Reportajes y Especiales

Los cofrades, en la procesión del silencio del Viernes Santo en Táriba

12 de abril de 2023

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La procesión es solemne. En la basílica de Nuestra Señora de la Consolación la historia religiosa sigue dejando huellas en el sendero de la vida. Todos los cofrades y penitentes, a excepción de los más pequeños, se preparan para vivir la Semana Santa y participar en todas las manifestaciones de la iglesia católica. Es una tradición en la parroquia Nuestra Señora de la Consolación, una de las más importantes del estado Táchira.


José Luis Guerrero Sánchez


El dato…

Las cofradías Hermandad del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de las Angustias, Nuestra Señora de la Soledad y de las Angustias, Nuestra Señora de los Dolores, fueron creadas en 1968. Han pasado 55 años.

Desde hace 55 años se celebran las procesiones en la Basílica Nuestra Señora de la Consolación. Se suspendieron durante la pandemia. (Foto/José Luis Guerrero)

De interés…

Cada cofradía luce ornamentos y accesorios diferentes. Destacan, el Viernes Santo, las mujeres de la hermandad Nuestra Señora de la Soledad y de las Angustias, trajeadas de negro; lucen en la cabeza una alta peineta, cubierta con una mantilla.

Los cofrades o penitentes esperan el inicio de la procesión. Manuel Mendoza coordina todos los detalles. (Foto/José Luis Guerrero)

I


La marcha procesional de la banda de guerra impone el caminar de los cofrades o penitentes que van en la procesión anual de Semana Santa. Es Viernes Santo.

Se mantiene un compás, un ritmo lento, al dar los pasos muertos, los pasos oscuros, por las calles de Táriba, al norte de San Cristóbal, mientras el retumbar de los tambores se escucha con toda su intensidad. Es un fuerte sonido  que nadie interrumpe, junto al sonar de la  trompeta que anuncia la marcha fúnebre. Es el paso de la procesión que parte del interior de la basílica menor de Nuestra Señora de la Consolación. Lo hacen por la nave central.

La procesión recorre el casco central de Táriba. Es una manifestación de fe del pueblo durante la Semana Santa. (Foto/José Luis Guerrero)

Cinco cofrades de la Hermandad y Cofradía del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de las Angustias van adelante. Visten túnica vino tinto, manga larga, que cubre hasta sus pies; en la cintura destaca el fajín  de color beis. Llevan en su cabeza un capirote  o cono de cartón alargado y puntiagudo de unos 80 centímetros de altura, cubierto con la misma tela beis, que cae sobre  sus hombros. Allí, de frente, dos agujeros, uno muy cerca del otro, para permitir la visión al caminar. En el colgar de la tela de raso, con ese brillo especial, se observa la insignia de la cofradía en tono vinotinto.

Los tres primeros  se destacan de los demás penitentes por lucir capas negras. Los distingue, en grado de importancia, el ribete que la adorna: dos cintas plateadas para quien porta  la Cruz Guía, que simboliza la presencia de Dios en el ritual religioso; el mismo honor para el cargador de la Biblia, las otras cuatro capas, dos de ellas color púrpura, lucen un solo ribete.  Dos cofrades llevan, cada uno, un cirial de gala, con la vela encendida, los otros, dos faroles.

Otros cofrades de esta hermandad  usan  capa beis. Sólo la portan los  miembros de la junta directiva. Guantes blancos, zapatos y medias  negras, les revisten como cofrades o penitentes. Algunos van descalzos.

Manuel Mendoza coordina la procesión. No es la primera vez que lo hace. Es parte de la misma cofradía y este Viernes Santo, con lista en mano, ordena a cada una de las ocho cofradías que hoy participan. Los asistentes de cada grupo revisan que todo esté en orden: las velas, los guantes, las lámparas, las flores, las capas. Hay muchos detalles.

