Reportajes y Especiales
Manolete: un astro del toreo recordado con gran admiración
27 de abril de 2022
Eran las 5 en punto de la tarde del jueves 28 de agosto de 1947, cuando sonaron clarines y timbales en la plaza de toros de Linares, provincia de Jaén, España, para una corrida con la participación de las más importantes figuras del toreo, que deberían lidiar bureles de la ganadería de don Eduardo Miura, famosos por su bravura y sus hechuras. En los toriles estaban los animales esperando el momento de salir al ruedo, entre ellos “Islero”, quien sería protagonista, junto a Manolete, de una de las historias más trágicas de la Fiesta Brava.
Manuel Vega de Los Reyes, “Gitanillo de Triana”; Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, “Manolete”, y Luis Miguel Dominguín, conformaban aquel cartel. Los tres hombres se miraron y, tras ajustarse sobre sus hombros el capote de paseo, se persignaron e iniciaron el tradicional paseíllo acompañados de sus correspondientes cuadrillas. El público rugió con algarabía en una plaza que registraba lleno hasta la bandera. La ovación hizo que Manolete saliera a saludar desde los medios para complacer a miles de aficionados que así lo exigían. Poco después lo hacen sus dos alternantes.
Familia de toreros
Las condiciones estaban dadas para que se celebrara la corrida que formaba parte del abono de San Agustín, en parte, por la calidad de los alternantes en cartel, que ya se habían presentado en otras plazas con gran éxito artístico y económico. La tarde pintaba extraordinaria: de sol, seda y arena. Con expectativa se esperaban grandes faenas, era tarde de fiesta y emoción. Gitanillo de Triana, por ser el espada de mayor antigüedad, sería el encargado de abrir plaza.
Gitanillo coincidió con Manuel Rodríguez en diferentes escenarios, en cordial rivalidad que se inició el 2 de julio de 1939, en Sevilla, cuando fue testigo de la tarde en que Manuel Jiménez concedió la alternativa a Manolete, para entonces un joven con muchas ilusiones y deseos de triunfo, que llevaba la fiesta en la sangre, lo taurino le venía de familia.
Llegó al mundo el 4 de julio de 1917, en el barrio Santa Marina de Córdoba, barrio de toreros. Su abuelo, un modesto banderillero; su padre, Manuel Rodríguez Sánchez, matador de toros, y por el lado de su madre, Angustias Sánchez Martínez, estaba emparentado con Bebe, Lagartijo, Mojino, Manene, Recarcao y Machaquito. Era apenas lógico que un hijo, nieto, primo, sobrino, amigo y vecino de toreros, tenía que ser torero. Lo daba la casta, el barrio y la necesidad.
Huérfano de padre desde los cinco años y agobiado por las necesidades, Manuel aprovechaba la más mínima oportunidad para jugar a los toros con amiguitos, lo cual aumentó su deseo de ser torero. A los doce años, en la finca Lobatón, tiene la oportunidad de probar con becerras, dejando buena impresión. De inmediato fue llevado a los tentaderos y festivales, donde sufre uno que otro revolcón que le encienden la sangre en las venas y lo motivan a seguir adelante.
En 1931 se viste de luces para debutar como novillero en cartel donde alterna con su primo Jose Rodríguez, “Bebe Chico”, y la torera Juanita Cruz; fue en la ciudad de Cabrá, Córdoba, el Domingo de Resurrección.
Luego, Manuel ingresa al espectáculo cómico-taurino-musical cordobés de “Los Califas”, donde le corresponde desempeñar la parte seria. El 1 de marzo de 1933 va a la plaza de Tetuán de las Victorias, en Madrid, donde a pesar de no lograr una destacada actuación llama la atención de los entendidos por su habilidad al manejar la espada. Manolete siempre fue tremendo estoqueador.
