Reportajes y Especiales
Sabores y memorias a lo largo de la avenida Francisco García de Hevia
martes 21 octubre, 2025
Voces de San Cristóbal… caminar por la avenida Francisco Javier García de Hevia
Décima sexta entrega
El dato
Con 71 años de edad, Olga Leal ha sabido adaptarse a los cambios de la avenida. Su historia comienza hace 35 años vendiendo minutos de teléfono y tarjetas de Cantv. Hoy en día, su puesto, ahora de chucherías y regalos, se encuentra consolidado frente a la Panadería San Cristóbal, en la calle seis del Centro.
María José Andrade Ochoa/ Pasante ULA/@mariajandrade64
La avenida Francisco García de Hevia se extiende a lo largo de 1.451 metros, y con el paso de los años se ha consolidado como un punto de referencia para el comercio local.
En el ámbito gastronómico, caminar por las anchas aceras de sus 13 cuadras, en todo su recorrido, conviven desde establecimientos con infraestructura propia, hasta pequeños puestos de calle con apenas una mesa para el trabajo, donde distintos emprendedores ofrecen diversos alimentos al público. En su mayoría son solo eso, puntos de venta de comida en la acera.

Cada comensal que recorre la Quinta Avenida, como también se llama a esta arteria vial, encuentra un amplio menú de opciones para comer, que puede descubrir mientras avanza de norte a sur o de sur a norte. Desde clásicos tachirenses como: morcillas, pasteles, empanadas, churros y buñuelos; locales de pollo en brasa, almuerzos ejecutivos, panaderías, hasta los tradicionales raspados o el coco frío para calmar la sed. A esto se suma una variada oferta de chucherías y pastas secas que endulzan el camino de quienes visitan el Centro de la ciudad.
La historia de Olga
Resguardada bajo la estructura de la panadería San Cristóbal, en la calle seis, se encuentra la señora Olga Leal. Con 35 años de trabajo en la avenida, se ha convertido en un ejemplo de perseverancia y transición. Desde sus 40 años se ha mantenido en la misma carrera, entre las calles 6 y 7, más no con los mismos servicios. Inició en los años noventa, a un par de pasos de su puesto actual, donde anteriormente se ubicaba un teléfono público, de los de Cantv.
— Empecé hace 35 años, alquilando minutos en el teléfono, vendiendo tarjetas de Cantv. En ese tiempo se vendían las tarjetitas -relató la señora Leal, sentada en una banquita, justo al lado del marco en una de las entradas de la panadería, la que da a la avenida. Está a la vista de todos quienes por allí van y vienen.

