Reportajes y Especiales

Mercar en la frontera con 100 mil pesos

26 de septiembre de 2020

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En los municipios fronterizos, Bolívar y Pedro María Ureña, todo se vende en pesos. Muy pocos negocios manejan puntos de venta

El Dato

Cerca de 10 millones de bolívares requiere el ciudadano en frontera para comprar los 20 productos expuestos en la lista

De Interés

En el Mercado Municipal ha mermado la afluencia de usuarios a causa del incremento de los vendedores informales en los alrededores de las instalaciones

Los supermercados de la ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira marcan sus productos con dos precios: en bolívares y pesos, mientras en la calle o en el Mercado Municipal, la mayoría de vendedores oferta su mercancía solo en moneda colombiana, la cual ha ganado terreno en una zona donde gran parte de sus productos proviene del vecino país.

Y es que el cierre de los bancos, a causa de la pandemia, ha ocasionado que la circulación del efectivo en bolívares merme casi en su totalidad. Solo en algunos locales existe la posibilidad de pagar por punto de venta; de resto, el ciudadano de a pie cancela sus compras con billetes colombianos.

Un residente de la Villa Heroica, como también se le conoce a San Antonio del Táchira, por ejemplo, puede adquirir con 100 mil pesos —que representan 25 sueldos mínimos venezolanos— unos 20 productos de primera necesidad: 2 kilos de arroz, 2 kilos de azúcar, 2 kilos de pasta, ½ kilo de café, 1 kilo de carne, 1 kilo de pollo, 1 litro de aceite, 1 kilo de lentejas y 1 paquete (12 unidades) de papel higiénico.

Tras un recorrido por supermercados y mercados, también se incluyó en la lista de los 100 mil pesos: 1 kilo de caraotas, 1 cartón de huevos, 2 atunes, 2 sardinas, 1 litro de cloro y 1 kilo de jabón en polvo. “En mi puesto, el 108 del Mercado Municipal, los precios los fijo en pesos, ya que nadie paga con bolívares”, recalcó Judith García, vendedora de 32 años.

“Mi mamá, como es hipertensa, evitamos que salga de la casa por el virus covid-19. Yo la estoy reemplazando, pero ella sigue siendo la dueña de su espacio”, aclaró la dama mientras iba mostrando cada uno de los artículos que ofrece en precios colombianos. “Ahorita, todo el que se acerca trae pesos”, reiteró.

García trabaja de martes a domingo. El lunes descansa. El cierre del negocio, a diario, es a las 2:00 p.m., dos horas antes de que inicie el toque de queda, el cual va desde las 4:00 p.m. y hasta las 10:00 a.m. del día siguiente, medida por decreto presidencial que se mantenía desde hace ya varios meses.

“Muy pocos salen

con 100 mil pesos”

“Salir a comprar con 100 mil pesos es un privilegio, casi nadie lo hace. El que lo haga, afortunado”, soltó, algo cansada y preocupada, Luz Díaz, de 37 años, quien se dedica a limpiar casas. “Son muy pocos los que piden este servicio, la gente solo está pensando en cómo lograr el sustento para comer”, dijo.

Díaz, antes de la pandemia, solía limpiar entre cuatro a cinco casas por semana. “En estos momentos, de milagro, llego a una. Hay semanas que las paso lisas, eso me aterra, pues varias bocas dependen de mí”, prosiguió mientras rogaba a la Providencia por el fin de la pandemia. “A mí, gracias a Dios, no me ha dado”, remarcó.

Al igual que Díaz, madre soltera de tres niños, hay muchas familias en la frontera con escenarios parecidos. “Uno va comprando lo del día, y se rebusca en otras cosas.  Cuando se me da la oportunidad, voy a Colombia, por trocha, y compro algunos productos que voy revendiendo en la calle. Eso me ayuda”, subrayó.

Trochas activas y sin descanso

Muchos de los productos que venden los locales formales e informales en la ciudad de San Antonio y Ureña, provienen de Colombia. El trayecto que recorren para arribar a suelo venezolano tiene como punto central las trochas o caminos verdes, como también se les llama.

“Las trochas abren durante el día y en la noche también”, aseguró uno de los tantos “trocheros” que atraviesan estas rutas a cualquier hora y por los anhelados pesos. “Paso papa, arroz, azúcar, aceite (…) Lo que me pongan, pues”, acotó en tono jocoso.

El joven, quien por seguridad prefirió no ser identificado, es consciente del riesgo que se vive. “O es esto o es morirnos del hambre. Tengo una familia que debo alimentar”, agregó.

Jonathan Maldonado

Texto y fotos

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