Poco a poco va descollando y su singular manera de torear llama la atención del empresario José Flores, “Camará”, que en 1939 decide apoderarlo y llevarlo a la alternativa, la cual recibe el 2 de julio en Sevilla, apadrinado por Manuel Jiménez “Chicuelo”, y como testigo Rafael Vega de los Reyes, “Gitanillo de Triana II”; esto ocurre dos días antes de cumplir sus 22 años. El 12 de octubre del mismo año confirma alternativa en Madrid, siendo padrino Marcial Lalanda y testigo Juan Belmonte Campoy.
Figura del toreo
Manolete inicia a partir de ese instante una destacada carrera que lo convierte en uno de los toreros más cotizados. Logra devengar los más elevados honorarios. Considerado como uno de los grandes maestros del arte de Cúchares, viaja a América en rol de ídolo, donde era reclamado por la afición; va a México, Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú, donde cumple triunfales campañas.
Debido a los múltiples compromisos en tierras americanas, se ausenta de las plazas españolas durante el año 1946. El 5 de febrero de ese mismo año, con toros de San Mateo, forma parte del cartel que inaugura la plaza de toros de México, la más grande del mundo, alternando con Luis Castro, “El Soldado”, y Luis Procuna, “El Berrendito de San Juan”.
Al año siguiente regresa a Madrid para actuar en el festejo de la prensa, donde obtiene un soberano triunfo y sufre una cornada. Manolete fue considerado como un torero de gran honestidad, valor y singular estilo, lo que lo llevó a ocupar los primeros puestos del escalafón taurino. Sus triunfos fueron constantes, instrumentó faenas increíbles e inolvidables, como la de aquella tarde de julio de 1943, ejecutada en Las Ventas de Madrid, donde lidió a “Ratón”, de la ganadería portuguesa de Pinto Barreiros; fue su consagración. La autoridad tan solo le concedió dos orejas, desestimando la petición del público que exigía otros apéndices.
Fue uno de los toreros más importantes de la década de los cuarenta. Su fama rápidamente se extendió por España y traspasó fronteras. Un verdadero ídolo. Su forma de lidiar creó nuevos moldes para el toreo clásico. Logró imponer un pase por alto, de pies juntos y gran quietud, conocido como “La Manoletina”, cuya autoría le es atribuida al torero cómico Rafael Detrús, apodado “Llapisera”. Muchos toreros, incluyendo figuras consagradas, copiaron su estilo y sumaron la manoletina a su repertorio. Se caracterizó por toreo de gran solemnidad, ligazón de pases, uno tras otro, quietud y aguante, temple y mando, todo ello ejecutado con gran parsimonia; en calma y sin prisas, porque para Rodríguez, conocido también como “El IV Califa de Córdoba”, torear era como un rito de respeto y dedicación.
Manolete tenía un valor a toda prueba: su honradez lo llevaba a la entrega total. Su toreo elegante introdujo cambios en el uso de la muleta. Citaba de lado y toreaba de frente, con arte y sin cobardía. Por eso, el “Califa del Toreo” se convirtió en figura, en icono de la fiesta, en uno de los más grandes maestros de todos los tiempos… en leyenda.
Tres meses para el retiro
Poco o mucho se ha dicho sobre aquel fatídico día en que Manuel Rodríguez pierde la vida en Linares. Existen leyendas, pasajes y episodios que forman parte de la creatividad popular, unos verdaderos y otros no tan ciertos. Es el toreo un mundo de temores, miedos y supersticiones. La leyenda dice que Manolete llevaba la muerte escrita en la cara antes de saltar al ruedo de Linares, que en su traje de luces, holgado, cabían dos como él, que cada día estaba más pálido y delgado.
El maestro se había vestido de luces para aquella tarde en la habitación número 42 del Hotel Cervantes. Su apoderado, Camará, lo ayudó a colocarse el terno. Cuentan que, rumbo a la plaza, una carroza fúnebre adelantó al coche de cuadrillas. Eso fue considerado como signo de mal augurio. Temerosos, algunos toreros llegaron al coso, convencidos de que la tarde “olía a muerto”.
