Reportajes y Especiales

Los venezolanos en Chile que ofrecen mano amiga a compatriotas recién llegados

10 de octubre de 2017

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Médicos especialistas trabajando de conserje, sociólogas de vendedoras, ingenieros de guardias y psicólogas de asesoras del hogar, son las funciones que están desempeñando algunos de los cerca de 2.000 venezolanos -según datos que maneja el Servicio Nacional de Capacitación y Empleo (Sence) en Chile-, que eligieron la región del Bío Bío para comenzar una nueva vida.

El cambio ha sido complejo y es que los profesionales pasaron de tener una vida acomodada, con casa propia, autos y propiedades a subsistir con el sueldo mínimo y, a la vez, ahorrar para traer consigo a su hijos. A pesar de esto, aseguran que el esfuerzo vale la pena porque en esas tierras volvieron a tener aquello que en su patria les fue arrebatado: tranquilidad y calidad de vida, según reportaje del Diario Concepción de Chile.

Rebecca Quiñones, periodista de profesión y actual encargada de proyectos de Indecap, llegó a Concepción el 6 de enero. Según recuerda lo primero que le impactó fue lo limpio que estaba el terminal de buses de Collao.

“Cuando llegué me puse a sacar fotos y las envíe a mi esposo e hijos para mostrarles lo bonito que era todo. Era la forma para animarlos a la distancia”, afirmó.

Ella, al igual que muchas venelozanas, fue la primera en abandonar su país en búsqueda de una patria provisoria. Hoy tras estabilizarse está en condiciones de recibir al resto del núcleo familiar. El primero en llegar fue su esposo, Sabas Robles y para el 18 de octubre está pronosticado el arribo de dos hijos de sus tres hijos. La mayor (Massiel), por su parte, está a prontas de realizar su examen de grado para titularse de médico.

No muy distinto es el caso de María Fernanda Alfonzo. A un mes de cumplir un año viviendo en Chile, la socióloga cuenta los días para tener entre sus brazos a su hijo de 10 años. Para ella, la adaptación, el no desempeñarse en su profesión e incluso cambiar su estilo de vida, es un pelo de la cola en comparación al dolor que le significó tener que dejar al menor al cuidado de sus padres.

“Una de las partes más difíciles de tomar la decisión de abandonar tu patria es tener que dejar tu familia o tus hijos que son como tu sexto dedo. Ese dolor es indescriptible”, aseguró emocionada.

Luchar por un sueño

María Fernanda, en Venezuela, trabajó durante 10 años en el área educativa y otro tiempo cubrió la vacantes en Relaciones Públicas. Previo a dejar la callapa y la arepa, tenía un horario de colegio, con oficina propia y cientos de alumnos que la apreciaban. Hoy está detrás de un mostrador vendiendo vestuario de niños en la galería Pasaje Musalem.

Quien sí tuvo la fortuna de venirse con uno de sus hijos es Lebys Perez, aunque aún hay dos esperando el envío de los pasajes. “Cuando llegué lo primero que hice fue ir al Ministerio de Educación para ver el tema de mi hijo. Me trataron excelente y me dieron una lista de colegios cercanos de donde me iba a instalar. Al final optamos por René Louvel de Collao, ahí nos entregaron todo, inclusive el uniforme”, detalló la ingeniera industrial.

El tachirense Ebert Oliveros pertenece al otro grupo de recién llegados, aquellos jóvenes sub 30, profesionales y sin hijos, que “vinimos a luchar por el sueño de la Venezuela que nos robaron”.

El técnico en electrónica industrial y comunicador social, tenía familia que lo esperaba en Concepción por lo que su llegada fue menos caótica que en los tres casos anteriores. Actualmente, al igual que Lebys, está en el proceso de buscar trabajo, pero está consciente que el proceso es largo y que deberá comenzar desde abajo.

Una de las primeras en aventurarse en traspasar las fronteras, fue la gerente comercial con especialidad en Seguro Inmobiliario, Francia Campos. Cuando llegó, hace un año y medio, los venezolanos ocupaban el cuarto lugar de los países inmigrantes, donde los primeros puestos lo ocupaba Colombia y Perú. Hoy, en cambio, son ellos quienes lideran la lista seguido por Haití. De hecho entre sus cálculos está que semanalmente ingresan de 20 a 30 compatriotas.

Todos ellos debieron vender gran parte de su patrimonio para financiar el viaje y dejar una cantidad para subsistir, mientras logran estabilizarse. El problema es que el Bolívar está tan desvalorizado que al hacer el cambio al peso chileno el monto final no era el esperado y por lo tanto, les era de suma urgencia encontrar un trabajo.

Postular a los trabajos

Cada uno ha enviado más de 80 curriculums. Como es lo lógico, al comienzo postularon a todos los trabajos vinculados a sus profesiones, pero el tiempo pasaba y la falta de respuesta se llevaba consigo el poco dinero que les quedaba para subsistir, por lo que se vieron obligados a aceptar empleos de diversos rubros.

