Reportajes y Especiales
La Quinta Avenida, en el corazón de una ciudad que impacta el ambiente
viernes 24 octubre, 2025
Voces de San Cristóbal…caminar por la avenida Francisco Javier García de Hevia
Decimanovena entrega
Freddy Omar Durán/ Periodista
Muchos piensan en la avenida Francisco García de Hevia desde su puntual aporte a la ciudad desde las comunicaciones viales y el movimiento económico, más poco se reconoce el impacto ambiental cuyas consecuencias se extienden a todo San Cristóbal.
Para el año 1967 aun las políticas ambientales no pesaban en las decisiones de planificación de los municipios, y esto incidió en que el concreto se haya impuesto sobre la naturaleza.
Ya comenzando la década de los setenta, el impacto ambiental sí se valoró a la hora de construir las otras grandes avenidas de San Cristóbal, como las avenidas Batalla de Carabobo, España y 19 de Abril, y por supuesto la diferencia se patentizan en aceras e islas donde el verdor aflora.

Pero no solo las políticas públicas en materia ambiental apenas estaban en pañales, hay que anotar que para 1967, existía la San Cristóbal de la neblina y la temperatura de madrugada de los 20 grados centígrados o menos, amén de que era de menor tamaño y por ende con menor capacidad de generar contaminación.
Pero ese descuido de más de 55 años atrás, en concepto del ingeniero ambiental Ronny Chacón, profesor de la Universidad Nacional Experimental del Táchira, para nada es irreversible, y no se trataría solo de forestar, ya que se necesitaría de una política ambiental muy amplia que contempla la minimización del ruido urbano, el tratamiento de desechos sólidos, el control de la emisión de gases tóxicos de los vehículos y un replanteamiento de la arquitectura y la infraestructura pública en pos de suavizar el microclima, y recuperar la estética, un aspecto ecológico significativo.

Como se observa en los periódicos de la época, en la inauguración de la avenida Francisco García de Hevia se lucía con árboles que la depredación constructiva derribó convirtiéndola en un cuasi desierto que no respira, sólo expulsa CO2, acumula mugre, genera calor y ruido.
Esta arteria vial es el testimonio de un sector central comercial que se levantó luchando contra la naturaleza, sobre la tumba de muchas cañadas y bosques, que no han muerto del todo y que valiente y silenciosamente protegen la vida contra los abusos de la civilización.
No obstante, en sus extremos norte y sur la avenida recibe el adorno de algunos árboles, mientras muy cerca las quebradas La Parada y La Bermeja, así como plazas ubicadas en carreras vecinas le lanzan algo de frescor, aunque la ciudadanía mal les pague ese ignorado servicio con más contaminación y devastación.
Ciertamente la alcaldía capitalina ha hecho un esfuerzo por el decoro y el tratamiento de desechos sólidos con la instalación de contenedores y la acción de cuadrillas de limpieza, y de otra parte los comercios que desarrollan vida comercial ponen su cuota de pulcritud; no obstante, la falta de consciencia ambiental hace que muchos se crean con derecho de tratar a las aceras y calles en una gran “caneca”, o hayan abusado de los contenedores, a tal punto de convertirlos muchas veces en problema más que en solución, cuando terminaron casi que siendo el vertedero de todo el centro e incluso las zonas residenciales vecinas. Otros han sido destruidos.
Aunque el impacto de ambiental de la avenida puede medirse en conjunto, entre las calles 7 y 9 con su ruido, mayor afluencia de transeúntes y vehículos, así como sus altos edificios, llega a su punto más crítico, que gradualmente va aflojando tanto hacia el norte como hacia el sur, sin desmeritar la intensidad que recupera en sus puntos extremos.
El gran volumen de desechos gaseosos no solo la propicia la cantidad de automóviles, motocicletas y busetas de gran parte de las líneas urbanas y suburbanas en recorrido por San Cristóbal: un tráfico caótico en el que cada arranque del vehículo al cambiar la luz del semáforo entrega su cuota de contaminación al aire que ligeras reverberaciones se evidencian a la vista del observador casual.
En tensión con el prodigio natural
San Cristóbal de 1967 no solo se distingue de la San Cristóbal de 2025 por las transformaciones al interior del ámbito humano y sus consecuencias en el expansionismo urbano. La memoria de los de mayor edad, nos recuerdan, una apacible, atemperada, y de alguna manera aún bucólica comarca que con la ampliación de la carrera 5 soñaba ingenuamente con ser metrópoli.
Casi todo el año la lluvia era la constante climática, pero sin ser tan nefastas como las tormentas de hoy en día. A la puntual visitante neblina, con el crecimiento de la modernidad, los edificios le cerraron el paso cuando no la espantaban con su gris aspectos; los vehículos, el ruido espantaron su transitar; la acera caliente quemaba sus pies, y la ausencia de árboles negaba cualquier húmeda morada.

Como explicó el ingeniero Ronny Chacón, cuando se dio el proceso de ampliación de la construcción de la entonces carrera cinco del Centro que conllevó la expropiación de propiedades y “recortar” inmuebles, se ganó espacio para el asfalto y el cemento y nunca para jardines y arbustos, ni en las aceras, ni en islas eliminadas.
Todavía Estados Unidos no había implementado la Ley Nacional de Política Ambiental de EE. UU. (National Environmental Policy Act), conocida como NEPA (1969), ni Naciones Unidas había celebrado la Conferencia de Estocolmo de 1972, y tampoco en Venezuela se había expedido la Ley Orgánica del Ambiente de 1976.