Recordó que en aquellos años trabajaba hasta altas horas de la noche, porque la dinámica de la ciudad lo permitía. En el mes de enero, durante eventos de la Feria Internacional de San Sebastián no descansaba. Mencionó, en especial en los desfiles de la Fiss. Durante esas fechas, ella se encargaba de traer otro tipo de mercancías, como: chupetas, dulces y cigarrillos, todos estos productos los adquiría por La Concordia.
— Bueno, esa época era todo muy bonito. Había paso de caballos –cabalgata-, de carrozas, de las reinas, de todo. Muy bonito, muy bonito (…). Antiguamente uno se estaba aquí hasta las 6 o 7 de la noche. Yo empezaba a recoger la mercancía a las 6 de la tarde, había vendedores que se iban a las 8 o 9 de la noche.
Un par de años más tarde lograría consolidarse en un kiosco, en el cual, además de los servicios de telefonía, vendía frutas a todos los transeúntes que visitaban la avenida. El espacio contaba con una estructura amplia, con unos cajones que permitían guardar la fruta en la parte interior, con una cesta en ambos lados; en ese espacio solían ir los duraznos y las mandarinas. Los cambures los colgaba en la parte superior del kiosco, el cual tenía también una sombrilla que ayudaba a proteger las frutas del sol.
— Cuando tenía el kiosco para las frutas, se vendían una cesta de mandarina semanal, una caja de manzana gala, manzana roja, una cesta de cambur, una cesta de durazno que me lo traían de la Colonia Tovar en ese entonces, y era muy bueno y muy económico también para uno trabajar y se vendía bastante.
La venta de frutas se convirtió rápidamente en el sustento económico de la señora Olga y de su familia. Con las ganancias de su emprendimiento cubría gastos esenciales como la educación de sus hijas, el alquiler de la vivienda y la comida.
— En ese tiempo era todo muy solvente, pues se generaba dinero por día –recordó Olga Leal.
Con frecuencia, sus clientes se acercaban a comprarle al terminar la jornada laboral. Llevaban manzanas, cambures, duraznos y hasta lechosa. Las ventas, sin duda alguna, eran muy buenas, pero esa abundancia iría mermando con el paso del tiempo, llevando a la señora Olga a renovar su mercancía luego de cuatro años.
— Vendí por una temporada frutas, como por cuatro años, después las ventas disminuyeron y el sol las dañaba mucho, entonces opté por vender chucherías, papel de regalo y por supuesto seguir alquilando mis minutos y vendiendo mis tarjetitas de Cantv.
Con el tiempo se ubicaría permanentemente frente a la panadería San Cristóbal, luego de que una sobrina suya le comentara sobre la disponibilidad que tenía ese lugar. La emprendedora tomaría la decisión de cambiar algunas cosas; dejaría de vender las tarjetas de Cantv –ya no se usan- y con el paso del tiempo ya no compraría su mercancía en La Concordia, pasaría a negociarla en una confitería ubicada en la calle 9, del Centro.
Churros, buñuelos y pasteles
Durante este recorrido, la señora Olga se encuentra con varios de sus colegas, quienes, al igual que ella, ofrecen una gran variedad de comida al público. Justo en la esquina de la calle 9 está uno de ellos: Solange Janet Corredor, es una mujer que ha llevado su tradición familiar a distintas localidades del país, pero que actualmente disfruta de la compañía de las personas que transitan la avenida.
— Tengo 50 años vendiendo churros aquí en el estado Táchira. He ido para Maracaibo, Valencia, La Grita. He recorrido todo a nivel nacional – expresó mientras atendía a un comprador que buscada buñuelos azucarados.

Esta tradición familiar inicia con sus abuelos, quienes la llevaban a todos sus viajes. Ellos se encargaron de compartir este oficio con todos sus hijos, quienes, después del fallecimiento de sus padres, siguen, cada uno, en distintos puntos de la ciudad vendiendo churros, buñuelos y pastelitos.
— Mis abuelos vendían churros, buñuelos, pastelitos y de ahí fue donde nació “Los churros del Táchira”. Yo desde niña aprendí a hacer los churros y los buñuelos. Veía como se mojaba la harina, como hacían los churros, como se hacían los buñuelos. Es una tradición con mi familia, que todavía no se ha perdido – expresó mientras prepara algunos de esos churros, que son lanzados a la paila con aceite caliente, a la espera de uno de sus clientes.
Actualmente, ella trabaja como la encargada del puesto de una de sus tías, con quien crearía una asociación. Se encarga de preparar la masa para la mercancía del día y su tía le paga lo que le corresponde. Relató que esto le ha permitido estar más cerca de su casa y de sus hijos.
— Desde hace cuatro años estoy aquí en la Quinta Avenida. Yo tengo un nieto. Con lo que gano aquí lo ayudo, le compro colores, cuadernos. Si se llega a enfermar lo ayudo. Gracias a Dios, tengo el sustento de que trabajo todos los días y llego a la casita completa.
— ¿Qué es lo que más le gusta de trabajar en la avenida Francisco García de Hevia?
— ¿Lo que más me gusta?, pues mami, yo aquí hecho broma con los clientes, les digo: ¡Buenos días mi vida!, ¡A la orden!, ¿Cómo está corazón? Yo soy muy carismática. Aquí en la cuadra, entre calles 9 y 10, me ven contenta. Nunca me ven triste. Soy llamativa.

La tradición del pollo
La avenida se nutre de los años de trabajo y la tradición familiar por parte de sus emprendedores, es por ello que uno de los establecimientos más recordado a lo largo de su historia es: Pollo en Braza Mérida, un restaurant de 39 años en funcionamiento.
Blanca Nohelia Carrero es la hija del matrimonio que dio inicio a este comercio.

