Reportajes y Especiales

Reportajes: Los maratonistas del transporte público

8 de octubre de 2017

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Unos caminan varios kilómetros hasta cazar una buseta. A otros les toma incluso cuatro horas llegar al trabajo. A la inflación se suma la huída de algunas unidades a rutas mejor pagadas. La gente implora a los choferes y las líneas que presten un mejor servicio. El gremio le pide a la administración pública que los ayude a conseguir insumos y repuestos baratos

 

Cada atardecer de los días de entre semana, un tropel de personas atraviesa con apuro las aceras del viaducto La Bermeja. Son las 6 en punto del miércoles y en sentido centro-terminal coinciden los pies de Karla y de Yuslay, los de Jonathan, los de Vicente y de Yajaira con los de tantos de tantas partes que, ante la falta de transporte público en sus líneas y rutas tradicionales, se desplazan varios kilómetros a la caza de alguna buseta.

Karla Tapias y Yuslay Leal, estudiantes, salieron de clases a las 5:30 de la tarde en el Iufront. Calculan que si hoy se repite otra vez ese trajín que llevan viviendo las últimas dos semanas, volverán a llegar a Palmira a las 8:00 de la noche. Pero también estiman que demorarían más de esas dos horas y media si se quedan a esperar camioneta en alguna parada de Barrio Obrero. El “milagro” no es solo que baje alguna, sino que baje y se detenga. “Porque ya ni eso. Pasan demasiado full y siguen de largo”, suelta Karla.

Jonathan Romero, profesional, avanza casi igual de rápido que las muchachas. Si ellas cuentan dos semanas, él evoca casi dos meses caminando entre tres y cuatro kilómetros desde el laboratorio clínico de la avenida Carabobo donde trabaja hasta cualquier tramo de la prolongación de la Quinta Avenida donde pueda abordar su ruta de bus, así sea guindado en la puerta.

Vicente Escalante y Yajaira Molina, comerciantes, se acompañan tomados de la mano. Saben que lo peor que les puede pasar es recorrer toda esa prolongación vial sin éxito de embarque. Desde el centro, ya antes han llegado hasta las afueras del terminal caminando en contravía a su destino, Las Vegas de Táriba.

Frente al Terminal de Pasajeros de San Cristóbal, a las 6:40, el sol dejó de iluminar las caras de los diez, veinte, treinta y hasta cuarenta pasajeros que desde hace 45 minutos o menos hacen cola desordenada por una unidad que llegará hasta La Laguna, en el municipio Guásimos. “En esta ciudad las paradas del centro prácticamente se acabaron. Si uno no camina, allá no se paran”, sentencia Carolina Hernández, una trabajadora sin carro.

Más temprano, de hecho, un puñado de pasajeros concentrados en la esquina de la Séptima Avenida con la calle 4 veía desfilar autobuses llenos hasta la primera escalerilla de las puertas. Alguno se monta a la fuerza. Otro queda con medio cuerpo en el aire.

“Estamos en una emergencia enorme”, califica Víctor Velasco, presidente del Sindicato de Transporte del Táchira, quien cataloga este panorama como “la peor crisis” que le ha tocado atravesar en sus cuatro décadas con el gremio.

El comité ejecutivo calcula que, en términos globales, hay un 70 % de flota en todas las líneas urbanas y suburbanas que “o están orilladas o han emigrado a otras rutas o estados”. Si antes eran unas 4.500 unidades de transporte urbano capitalino y suburbano corto, ahora no llegan a 1.200, estiman.

En sus marcas, listos…

Mientras Karla y Yuslay, Jonathan, Vicente y Yajaira desarrollan la potencia de sus piernas buscando una buseta escasa, otra es la dinámica en los atardeceres de la calle 5 entre carrera 6 y Quinta Avenida del centro. Esos 80 metros lineales están llenos de pasajeros, como Ana y como Delia, que sin un orden claro esperan desde hace más o menos 30 minutos su bus rumbo a la Troncal 5, cual corredores atentos y ansiosos a una voz de partida.

