Se internó cuando su mamá y su hermano superaban el mal. Una tos seca fue la señal. Luego otros síntomas: la falta de oxígeno para respirar, desmayos y pánico. Su mente lo debilitó al tener miedo de perder a sus seres queridos, como si le sucedió al párroco de Cordero, Alexis Guerrero, su amigo y hermano de iglesia, a quien el virus arrebató parte de su familia.
Por José Luis Guerrero S.
El sacerdote Joel Javier Escalante Buitrago recibe los santos óleos dos días antes de ser intubado. Es el 15 de febrero de 2021, en la casa parroquial de la iglesia El Buen Pastor de Puente Real. El covid-19 no lo dejaba en paz. A su familia tampoco. Lo había secuestrado desde comienzo de mes.
Se preparaba desde su fe para lo que Dios quisiera. “En verdad, yo estaba preparado para la eternidad. Yo a la muerte no le tengo miedo. Como dicen los santos, ‘es una ganancia’. Cuando uno recibe los óleos, es una gracia muy particular que da confianza”, confiesa.
Su director espiritual en el Opus Dei, el padre Miguel Franchesqui, lo apoyó en su petición. Es él quien también le lleva la comunión todos los días a la habitación, en el Centro Clínico, cuando supera el covid y sale de la Unidad de Cuidados Intensivos.
“Sentí lo que siente un niño cuando hace la primera comunión. Es una llenura en el alma. ¡Qué momento tan importante! Agarré una fuerza que no la da ninguna bebida energizante”, dice.
El padre Escalante, desde que comenzó la pandemia, no se cansó de orientar a los vecinos de la parroquia El Buen Pastor de Puente Real. Lo hizo por sus redes de WhatsApp y por el altavoz del templo, sobre lo importante de cuidarse contra el covid-19.
Su grupo familiar se cuidó. Mantuvo distancia física con mucha gente, pero el virus se burla y llega a la familia Escalante Buitrago el 26 de diciembre de 2020, cuando su hermano Jean Carlos, de 40 años enferma. Él trabaja como camionero de verduras en el mercado de Táriba. Se aísla en su casa de habitación, donde recibe tratamiento médico y se cura sin gravedad. Es un año nuevo atípico, para él y los suyos.
El 12 de enero de 2021 enferma su otro hermano, Starlin José, de 35 años, también camionero de oficio. Tenía una aparente gripe, que luego de una placa de tórax deja al descubierto la invasión del mal en sus pulmones. A las pocas horas estaba hospitalizado en el ambulatorio de Puente Real, en el área de triaje respiratorio.
A los tres días, el 15 de enero, Carmen Xiomara Buitrago de Escalante, de 64 años, su mamá, también se enferma. Está, junto a su hijo, en el ambulatorio de Puente Real.
Con el paso de los días, los dos se complicaron. Necesitaron oxígeno y la máscara Cpap. El padre Joel es el único alentado, atento a las medicinas, a los exámenes de laboratorio. Muchas veces lloró en silencio, durante esos trámites. Las lágrimas corrieron por su rostro en el carro, durante las diligencias, y en la oficina del despacho parroquial, entre sus oraciones.
Contrata a dos enfermeros intensivistas, a quienes dota de trajes de bioseguridad y de todo lo que necesitaban para poder protegerse. Varios médicos los asistieron. Se turnaban. Nunca los dejaron solos y estaban allí para llenarlos de esperanza, para aplicarles todos los tratamientos. Los gastos son muy elevados. Hay mucha preocupación.
“Al principio, yo vi a mi mamá y a mi hermano casi muertos. Guerrearon y fueron muy fuertes. Hubo un momento en que mi hermano, en el área de triaje, me pide que le ponga los santos óleos. ¡Qué momento de fe!, pero a la vez, humanamente, se me partió el corazón. Me dije, mi hermano se está entregando. Pero gracias a Dios, después de ponerle los óleos, le empezó una mejoría, mucha fortaleza. Comenzó a valerse más por él”. Starlin sale de alta el 10 de febrero, y dos días después su mamá, aún apoyada con oxígeno.
La tos seca del sacerdote
Joel Escalante, desde la segunda semana de febrero, presentaba una tos seca. A los pocos días siente que le falta el oxígeno al respirar. No le presta mucha atención. Físicamente está “muy fuerte”, pero su mente empieza “a maquinar cosas” y comienza su debilidad.
“No me sacaba de la mente la muerte por covid de varios miembros de la familia del padre Alexis Guerrero, mi gran amigo, siempre hemos sido muy cercanos, como hermanos. Es de la parroquia María Auxiliadora, en Cordero. Su mamá, su hermana, su cuñado… todos murieron”, narra.