Detrás de los cinco primeros cofrades  va la banda de guerra de la iglesia  que dirige Alexander Castro. Es el guía de sus 12 integrantes, entre ellos, este año una mujer.


“Hace varios años la banda, con sus notas oscuras, guiaba los pasos de los cofrades. Antes se hacían ensayos de pasos con los integrantes de las cofradías, pero ya no. Eso se perdió y es lamentable. Se mantiene, a lo largo del recorrido la misma marcha, insisto de tiempos muertos y notas oscuras, porque estamos de luto. Ha muerto Jesús”, dice mientras organiza a su grupo que igualmente viste túnicas negras y una capa corta, hasta la cintura, con gorro puntiagudo que cubre la cabeza y parte del rostro. Unas son negras, otras moradas.


 

La banda en el pasado (Foto/Cortesía)

El ruido de la banda anuncia que vienen las cofradías.  Son muchos los cofrades, entre  130 y 150 personas. Caminan a lo ancho y largo de las carreras planas 4 y 5  y un trecho de las calles 3 y 8, algo  empinadas, en la capital del municipio Cárdenas. La procesión partió a las 9:20 de la noche.

Es Viernes Santo. La iglesia católica conmemora la pasión y muerte de Jesús en la cruz. Es un día muy importante para los creyentes, que van al templo a las actividades de la iglesia, luego a degustar un pastel con un vaso de masato, churros con azúcar o leche condensadas, diversidad de dulces abrillantados, distribuidos a un costado de la iglesia en diversos puestos de calle. Es parte de la tradición.

Niños, niñas, adolescentes y adultos cumplen un ritual. Es  el protocolo solemne de los días santos. Todo enmarcado en la Semana Santa 2023 de la basílica, la tercera de las existentes en Táchira. Le siguen la del Espíritu Santo, en La Grita y San Antonio de Padua, en San Antonio del Táchira, municipios Jáuregui y Bolívar.

Los niños integran la cofradía Nuestra Señora de la Esperanza. En sus trajes destaca el color verde. (Foto/José Luis Guerrero)

Los penitentes caminan ordenados, los niños son los más inquietos. Uno, detrás del otro. Los grupos van separados por los estandartes de cada cofradía. La banda no deja de tocar el mismo paso muerto. Hay luto. Muchos de ellos van acompañados por la luz de las velas y de los velones que llevan generalmente en su mano derecha. Otros, con lamparitas encendidas, de las modernas. Sus trajes, sus ornamentos, algunos con imágenes religiosas en sus largas sotanas y capas; sus accesorios religiosos, son  admirados por decenas de feligreses, visitantes y turistas que observan los detalles de la ceremonia católica, agrupados en las aceras. Los teléfonos celulares captan imágenes y videos. Se habla en voz baja. Es la procesión del silencio.

Hace unos veinte años las carreras por donde pasa la marcha fúnebre estaba despejada de vehículos. Eso es pasado.

Varios de los participantes caminan descalzos. Pagan una promesa a Dios, a un santo o a la virgen por un favor recibido. Algunos rezan oraciones en silencio. Hay cofrades guías que ordenan el caminar de los demás.

Jesús Alberto Reyes Medina va en la procesión. Porta el  estandarte de la Hermandad y Cofradía del Santo Sepulcro y Nuestra Señora de las Angustias, es presidente de esta cofradía.

El es alto y delgado. Lleva capa beis. Desde hace 15 años es miembro de  esta cofradía de los mayores fundada en 1968 y ha sido durante  10 años su presidente. La integran 50 hombres y mujeres oriundos de Táriba y de otras zonas del estado. Sólo se debe ser mayor de 15 años, con autorización de sus padres, para incorporarse.

Jesús Alberto vive con pasión la celebración de la Semana Santa, y lo solemne de esta costumbre de la iglesia católica. Los cofrades  acompañan a las imágenes religiosas al dar su paseo anual en medio de manifestaciones de fe, de un pueblo creyente en Dios en esta zona de los andes, al occidente de Venezuela.

