Desde Peribeca, hasta Zorca Providencia, la quebrada La Zorquera dio un vuelco radical a la historias de más de 200 familias, y aunque las pérdidas materiales resultan hasta los momentos incalculables, inclusive con la destrucción total de algunos inmuebles, ciertamente el torrente embravecido, a una altura superior al metro y medio, pudo ahogar o arrastrar a muchos pobladores, que literalmente tuvieron el agua hasta el cuello, lo que fue impedido por la acción decidida y oportuna de muchos vecinos.
A primeras horas de la mañana del miércoles, un caudal más conmovedor, intenso y cálido que el de la encabritado afluente surcó por muchos rostros: lágrimas que brotaban para expulsar de las almas los últimos resquicios del miedo y el insomnio; lágrimas de duelo ante pérdidas que, si bien no fueron humanas, sí conllevan irreparables años de sacrificio y que, con esta situación económica, difícilmente se podrán reponer.
—En mis más de 30 años viviendo aquí, jamás había visto a la quebrada portarse así, con tanta destrucción. Tuvimos una emergencia en Zorca San Isidro a principios del 2000 por las lluvias, en la cual se vino la montaña abajo y destruyó casas y la plaza principal. Entonces estuvieron aquí muchos medios de comunicación. Nosotros incluso tuvimos que irnos a casa de unos familiares por unos días— afirmó Ligia Sierra, residente de Zorca San Isidro.
Y si bien La Zorquera había en muchas ocasiones crecido y se había metido por el patio trasero de las casas, con una “limpia” invasión, y en diversas ocasiones se había cebado en las vías de acceso, esta vez tomó carretera y vereda, con inusitada fuerza, especialmente en el tramo que va desde el puente sobre la vía principal de Zorca San Isidro, hasta el puente que comunica al sector El Paraíso, a 20 minutos de San Cristóbal.
Sobre dicho tramo se desbordaron dos corrientes, que precisamente tuvieron violenta salida por ambos puentes, bajo los cuales yacía, a modo de represa, una densa sedimentación de material sólido natural, una tupida vegetación y basura, que años atrás era barrida por maquinaria de los entes municipales y estadales, solicitadas recientemente en diversas ocasiones. Esa anhelada maquinaria, por cuenta del Ministerio del Transporte, hizo su aparición posterior a la tragedia, el viernes, realizando una remoción sobre el cauce que los pobladores de San Isidro contemplaban con alivio.
Salvados por un milagro
Fue una lluvia atípica la de este martes, de moroso paso, que en Zorca San Isidro no solo se vio venir, pues fue escuchada con canto leve y progresivo, preludio de un estruendoso concierto fluvial, en el que rocas, muebles, cerdos y ganado, flotando, sonaban con aciagos redobles, ya para las nueve de la noche, poniendo a toda una comunidad en sobre aviso de los grandes estragos ocurridos a las once y media de la noche.
Su ímpetu y grandes dimensiones solo presagiaban lo peor, y hoy las fachadas demolidas de las casas dan cuenta aún de su furor. Pero más sorprendente que la instalación apocalíptica concebida por el evento natural, fue el hecho de que no haya habido ni muertos ni heridos.
Rogelia Morales, una venerable dama de la tercera edad, se llenó de espanto en el momento el que desde adentro la corriente reventó el gran portón del estacionamiento del vecino del frente, desde el cual saldrían flotando tres carros. Antes de arrancar montaña arriba por una alta escalinata, contemplaba cómo otros vehículos, muebles, marranos y ganado también nadaban . Otras personas se refugiaron en los pisos superiores, y algunas hasta se treparon al techo. Los que salieron a curiosear tuvieron que devolverse, padeciendo segundos interminables, intentando abrir las puertas con el agua en la cintura.
—Aunque intentamos –relata Morales- poner algunos corotos a salvo en la parte de atrás, como a diez metros, poco se salvó; todo lo volteó la corriente, y nos tocó al día siguiente limpiar el barro de los muebles y descartar lo inservible.
La quebrada, salida del cauce por la presión de no poder circular con normalidad debajo del puente, atacó a mansalva a esa casa, y tan impetuoso curso fue a dar al hogar de Santiago Primera, su señora Victoria y una de las hijas, rescatados a través de un boquete que se abrió en el techo, gracias a vecinos que en sus propias viviendas también estaban viviendo el terrible trance de perderlo todo en cuestión de minutos, y lograron conseguir milagrosamente una escalera.
Otro punto de desfogue lo encontró por la morada de Ángelo Passini, al otro extremo ya cerca de la vereda El Paraíso, edificación de dos pisos donde también funcionaban una carnicería y un taller mecánico. Lo único que quedó en pie fue la habitación del italiano de 61 años, residente en Zorca desde hace 45 años. Los escombros de la platabanda, árboles y un ovillo gigante de vegetación lo salvaron de una muerte segura. Prácticamente, volvió a nacer.
—No dio tiempo de nada, eso fue como una bomba: cuando escuché fue ¡boom! Si hubiese abierto la puerta de mi habitación en ese momento, muero ahogado. Fue a las tres de la mañana que me rescataron unos vecinos— relató Passini.
Unos metros más abajo, La Zorquera sobrepasó el techo de una casa, depositando en su entrada troncos de árboles que solo a punta de hacha pudo remover el Cuerpo de Bomberos de San Cristóbal.
Volvieron a nacer
El bulto del Niño Jesús y la Virgen de Táriba no fueron tocados por la violencia de las aguas; pero los dos vehículos reducidos a chatarra en la propiedad de Ana Lagos, muchas paredes de su vivienda, sus muebles, su pequeña granja de pollos y ovejas, y demás pertenencias materiales, no contaron con igual suerte.
En cuestión de minutos su vivienda en el sector Vista Alegre, colindante con la quebrada, fue arremetida por dos frentes, el que descendía por la vereda y el que se desbordó por la parte de atrás.
–Gracias a Dios estamos vivos –testimonió la señora Lugo- Yo salí y me asome hacia la vía principal, y vi que la quebrada estaba un poco alta y que no había desbordado el puente; pero nunca pensé que ella se fuera a salir por otro lado. Yo venía con la intención de decirle a mi hija Génesis –aún en su dieta de parto- que huyéramos a la calle. Cuando entramos ya habían llegado las aguas. No nos dio chance. Mi marido se montó a las rejas de la entrada, y junto a él estaban las hijas de la vecina de al frente, e intentando trasladarlas allá, y casi los tres son arrastrados. El agua me llegaba hasta la cintura, yo me veía muerta y así se lo dije a mis hijos.
Primero sacamos al bebé de un mes de nacido, envuelto en cortinas, con la ayuda de un mecate jalado por los vecinos, después salí yo, mis hijas y de último el marido mío, atrapado entre la crecida y la reja. Nos quedamos sin ropa, sin colchones, sin electrodomésticos, sin nada. Una piedra quebró totalmente una pared, y cuando regresé al segundo día para darme cuenta cómo había quedado la casa, encontré mi cama encima de la peinadora.
Freddy Omar Durán