No ha terminado de estacionarse una unidad blanca con verde cuando ya los primeros hombres, jóvenes y libres de cargamentos, conquistan la puerta. Entre empujones y apretones, que a más de uno le recuerdan al Metro de Caracas, solo los más veloces ganan un puesto o por lo menos algún espacio en el pasillo. Adultos mayores y mujeres con niños en brazos no ven más opción que continuar estáticos en la acera.

Ana González, de 65 años, es una entre los rezagados. Obrera en San Cristóbal y habitante de El Cucharo, cuenta que suele llegar a la parada a las 4:30 de la tarde y encontrar un asiento solo entre 6:30 y 7:00 de la noche: “Aquí no hay respeto ni para mayores ni para niños. Incluso tarde me ha tocado guindada como un mono”.

A su lado también espera Delia Cáceres, empleada de un abasto en El Valle, en la vía a Zorca, que ahora está llegando a su trabajo a las 10:00 de la mañana después de cuatro horas de aguantes y andanzas desde Vega de Aza, donde vive. “Nunca había demorado tanto en trasladarme por este problema del transporte público”, se sorprende.

Cinco minutos más tarde, la unidad blanca con verde arranca sobrecargada de pasajeros. A esta cuadra suelen llegar camiones 350, pick-ups y camionetas, como la que maneja José. A su lado, instruye, caben dos personas; las mismas que sin perder tiempo ocupan los puestos de copilotos. De a poco, va permitiendo que hasta 10 se encaramen en la zona de carga.

José cuenta que empezó a trasladar pasajeros esta semana. Es su “rebusque”, admite, después de trabajar durante el día en sus labores habituales. A cambio de 1.500 bolívares por persona, cumple dos viajes diarios; uno hasta San Josecito y otro hasta Vega de Aza.

—¿Los funcionarios del tránsito le han llamado la atención?

—Hasta ahora no han molestado. Yo creo que no tienen ni moral ni derecho para decir algo y si en algún momento lo dicen, yo creo que la misma gente se encargará de explicarles por qué se tienen que montar en un carro particular para regresar a sus casas.

Con una flota de 160 unidades de transporte público, la línea Rómulo Gallegos es una de las más grandes del área metropolitana de San Cristóbal. William Molina, directivo del sindicato, precisa que a la fecha apenas tienen 50 de esas busetas en servicio.

La mayoría del 68 % de flota inoperativa está parada desde hace tres y hasta cuatro meses por falta de cauchos y baterías y, en segundo lugar, por motor y caja, detalla el vocero. A las causas preexistentes de la crisis del transporte público se han agregado otras nuevas.

En la orilla o migrantes

Es la pregunta más común en cualquier parada de transporte de San Cristóbal: ¿Por qué el pasajero ahora espera tanto tiempo -hasta hora y media los domingos, el peor día del servicio- para abordar una unidad? El titular estadal del gremio empieza su respuesta hablando de la “inflación bárbara” que azota Venezuela. Y, con el ejemplo, lo ilustra: “Comprar una unidad de transporte en diciembre de 2014 implicaba gastar casi 2 millones de bolívares. Ahora eso no cuesta ni un caucho”, compara Velasco. El mismo neumático que hace cuatro meses costaba 430 mil bolívares, ahora casi llega a 3 millones.

Es lógico que los repuestos cumplan su vida útil y que los insumos se agoten. Lo que ocurre, coinciden desde el comité ejecutivo del Sindicato de Transporte, es que a la mayoría de conductores “ya no les alcanza el dinero para reponerlos”.

“El servicio no es rentable, estamos trabajando a pérdida”, asegura Walter Márquez, de la línea La Concordia, donde de 50 unidades están trabajando 19.

Las consecuencias se sienten a lo interno y a lo externo: a lo interno, el personal de auxiliares de esa línea pasó de ser un grupo de 60 a 70 operadores a entre 25 y 30. A lo externo, las frecuencias de salida de las rutas se han dilatado a entre 20 y hasta 40 minutos entre buseta y buseta, cuando antes era de entre 5 y 7 minutos.

