuando se desató la crisis de salud provocada por el nuevo coronavirus, sentí mucho miedo. La incertidumbre por enfrentar una pandemia a más de 8 mil kilómetros de mi terruño natal, tan lejos de mi hija, de mis padres y mi hermano, no fue ni ha sido fácil. Pensar que pudiera pasarme algo lejos de ellos ahondaba mi desasosiego. Y valga decir que, actualmente, con los nuevos rebrotes, este sentimiento sigue frecuentándome cada día.
Por el hecho de trabajar cuidando a personas mayores comencé a cuidarme, a extremar las medidas de bioseguridad. En este sentido, he pasado varios sustos, pues tres personas cercanas han dado positivo en las pruebas PCR. Han sido momentos de gran tensión, en donde gracias a Dios me he mantenido fuera de las estadísticas, lo que me ha permitido seguir trabajando con tranquilidad.
En medio de este escenario y, a pesar de los temores, siento que mi vida ha experimentado un crecimiento afectivo importante. En este particular, la dama mayor que actualmente cuido en esta espléndida ciudad de Zaragoza, en la Comunidad Autónoma de Aragón, así como su familia, ahora son parte de los míos, son mi nuevo tesoro. Me siento con el deber moral, ético y vital de cuidarme al máximo y cuidarlos, esperando que pronto termine esta pesadilla y podamos volver de nuevo a la normalidad.
“El saber que están bien me anima a seguir”
En cuanto a mi familia en Venezuela, los extraño siempre y ruego al cielo por mi pronto regreso. Cada vez que nos comunicamos mis ánimos se renuevan al saber que están bien y con salud, a pesar de la pandemia y de la crisis del país.
Son las 6:00 de la mañana en Zaragoza, y según avizoran los expertos en meteorología, a pesar del verano las temperaturas se mantendrán entre los 22 y los 29 grados. Y entonces me imagino a mi niña aún durmiendo y a mis padres, mi hermano y sobrinos en medio de la noche, en mi querido pueblo de San Rafael de El Piñal, que tanto extraño. Ellos son mi motor, mi motivo, mi todo.
Raúl Márquez