Hay quien dice que tras un tiempo jugándose la vida ante las astas de un toro, Manuel estaba cansado de torear y que al final de la temporada se cortaría la coleta. A su honestidad como torero había que sumar su integridad y responsabilidad como hombre.
Es verdad que tenía previsto dejar los ruedos. Era una decisión que fue madurando con el tiempo: “¡qué ganas tengo de que llegue octubre!», repetía, cansado de las intrigas que se tejen en el mundo del toro y la incomprensión de una afición que cada día le exigía más y más. La presión se había hecho insoportable: “el público solo está contento conmigo si voy camino de la enfermería”, reprochaba. El peso emocional que debía soportar era fuerte y no lograba deslastrarse de los problemas que mantenía con su amada madre, que nunca aceptó su relación con el amor de su vida, Lupe Sino, que también era rechazada en su entorno de torero; eso le causaba gran irritación.
En entrevista concedida al diario “Jornada”, Manolete hizo pública su decisión de cortar su coleta. “Me retiro profesionalmente al final de la temporada, pues la vida que llevamos los toreros es muy triste, aun cuando el público crea lo contrario. Es un ir y venir constante, de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustias, llevando a cuestas la vergüenza de las malas tardes, cuando el público se convierte en fiera ululante de terrible crueldad que no quiere ver las razones que hemos tenido para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornás a diestro y siniestro, que está queda´o o que, muchas veces, está torea’o antes de llegar a la plaza.
El público no quiere saber de razones. Ha ido a divertirse, para eso ha paga´o caro y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiese na. Es muy dura ¡muy dura! esta profesión. No hay que olvidar la rabia de nosotros cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida”, dijo al periodista, tal vez a manera de justificación, para rematar: “Siempre tenemos interrogantes: Dios mío ¿Cómo quedaré en esta corrida? ¿Me matará un toro esta tarde? y si la muerte me llega, me acogerá en ese momento lo feo de la cobardía o el gesto rabioso del luchador”.
Fatal tarde de Linares
«Islero», el quinto toro de la tarde en Linares, salió al ruedo en medio de la algarabía del público que esperaba una gran faena de parte del maestro. Marcado con el número 21, astifino de pitones, negro entrepelado y de poca casta, irrumpió en la arena con maña. Manolete se percató enseguida de las malas condiciones del animal, pero había que torear y para eso estaba ahí. Lo lidió con muleta, por bajo, cuajando derechazos y cinco manoletinas tremendas, dos ayudadas por alto.
Su gente también se percató de las aviesas intenciones de “Islero”, que resultaba peligroso y, tras la advertencia, le solicitaron que abreviara; Manuel se negó porque quería demostrar su condición de figura. En la arena recordó que las hechuras de los toros no gustaron en el sorteo y eso fue comentado en el hotel por sus subalternos.
Cuando el diestro entró a matar, lo hizo de manera sesgada, de dentro hacia fuera, en suerte contraria y marcando mucho el volapié, Manolete era lo que se conoce como “un verdugo con la espada”. Al tiempo que el torero arranca, el burel también lo hace. La espada encontró al animal, hiriéndole de muerte, al mismo tiempo, el pitón derecho de “Islero” se clavó en la pierna del lidiador, propinándole una cornada que lo llevó hacia arriba y le dio una vuelta en el aire, lanzándolo a la arena. La plaza entera enmudeció, “Islero” fue por el torero, que indefenso yacía en la arena, pero los asistentes evitaron que fuera nuevamente corneado.
Cronistas de la época reseñaron que Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, “Manolete”, estuvo muy por encima de las condiciones del morlaco y que a la hora de la suerte suprema se perfiló en corto y ejecutó la suerte despacio, sin prisa, marcando los tiempos con honradez, como era su estilo. Al momento que el estoque se hundía en las carnes del toro, el pitón ingresaba en el muslo derecho del maestro, asestando la fatídica cornada.