“Cuando hay ausencia de vegetación pasa el efecto “isla del calor” que suma varios factores. En primer lugar el tema de la radiación solar que es absorbida por el asfalto, la acera, y los colores oscuros de los edificios. Cuando los vehículos se estacionan los motores siguen calientes. Hay estudios en Viena que indican que hasta el 30 por ciento del stress térmico es responsabilidad de los vehículos en marcha y estacionados. También está el factor combustión regulado por el decreto 2630 E73, y que se relaciona con el poco mantenimiento como con la calidad del combustible. Se da una combustión incompleta por las fallas en los motores y facilita mayor emisión de monóxido de carbono y óxido nitroso que se mantienen como una “capa” en la avenida, y absorbe el calor del sol en una especie de efecto de invernadero. La vegetación en este caso ayuda a que se absorban esos gases nocivos y no sirven de acumuladores de calor”.
A esa elevación de temperatura ha venido contribuyendo el preocupante fenómeno planetario que superó los pronósticos más desalentadores que fueron superados en 2025 según la ONU en 1,7 grados Celsius. Una buena arborización, que además procura la sombra que en apenas algunos tramos las edificaciones alrededor de la vía ofrecen, tiene la capacidad de bajar la temperatura hasta 4 o 5 grados.


Pero los vehículos no solo generan gases y calor: su ruido por defecto de su maquinaria o por intencionalmente manifestar sus conductores el poderío en velocidad y potencia de sus “máquinas”, se suma al repertorio de factores contaminadores. Su estruendo se incorpora a una sinfonía confusa de la que participan los locales comerciales que creen que la música a todo volumen atrae clientes.
“Es una zona donde gran parte del parque vehicular y del transporte público que proviene de San Cristóbal y otras poblaciones tachirenses transita por la Quinta Avenida. Eso va concatenado con el tema de la contaminación acústica, alimentada por vehículos con resonadores, otros ruidosos por el mal mantenimiento -o incluso usados para desde altavoces propagar alguna publicidad. Ahí tenemos a los locales comerciales que no tienen un sonido de ambientación interno, sino externo, creyendo que así atraerán más compradores cuando lo que hacen es alejarlos”.

Basuras, un tema álgido
Esa gran confluencia de todas partes de la población por la Quinta Avenida y la actividad misma comercial del centro contribuye a una ingente producción de desechos sólidos tanto orgánico e inorgánico, que una falta de conciencia e instrucción ecológica de la ciudadanía hace más problemática, amén que se requiere una prestación continúa del servicio tanto de recolección como de higiene de los espacios, ya que de basta un día en dejar de prestarse para que de repente todo se llene de basuras y desaseo.
La colocación de los contenedores resulta una solución innegable al problema de la acumulación de desechos sólidos; pero como tal debe entrar en sincronía con un oportuno y eficiente servicio de recolección, así como una consciente cultura ciudadana que deje de considerar a aceras y calles como vertedero: de lo contrario más que solución propicia inconvenientes antihigiénicos aún mayores, dando lugar a malos olores, proliferación de animales y nido de enfermedades.
Aconsejó que hay que visualizar en algunos espacios aptos para colocar esos contenedores lejos de comercios y que no sea problemático para el tránsito peatonal, ya sea en una esquina o en las calles transversales a la avenida o en espacios donde no haya un comercio. Al instalar una batería de contenedora se debe tomar en cuenta un análisis para determinar cuáles son los puntos, las cantidades y la distribución permitida. Hay que cuidar que se mantenga limpio y debidamente encapsulado. El horario de recolección debe ser el adecuado, antes o después de la jornada laboral, y debe ser eficiente. Es necesario la educación tanto del ciudadano de a pie como de los dueños de los comercios que al fin y al cabo son los más afectados por la acumulación indeseada de desechos sólidos; así como un monitoreo continúo procurando que se respete el esquema de medidas.

Soluciones
Pero no todo está perdido en materia ambiental en lo que se refiere a la avenida Francisco García de Hevía; sin embargo tomar las medidas necesarias no puede provenir de una improvisación administrativa ya que urgen estudios técnicos que den con soluciones efectivas.
“Dentro del tema de las soluciones son necesarios los estudios entre ellos el mapa de ruido, los monitoreos de los puntos de mayor emisión atmosférica, y de fuentes móviles. Identificar aquellas áreas donde se puede hacer una intervención integral arraigando el factor naturaleza pero con especies que sean autóctonas y especializadas en la captación de gases nocivos”, explicó Chacón.
A su criterio, “se debe manejar como asunto de cultura ciudadana la separación de los residuos, para el reciclaje de papel y plástico. Son acciones que poco a poco van incorporándose y en el cual debe valorarse el rol de la academia, a través de investigaciones, y servicio comunitario, y también con la participación del Ministerio del Ecosocialismo. Se trata de aplicar la ciencia y la ingeniería ambiental, así como la arquitectura en proyectos de desarrollo sostenible para mitigar, reducir y prevenir el impacto ambiental”.