Al dar de alta a su mamá, él cae en cama, en la casa parroquial. Lo atiende el mismo equipo de salud que apoyó a sus familiares. No perdió el apetito, ni el sentido del gusto. Tampoco hubo fiebre, pero la saturación de oxígeno en la sangre, casi a 70, alertaba que el mal se alojaba en su cuerpo. Comienzan los desmayos y los ataques de pánico.
El sábado 13 de febrero se siente muy mal. Pide que le lleven al Centro Clínico. Le envía un mensaje al doctor Rolando Anselmi, amigo de la familia, para que organizara su ingreso.
Ese día, su hermano Jean Carlos y otros amigos de la parroquia le pidieron esperar. Tener fe en poder recuperarse en la casa parroquial. “Todos se llenaron de miedo. Todos me decían lo mismo, los enfermeros que me cuidaban y los médicos que me atendían en la casa cural. Yo me deje convencer ese sábado. Pero ya el domingo 14 y el lunes 15, empecé a perder el apetito, ya el cuerpo estaba sin fuerzas. Ese día recibí los santos óleos, hasta que llegó el martes 16 y no aguante más”, cuenta en detalles.
24 días de angustia familiar
La ambulancia llega a la casa parroquial y en cuestión de minutos ya estaba hospitalizado en la UCI del centro privado. Lo rodearon médicos especialistas: los doctores Yoleida Medina, neumonóloga; Prato Zambrano, internista; Hermes Gámez, intensivista; además de los tres residentes asignados al área covid y el equipo de enfermería. Todos con sus trajes de bioseguridad. Dice que se sintió como un extraterrestre.
Nunca estuvo solo. Sabía que estaba en fase crítica. Su respiración se complica. Debe recibir oxígeno por mascarilla Cpap. Se duerme. Y, de allí en adelante, no recuerda más nada.
Al día siguiente es intubado. Su estado de salud es crítico. Los médicos le cuentan que cuando era intubado parecía un toro bravo. Reaccionaba con mucha fuerza. Tiene algunos hematomas, tal vez por los brincos en la cama.
“Cuando desperté vi delante de mi cama al doctor Gámez, al doctor Manuel, un residente y dos enfermeras. No sé qué día fue ese, porque yo me perdí en el tiempo, pero lo que sí recuerdo es lo que decía el doctor Manuel, cosas personales de él que conversaba con los otros. Me quedé dormido, hasta que, horas más tarde, Julia, una de las enfermeras, que es como un ángel, fue contándome que ya había salido del peligro, que ya tenía anticuerpos. Me rogaba como una mamá que comiera. Mis brazos, mis manos, eran verdes…”.
Luego lo pasan a la UCI General, donde vive momentos más difíciles. Muchos enfermos. Se murió mucha gente, de otras enfermedades. Allí sonaban los teléfonos, los pitos de los aparatos. Aún le faltaba controlar valores básicos en la salud.
Escucha los audios del evangelio diario, gracias a los enfermeros, quienes rezaban con él. “Yo estaba tan impresionado. No hubo un enfermero que no mostrara su fe”, narra.
Escalante tiene 41 años de edad y 15 años de ser sacerdote. Rezaba el rosario de la Corona de la Misericordia y las oraciones que se sabe de memoria. Recuerda nombres de los enfermos y del personal que lo asistió.
“Recé mucho, porque era lo único que podía hacer. Al Buen Pastor de Puente Real, a mi santa Rosa de Lima, mi santa favorita; a mi Virgen de los Desamparados, a José Gregorio Hernández, a don Lucio, siervo de Dios, que fue mi vecino; al Niño Jesús, a san Roque. Pero a veces le reclamaba a la Virgen: madrecita, yo en todas mis misas le digo a la gente que quien recurre a ti no pasa hambre, ni sufre terribles enfermedades. Sácame de esto, para que la gente crea en ti y en tu hijo”.
En la UCI General recibe la visita de su hermano Jean Carlos y de su cuñada Nailet. “Allí comencé la vida de nuevo, amarlos, besarlos, quererlos más. Sentí la vida más plena. ¡Qué felicidad! Al estar fuera de peligro, le prometí a Dios ser un sacerdote santo, valorar cada respiro que me da para amar, para hacer el bien, para querer a todos. Cuando uno siente la muerte tan cerca y ve lo que ha vivido, se da cuenta de que hay bobadas que hay que quitar del camino de la vida”.