El caos y la confusión se instalaron en la plaza. Las personas que lo auxiliaron y llevaban a la enfermería equivocaron el camino e intentaron sacarlo del ruedo por una puerta que estaba asegurada. Debieron retornar y tomar la ruta verdadera, mientras un gran chorro de sangre salía de la pierna herida. El médico cirujano, Fernando Garrido, hizo su trabajo magistral; operó y reparó venas y arterias dañadas, logró contener la hemorragia. 40 minutos de operación para una cornada en triángulo de Scarpa, muy común en los toreros que resultan cogidos al momento de entrar a matar. Con trayectoria ascendente de 20 centímetros y otra descendente de 15, rota la arteria safena y contorneando la femoral, el doctor Garrido la consideró como de pronóstico muy grave.
El diestro respondió satisfactoriamente y pese a su debilidad por la pérdida de sangre, se mostró tranquilo. Cuando pasó el efecto de la anestesia, Manolete, aún en la enfermería de la plaza, se quejó ante su primo, el banderillero Cantimplas, por el fuerte dolor que sentía en la ingle.
Inexplicablemente, el paciente permaneció mucho tiempo en ese lugar. Luego, en camilla y a pie, fue llevado por la calle hasta el hospital de los Marqueses de Linares para una nueva intervención quirúrgica, que nunca fue practicada. En el hospital esperaban por el doctor Luis Jiménez Guinea, cirujano jefe de la plaza de Las Ventas, que se trasladaba por carretera para atender a su amigo herido.
Manolete expresó su gran angustia porque sabía que debía ser operado de nuevo, pero eso no ocurriría. El doctor Jiménez Guinea lo asistió en sus últimos momentos y ordenó una transfusión de urgencia para reponer la pérdida de sangre. “Don Luis, no siento la pierna”, le dijo el torero, y al rato agregó: “Don Luis, no siento la otra”. Finalmente, le expresó: “Don Luis, no veo”. En ese instante comenzó la agonía. Le sobrevino un paro cardiaco y a las cinco horas y siete minutos de la madrugada del 29 de agosto de 1947, “Manolete” fue declarado muerto. Su apoderado, José Flores González “Camará”, cerró los ojos al sinigual torero español convertido en mito de la Fiesta Brava. Existe el consenso que fue la transfusión de un plasma en mal estado, sobrante de la II Guerra Mundial, la que acabó con la vida del famoso torero.
Manolete en Venezuela
Manuel Rodríguez Sánchez “Manolete” toreó tan solo tres veces en Venezuela. Dos corridas en la Maestranza de Maracay, el primero y doce de mayo de 1946, y un festival benéfico en el Nuevo Circo de Caracas, el 19 de ese mismo mes.
En su debut alterna con el espada venezolano Julio Mendoza Palma y el diestro peruano Alejandro Montani, con toros de “Guayabita”. Su primer toro es “Naranjito”: negro, con 316, y se corresponde con el segundo de la tarde, que es recibido por “El Califa de Córdoba” con vistosas y soberbias verónicas. En el quinto de la tarde, segundo de “Manolete”, el famoso diestro recibe un pequeño varetazo en el estómago, siendo llevado a enfermería para ser atendido por los médicos de la plaza.
El 12 de mayo de 1946, Manolete vuelve a la Maestranza de Maracay en mano a mano con el diestro mexicano Carlos Arruza, actuando como sobresaliente el novillero venezolano Oscar Martínez; corrida que se celebra bajo una fuerte lluvia. A esta corrida asiste como espectador un niño de nombre César Girón, que se emociona y acrecienta su deseo de convertirse en torero, lo cual logra años después, convirtiéndose en la máxima figura de la tauromaquia venezolana.
Finalmente, el 19 de mayo de ese mismo año, Manuel Rodríguez se presenta en un festival taurino celebrado en el Nuevo Circo de Caracas, a beneficio de la Campaña Nacional de Alfabetización. Se lidian toros de “Guayabita”, alternado con Julio Mendoza, Rafael Vega de los Reyes “Gitanillo de Triana”, y los hermanos venezolanos Óscar y Ricardo Martínez. Esta última presentación fue la despedida de Manolete de la afición venezolana y de América.
Armando Hernández