El, también es coordinador de las otras nueve cofradías de esta parroquia, una de las más importante de la Diócesis de San Cristóbal. Templo de peregrinación a la virgen de la Consolación de Táriba que apareció hace más de 400 años en una tablita, protagonista cada 15 de agosto de su día central evento al que asisten miles de personas venidas de todos los rincones del estado, del país y del Norte de Santander, por Colombia.

— La más antigua de las cofradías es la de Jesús Nazareno, fundada hace más de 90 años, que agrupa a los niños;  Santísimo Sacramento, es otra;  Nuestra Señora de la Soledad y de Las Angustias, integrada por señoras y señoritas que visten elegantes trajes de negro, con hermosas mantillas sobre las peinetas en su cabeza;  Nuestra Señora de Los Dolores,  por un grupo de  señoritas;  Corazón Ardiente de Cristo, también por jóvenes de la parroquia; Nuestra Señora de la Esperanza, por niños y niñas, De la Santa Cruz, Divino Niño y este año se estrena Jesús Resucitado, iniciativa del padre Burelli, rector de templo — detalla “Chucho” como le conocen en la iglesia y en la población.

La mayoría de estas cofradías fueron creadas por el padre monseñor Alejandro Figueroa Medina, consagrado por su Santidad Juan Pablo II obispo de Guanare, en el estado Portuguesa. Ya falleció. Fue párroco  en la basílica de Táriba durante más de 25 años. Acompañado del sacerdote Marín,  nacido en España, quien era vicario cooperador de la parroquia, ambos se organizaron para fundar las cofradías de Nuestra Señora de la Soledad, Nuestra Señora de los Dolores y Hermandad del Santo Sepulcro.

— Como el sacerdote era español, propuso crear las cofradías, esa manifestación de religión propia de España, por eso la similitud en los trajes y accesorios con los nuestros. Por ejemplo, las señoras que integran la cofradía Nuestra Señora de la Soledad visten igual a las de Sevilla que destacan por el color negro en los trajes y la mantilla. El uso de los capirotes y de las largas túnicas, así como otros ornamentos, son parte de esa costumbre española.  Las otras cofradías de Corazón Ardiente de Cristo, Divino Niño Jesús, Señora de la Esperanza, De la Santa Cruz, es trabajo del sacerdote  monseñor Sixto Gonzalo Somaza a mediados del año 1982 —recuerda.

Mientras la banda de guerra toca su marcha fúnebre los cofrades de la Hermandad del Santo Sepulcro se alinean, uno detrás del otro, a lo ancho de la calle. Todos van en silencio. La luna llena ilumina el camino junto con los faroles de algunos postes del alumbrado público. En algunos tramos reina la oscuridad y todo es más misterioso.


 

II


Luis Guillermo Reyes (+) fue cofrade en la  misma parroquia. Integró la cofradía Jesús Nazareno, luego la del Santo Sepulcro. Su hijo, Jesús Alberto siguió sus pasos. Lo ha tomado muy en serio porque se prepara para ser diácono permanente al servicio de Dios, de la iglesia y de los hombres.

Una cofradía o hermandad en la iglesia se crea con autorización del párroco. Definida la idea principal, se convoca a un grupo de personas para explicar la iniciativa. Generalmente es el sacerdote quien dicta los lineamientos a seguir. Se trata de un grupo de apostolado al servicio de la parroquia, de Dios y de la comunidad, que realiza actividades durante todo el año. Son hombres y mujeres activos dentro de la iglesia en festividades como  misas de aguinaldo y el día de la virgen. Cada una se rige por estatutos.

— Yo me inicié, desde niño, en la cofradía de Jesús Nazareno. Entre los años 1980 y 1984 fui monaguillo en la basílica. Un día le dije a monseñor Somaza para crear la cofradía del Divino Niño Jesús y lo aceptó. La creamos y sigue vigente. Me fui  a estudiar el bachillerato en el seminario Santo Thomás de Aquino, en Palmira, luego pasé a la cofradía del Santo Sepulcro desde 1989. Hace 34 años ingresé como miembro activo y durante los últimos 10 años soy el presidente — recuerda.