Ya en piso, a comienzos de marzo, solo en la habitación, sabe que la fase aguda ya pasó. Los días y las noches son aún para él muy largos.
La visita es restringida. Su cuerpo está débil. Ha perdido 16 kilos de peso. Nunca deja de rezar.
Ya estaba saliendo del peligro y quería tranquilidad. Pero los episodios de pánico se mantenían al no saber nada de su mamá y de su hermano Starlin. La tragedia del sacerdote amigo seguía en su mente. Las palabras del obispo Mario Moronta lo reconfortaron, así como la cantidad de mensajes de miles de personas que rezaron y oraron por su salud, en el Táchira, Venezuela y otras partes del mundo.
— ¿Por qué los episodios de pánico?
— Los pánicos míos eran el temor mental de que murieran mamá y mi hermano, y yo también, y cómo quedaban mi hermana embarazada y el niño que Dios nos encomendó para criar, Alejandro. Era pensando en ellos.
— Usted dice que estaba preparado para la eternidad. ¿Vio de cerca la muerte?
— “La muerte siempre será nuestra hermana”, dijo san Francisco. Incluso una noche, estando en la UCI General, soñé, pero como si fuera real, mi propia muerte. Sentí cómo mi espíritu salía del cuerpo, y desperté de inmediato. Le conté a la enfermera Mileidy Chacón, que estaba de guardia. Ella, otro ángel. Me hablaba con tanta sabiduría.
— ¿Hay misa en la parroquia El Buen Pastor?
— En mi ausencia, el trabajo en la parroquia no se detuvo. Los laicos llevan la administración y ejecutan los proyectos pastorales. Los integrantes de los consejos Económico y Pastoral cumplieron su trabajo. Hay misas los domingos, a las 7:00 y 11:00 de la mañana, con los padres del seminario Santo Tomás de Aquino. Yo debo recuperarme bien para volver a ser el pastor de mi rebaño.
El día de alta
La mañana del viernes 12 de marzo, la neumonóloga Yoleida Medina le informa que los riñones están funcionando bien, la creatinina está controlada… “así que esta tarde puede ir a casa. Voy a reunirme con los doctores, Prato y Gámez, para indicarle el tratamiento”.
La información de que se iba a casa corre por todo el Centro Clínico. “Era como una fiesta”, recuerda. Vio muchas lágrimas de felicidad en las enfermeras, en los médicos… “la jefa de enfermeras llegó a mi cuarto y hablaba con la voz quebrada. Me agarraron tanto cariño”, expresa.
Al salir, los médicos que lo salvaron de morir lo despidieron con aplausos. “Ver allí a las grandes eminencias de la Medicina despidiéndome con aplausos, en medio de un pasillo humano, fue muy emotivo. Yo deseaba tener medallas de oro para ponerles una a cada uno”. Muchas fotografías y videos muestran estos momentos de felicidad.
El amor de madre
Llegar a casa para el padre Escalante fue “recibir amor. La felicidad de mamá era única. Mis hermanos me pedían la bendición. Al rato me fui al altar de la Virgen, a agradecerle tantas cosas”.
Avanza en la fisioterapia con Carolina Ramírez. Terapias en las piernas y en los brazos, desde que lo pasaron a piso y ahora en la casa. Camina lento y respira por sus propios medios. Guarda reposo. Está tranquilo, rodeado del cariño de su familia y amigos cercanos.
Cubrir las deudas pendientes
El padre Escalante está muy agradecido con tanta gente que oró, que lloró, que no perdieron las esperanzas en su recuperación, y con muchas otras personas que hicieron llegar sus ayudas económicas para todas las medicinas que debió comprar, en dólares y pesos.
Hay deudas que la familia debe cancelar. Su estadía en el centro privado fue cubierta con un seguro, no así los costos de medicinas e insumos, que suman varios miles de dólares. Eso le preocupa.
Los laicos y amigos de la parroquia han organizado una rifa solidaria para poder pagar. Jugará el 16 de julio de 2021. El boleto tiene un costo de 50 mil pesos. Se rifa, primer premio, un vehículo Mitsubishi Lancer, año 2013; segundo premio, una moto KLR 650, año 2013. Premio especial de 500 mil pesos colombianos. Si puede apoyar, vaya a la parroquia o comuníquese por los números telefónicos 04166760467/ 04166760683.
“Yo vi esta enfermedad como un secuestro”, reflexiona el padre Escalante. “Todo el personal del Centro Clínico, con la mano de Dios, movida por la oración de miles de personas, logró librarme de esta enfermedad”, dice.
La familia Escalante Buitrago sigue junta. Dios así lo ha permitido.