No es distinto el déficit en La Romera, donde esta semana laboraron de 8 a 12 unidades aunque la flota era de 40; y en la 21 de Mayo, donde son 60 y pueden salir a trabajar 20.

Otro motivo -de más reciente data- que expone Velasco, es el de las unidades que se han ido para otras líneas en las que el pasaje es mejor pagado que un urbano o suburbano corto.

Casos como el de Autobuses de Pueblo Nuevo lo refrendan: hace tres meses, 12 unidades se fueron para el Zulia porque les resultaba más rentable prestar el servicio allá. “Lo que nos está arropando es el mantenimiento de los carros”, ratifica Orlando Chacón, representante de esta línea que pasó de contar con 35, en años anteriores, a 12 vehículos activos, ahora. También en la línea Santa Teresa-Las Lomas (20 unidades prestando servicio de 80 que tenían) algunos se han ido para otras rutas en las cuales el pasaje es mejor pagado.

“Las busetas operativas prácticamente están trabajando gratis”, objeta Velasco, quien considera que 1.000 bolívares (y no 350) sería una tarifa de pasaje urbano en San Cristóbal más ajustada a los indicadores de inflación. Advierte, sin embargo, que saben lo que esto representa para el bolsillo del pueblo y que estos aumentos son mediante Gaceta Municipal.

Pero los usuarios observan más que tarifa y número insuficiente de unidades: el mal estado de algunos buses, la inseguridad y la pésima vialidad urbana y rural también son factores descritos en una encuesta contenida en la investigación “El Táchira en cifras” del Observatorio Social del Estado Táchira (OSET-UCAT).

Apretados, más de 50

En los atardeceres de la calle 3 entre Quinta y Séptima Avenida del centro, el pasajero decide en cuál de las dos colas pasa 30 minutos, una o hasta dos horas: en la de quienes desean viajar sentados hasta el municipio Córdoba -la más larga-, está Yorley; en la de quienes con seguridad irán parados todo el trayecto -más corta-, avanza Luis.

Yorley Useche, comerciante independiente, promedia que allí “pierde” hasta hora y media todos los días. Por razones económicas no aborda los camiones que también hacen traslados informales: “Aquí el pasaje son 800 y en un 350 son 1.500 bolívares, no me da la base para lo que gano”, saca cuentas, mientras se encarrila a los mecates amarillos que ponen orden a esa fila.

Luis Rodríguez, quien trabaja en San Cristóbal y vive en Córdoba, cree que parte de esa cola de los que irán de pie obedece a esta situación que denuncia: “Hay ciertas unidades nuevas que se han ido a El Piñal o a Barinas, aunque fueron adquiridas con crédito Fontur para prestar el servicio hasta Santa Ana”. Otros en la cola reclaman la migración a San Antonio. “Algunos se van para allá es a llevar gasolina”, dice, enérgica, Margarita Chacón.

Entre los 32 sentados, como Yorley, y los 20 o más parados, como Luis, cada unidad sale con las puertas cerradas, rellena con el peso de más de 50 pasajeros.

¿Cuál será el futuro del servicio de transporte público que prestan las líneas privadas tradicionales? Velasco comenta que están preocupados: “Hacemos un llamado a los gobiernos municipal, regional y nacional. Esperamos que los tres nos ayuden a resolver este problema”. Y añade: “Si no quieren que nosotros aumentemos el pasaje, entonces que los gobiernos municipal y regional nos consigan a nosotros cauchos baratos, aceites baratos, filtros baratos”. ¿Y la Proveeduría? “Ha sido un saludo a la bandera”, dice, amparado en el argumento de que les han ofrecido insumos en cantidades insuficientes. “Si seguimos así, en diciembre el transporte público urbano y suburbano corto estará colapsado”, vaticina.

Daniel Pabón

Fotos/Tulia Buriticá

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