A ambos lados de Jesús Alberto, quien tiene 51 años, van otros cofrades. Unos portan las heraldas, otros el bastón de mando, un tubo de aluminio que finaliza  con una cruz. La música sacra se escucha a lo lejos, en medio del silencio de la noche.

Los cofrades adolescentes y adultos deben asistir a la misa, prepararse con la sagrada comunión y confesión porque no es solo venir a revestirse. Para cada uno de ellos lo más importante es la eucaristía. Previo a las actividades de la Semana Mayor, asisten  a talleres de formación sobre la cuaresma, qué es la Semana Santa, entender el por qué se celebra.

A cada uno de ellos se les orienta sobre el ayudarse como hermanos, además es muy importante  ser testimonio, ejemplo en la escuela, en su  familia, en el liceo, en su comunidad.

Integrantes de la cofradía del Santa Sepulcro y Nuestra Señora de las Angustias de hace varios años. (Foto/Cortesía)

En esta temporada, luego de seis años de estar fuera del país, residenciado en Medellín, Colombia, se ha incorporado Yeferson Colmenares. Tiene 31 años y es oriundo de Táriba. Le han dado el permiso para revestirse otra vez, como lo hizo por primera vez hace 15 años.

— Estoy alegre, muy feliz de  participar nuevamente, ser parte de  la cultura religiosa que se vive en Táriba -responde con amabilidad dejando escapar el acento colombiano-. Me gusta ser parte  de estas actividades de la iglesia. Desde niño  me ha gustado siempre la cofradía, la Semana Santa, los pasos, la vestimenta, lo que se vive, lo que se siente… todo me ayuda  a reforzar la fe en mi vida, a ser mejor persona.

Yeferson sigue los pasos de su padre, Jhonny Colmenares, quien ahora es Hermano Mayor en la cofradía, ya no se reviste, pero apoya en todas las actividades de la fecha; su abuelo paterno, Juan Colmenares Carrero, ya fallecido, también fue cofrade.

— La gente de Medellín y  de Táriba  tienen la misma  fe en Dios. Son ciudades católicas, pero allá no existen estas procesiones de hermandad, con sus ornamentos, con  sus pasos — dice, luego de salir del templo a donde ingresó con un ramo de hermosas flores naturales, de colores, para ofrendar a la Virgen.
Yeferson Colmenares, al centro y de franela blanca, se incorporó, luego de seis años, a las procesiones de Semana Santa. En la foto con sus familiares y Jesús Medina. (Foto/José Luis Guerrero)

 


III


Las cofradías siguen sus pasos en medio de la noche. La música de la banda ya no se oye. Sí se escuchan cantos de la iglesia, que acompañan a la imagen de la Virgen de la Dolorosa, la madre de Jesús, trajeada de negro, que llora la muerte de su hijo. Con ella se cierra el evento.

La custodian las mujeres integrantes de la Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad y de las Angustias que dirige Emilia de Negrín. Es el mismo orden que rige desde su fundación en 1968, hace hoy 55 años. Se recuerda a las fundadoras Lía Medina de Miranda y a Ana Josefa Chacón, ambas de Táriba. Ya fallecieron. Son una hermandad única en el estado y en el país.

El 9 de abril de 2020, la periodista Aura Hinojosa, declaró a Diario La Nación para el trabajo: “Los cofrades de Táriba no desempolvaron sus trajes” que en estas procesiones “había un silencio sepulcral, mucha majestuosidad y respeto. Era muy placentero formar parte de ese grupo de mujeres que desfila con amor a Dios, con entrega al Creador. Se impone en nuestro grupo la elegancia, el uso de las peinetas de Cartier, traídas de España, con la mantilla. Muy gratos recuerdos”, recuerdos que ella se llevó a la tumba.