“Venezuela está perdiendo millón y medio de profesionales jóvenes con un alto nivel de especialización que están repartiendo su fuerza laboral en el mundo y todos están realizando trabajos menores por sueldos mínimos a cambio de seguridad social”, recalcó Oliveros.

Así fue el caso de María Fernanda, quien partió trabajando en Chile como operadora de una frutícola en Chillán. Según recuerda “los horarios eran agotadores pero tenía que hacerlo. Luego me ofrecieron ser analista de calidad y ahí me mantuve hasta que decidí venirme a Concepción”.

Por su parte, Rebeca postuló a cada universidad o instituto donde ofrecían una vacante. Llegó incluso a ser finalista de unos concursos gracias a su destacada experiencia, pero el hecho de no contar aún con los papales fue determinante para no ser seleccionada.

Entre la visa y el contrato

Todos los migrantes concuerdan en lo complejo que es regularizar su situación. Y es que resulta paradójico que entre los requisitos está la obligatoriedad de tener contrato de trabajo, por lo menos de 6 meses, para que les concedan la visa y a su vez, los empleadores requieran de ella para formalizar por escrito la prestación de servicios laborales.

Esta situación para Rebeca Quiñones se torna “un circulo vicioso, porque además te piden un contrato indefinido y eso es muy improbable porque los empleadores tienen a la gente a prueba por 15 días o tres meses, y es en ese lapso en el que debes gestionar la visa”, especificó.

Un ejemplo de lo anterior, es lo que debió vivir Francia Campos: “Luego de pasar tres meses acá conseguí un contrato, pero la visa de turista estaba vencida y esto me significó terminar en la PDI. Ahí tuve que declarar extemporánea, a pesar que durante toda mi estadía estuve en Extranjería advirtiendo que se me vencería”.

Justamente esa experiencia es la que la instó a crear la Organización de Venezolanos de la Región del Bío Bío, que tiene como finalidad ser el puente entre los empleadores y nuevos trabajadores.

“Nosotros recibimos los curriculum y los ponemos en una base de datos, entonces cuando los empleados requieren contratar gente, se contactan con nosotros y de acuerdo a los requisitos vamos seleccionando a las personas más idóneas”, explicó.

Con esto quieren evitar las malas prácticas que se ha instaurado, como es tener constantemente extranjeros a prueba y así evitar pagar imposiciones.

La iniciativa a dado tan buenos resultados que incluso algunos chilenos han llevado sus documentos para encontrar una fuente laboral.

Seguridad penquista

Desde que aterrizan, los venezolanos quedan impactados por lo que denominan “una ciudad segura”, y es que el poder caminar libremente por las calles, hablar por teléfono y volver a usar accesorios de valor, era alguna de las tantas cosas de las que se habían privado.

“Recuerdo que entré a un local y puse sobre un mesón mi celular y bajo de él 10 mil pesos, hasta que de pronto una señora me dice: ¡No haga eso, recuerde que estamos en Chile!, la miré y le respondí: ustedes no saben de inseguridad”, relata Quiñones, sonriente.

Y es que a pesar de los pro y contra, aseguran que en Chile están mucho mejor. Es más, evitan relatar episodios de discriminación o injusticias, porque no quieren que los cataloguen de mal agradecidos, “solo deseamos contribuir y desarrollarnos dignamente”.

La elección del país y de la ciudad no fue al azar, todos hicieron una lista de posibles destinos, en los que estaban incluidos Perú y Colombia. Pero la determinación fue porque “afuera de sus fronteras Chiles está catalogado como el primero en estabilidad social y económica de Latinoamérica y porque está en vías de desarrollo”, aclaró Oliveros.

Recursos desaprovechados

Más allá de su extensa experiencia laboral, los nacidos en la potencia petrolera vienen a ofrecer un importante cambio cultural. La calidez de su voz, el respeto y la alegría son uno de los tantos puntos que nos diferencian.

Otro es la resiliencia, a pesar de lo complejo y de afirmar ellos mismos que “se han convertido en topos, tapando un hoyo con otro para sobrevivir y enviar dinero a su país”, no pierden la esperanza y están convencidos que lograrán volver a tener lo que debieron dejar atrás.

Por eso, afirman que “no queremos que nos vean como los pobrecitos, que nos ayuden con alimentos o vestimenta. Queremos que nos den trabajo y verán que no se arrepentirán de hacerlo”, asevera Rebeca Quiñones.

Mientras tanto, los venezolanos seguirán saludando animadamente, aunque nadie les responda, en cada parada de bus, al subirse a un colectivo o al entrar a un ascensor. Continuarán riéndose a todo pulmón al mismo tiempo que secan sus lágrimas porque tal como afirman: “hay que echar pa’ lante que pa’ atrás espanta”.

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