Este año participan, al menos, 30 mujeres, unas solteras, otras casadas y otras viudas.  Antes de la pandemia del Covid-19 sumaban 62 integrantes. Varias de ellas fallecieron por este virus, otras, por su edad, se han retirado.

Todas visten traje  negro: vestido, medias de nylon, zapatos, guantes y mantilla. Sobre la cabeza llevan una peineta de Cartier, muchas de éstas, traídas hace muchos años de España. En una de sus manos sostienen el farol, también negro, donde el cirio encendido  ilumina sus pasos al caminar. Se ven muy elegantes. Lucen accesorios para resaltar la belleza, van maquilladas de manera sencilla.

— Nosotras nos debemos al servicio de Dios y es acompañar al Señor, en los dolores que pasó la Virgen, al verlo camino al sepulcro. Es una tradición que llegó a Táriba desde España, allá también se  visten de negro. La mayoría de las peinetas que nosotros usamos fueron traídas de España, son de Cartier. Yo tengo 24 años en esta cofradía. Me siento muy feliz de integrarla. Es un orgullo para mí — narra Carmen Porras, antes de ingresar al templo a escuchar las Siete Palabras, paso previo a la procesión. Muchos de los presentes la observan. Algunos no saben el porqué de su vestimenta. También se les llama Las viudas de Naín.

En el recorrido cada una de las cofrades reza los 33 credos, tradición del Viernes Santo. La camándula, de color oscuro, va en una de sus manos. Para  Carmen Porras, este año, en el templo de la Consolación, hay mucha manifestación de fe, con la presencia masiva de creyentes en todas las actividades de la basílica.

Al grupo de mujeres se ha incorporado María Valentina Ramírez Velazco, de 22 años, es quizás la más joven, quien además  es integrante del Club Juvenil Táriba.  Fue invitada por su tío, Leonardo Guerrero, a formar parte de las cofrades. Ella sabe el compromiso asumido.

— Me integro a la cofradía y asumo el compromiso de todo lo que representa el dolor que pasó Jesús, y la Virgen María ante la muerte  de su hijo en la Cruz. Es representar a Táriba, a su iglesia en esta Semana Santa -responde la joven quien estudia cuarto año de Comunicación Social en la Universidad de Los Andes-. Durante la procesión, en silencio, en mis oraciones y peticiones lo haré por Venezuela, por mi familia, por mis sueños, por mis metas.

Detrás de las mujeres vestidas de negro, viene  la imagen de la Virgen Dolorosa, de aproximadamente 1,80 metros de altura.  Desde hace años ya no es llevada en hombros por los hombres de Táriba. El esfuerzo humano fue sustituido por un carruaje, guiado por cuatro custodios. En sus cuatro esquinas van cristales con los bombillos que no fueron encendidos. Sólo un reflector alumbra su rostro. Las velas ya no se usan por medidas de seguridad.

Se suma la manifestación de fe del pueblo que acompaña el recorrido con cantos y oraciones, como Leonardo Guerrero quien destaca el tener la dicha en Táriba, por iniciativa del sacerdote español Marín, de crear las cofradías, una tradición que ha perdurado con el paso de los años.


— Las procesiones deben mantenerse a lo largo del tiempo para que las nuevas generaciones vivan de cerca el amor a Dios en esta fecha de Semana Santa, observen la tradición de la iglesia, la vestimenta de los cofrades…el Club Juvenil Táriba, desde el año 1997 escenifica el viacrucis viviente. Lo más significativo e importante es que se sigan realizando todas estas actividades que tienen un solo fin: acercarnos a Dios y a la Virgen”, dice mientras camina entre los feligreses.

 

Pocos llevan velas encendidas. No hay duda, la crisis económica impide comprarlas.


IV


Jesús Alberto Reyes  reflexiona sobre la jornada cumplida. Sabe que es muy importante que más niños, niñas y adolescentes se sumen a las cofradías para mantenerlas activas. “Las puertas de la Iglesia están abiertas para todos”, afirma.

Para él, servir a la iglesia católica significa un compromiso con Dios, primeramente, un agradecimiento por tantas bendiciones que él concede a los hombres. Se siente dichoso, lleno de alegría, de satisfacción. “No hay mayor cosa que uno pueda apoyar  a la iglesia, a Dios y a la comunidad”.

Se prepara para ser diácono. En la diócesis de San Cristóbal, el obispo, monseñor Mario Moronta, dio inicio al proyecto de Diaconado Permanente que se dicta en otras diócesis de Venezuela y otras partes del mundo, autorizado por el Vaticano.

— Diácono es servidor a Dios. Se caracterizan por la palabra, la liturgia y la caridad. Somos  un grupo de  hombres de la diócesis de San Cristóbal, solteros o casados que nos estamos preparando, a ese llamado que Dios nos ha hecho para servir a la iglesia y al pueblo. Es un compromiso dar testimonio. Son cuatro años de formación. Si logro la aprobación nosotros podemos prestar el servicio a través del sacramento del bautismo, matrimonio, las exequias de los fieles difuntos, la lectura del santo evangelio, la predicación o la homilía, asesora y ayudar a los grupos de apostolado, visitar a los enfermos, entre otras cosas propias de la iglesia  — explica.

Táriba vive su tradición católica. En el estado Táchira, la diócesis de San Cristóbal, creada el 12 de octubre de 1922, tiene 93 parroquias, en los 29 municipios, con al menos 180 sacerdotes activos. Hay otras cofradías en Capacho Nuevo: Sagrado Corazón de Jesús; El Nazareno, en La Laja; Los Nazarenos   en San Antonio y en Ureña con muchos años de vigencia.

Cuando Jesús Alberto Reyes era niño los capirotes de los cofrades no le asustaban. Al contrario, le llamaban la atención aquellas máscaras con cono alargado, es la misma atención que hoy, 55 años después, siguen despertando en quienes los observan por primera vez, especialmente los más pequeños.


“No le tenga miedo. Ellos no hacen nada”, dice con su inocencia Meghan Eliana Parra Castro.

Ella es una hermosa niña de 30 meses de nacida al pasar cerca de los cofrades que cubren su rostro, junto a su prima Eimy Vanegas de seis años, que van acompañadas por sus  padres.

Los más adultos viven la historia. Viven los recuerdos de épocas pasadas como Alba Consuelo Carrillo, que vino a Táriba, desde Barcelona, estado Anzoátegui, a saludar a su familia. Observan todo en detalle para contar en sus relatos de vida. Son los cofrades de Táriba, un importante aporte para la religiosidad del pueblo católico.

La procesión ha culminado. Todos los participantes ingresan a la basílica, se sientan, organizados, en las bancas de madera y miran al fondo, la imagen original de la Virgen de la Consolación en lo alto del altar. El sacerdote los bendice para que regresen a casa. Son casi las once de la noche.

Los cofrades y feligreses han recorrido 12 cuadras, aproximadamente 1.500 metros. Los que caminaron descalzos limpian la planta de sus pies y buscan los zapatos. Los niños y niñas más pequeños ya están dormidos y son cargados por sus padres o familiares.

Los trajes y todos los ornamentos, vuelven a los armarios. Jesús Alberto Reyes, está contento.  se ha cumplido la procesión. La imagen de la Virgen de la Dolorosa posa de nuevo en su lugar, al lado izquierdo de la nave central. La lámpara que la alumbra se ha apagado.

En lo alto del altar mayor está el retablo original de la Virgen de la Consolación, testigo, otra vez, del acontecimiento religioso. Jesús Reyes y Manuel Mendoza cierran las puertas del templo. El silencio domina los espacios.

 

 

 

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