— Alrededor del año 1986, mis padres comenzaron con esta empresa de comida de Pollo en Braza Mérida. Empezaron desde cero. Eran los encargados tanto de la atención al público como de la cocina –narró desde su área de trabajo, en la esquina de la calle 10, donde trabaja todos los días y se siente fortalecida.
Nohelia Carrero tiene gran admiración por el trabajo de sus padres, pero por sobre todo la labor que ha tenido su mamá, Blanca Herrera, quien se ha destacado en el área de la cocina. Expresó que ella ha sido la encargada de crear el recetario de este negocio familiar, desde las salsas para aliñar el pollo, hasta las hallaquitas que lo acompañan.
— Todo ha sido preparado por ella, por eso la receta que hemos marcado siempre para todos los platos es un secreto, hecho por ella, el cual solo ha compartido con los que se han convertido en encargados de cocina.
Recordó con nostalgia los años que han pasado, y cómo al inicio ella solía asistir solo los fines de semana, después de terminar las clases. Relató con orgullo como a tan corta edad se destacaba como ayudante de caja.
— En ese entonces estaba un principal en la caja y yo estaba allá, ayudando. También ayudaba a registrar los pedidos, a enviarlos a la cocina y a fiscalizar que todo estuviera bien.
Blanca Nohelia se encuentra rodeada por el vibrante color amarillo de la pared, el cual inyecta energía al ambiente. Resguardada detrás de una estructura metálica con vidrios decorados, que separan al cliente de la caja registradora, se aprecia una pequeña abertura en la parte superior que permite la comunicación entre ella y los comensales.

A lo largo del mostrador que soporta dicha estructura, se distribuyen diferentes objetos. De izquierda a derecha, comenzando por la figura de una virgen (acompañada por un pequeño arreglo de flores moradas), no muy lejos está el teclado junto a una impresora térmica de punto de venta, y, por último, la pantalla del monitor. Todo a su alrededor da muestra de la pulcritud y el cuidado que tiene en su trabajo.
Luce su cabello perfectamente recogido en una coleta de caballo, un vestido negro y unas uñas perfectamente arregladas que no pasan desapercibidas. El único elemento que rompe la formalidad es la gran sonrisa que dibuja en su rostro, una expresión que denota carácter, seguridad y, quizás, un punto de picardía ante la cámara. Sus lentes de montura clara enmarcan una mirada directa y concentrada.
Aprendió sobre la atención al público, cómo llevar un inventario. Con el paso de los años, fue ella quien les enseñó a los muchachos que llegaban nuevos a los diferentes puestos de trabajo. En el año 2009 obtiene el título de diseñadora gráfica, lo cual le permite empezar a encargarse de la imagen del establecimiento.
— Me encargo de todo lo correspondiente al diseño e impresión del negocio, he sido la encargada de diseñar el menú, los uniformes y los tapices que decoran las paredes, también del logotipo y uno de mis últimos trabajos fue el rediseño del aviso que se encuentra en la puerta de entrada.
Además de su labor como diseñadora de la marca, se establecería formalmente como la encargada de caja luego de la pandemia.
— Empecé yo solita aquí a manejar la caja. En los momentos que estamos llenos de trabajo, sí, alguien viene a ayudarme, bien sea mi mamá o uno de los muchachos que sabe de la caja, pero casi siempre estoy aquí yo solita, porque desde adolescente sé cómo se maneja todo.
— ¿Qué es lo que más le gusta de trabajar en la avenida Francisco García de Hevia?
— Las personas que nos visitan y que transitan por aquí, también porque es la zona de fácil acceso al turista, es más central para ellos y más porque estamos así en plena avenida. Siempre hemos buscado mejorar tanto en las instalaciones, como en la calidad para las personas que nos visitan.
Un “raspado” para calmar la sed
La arteria vial también recibe a comerciantes que recorren sus espacios como el señor James Racines, quien lleva más de 30 años trabajando con su carrito de raspados. Narró que camina todos los días, al menos, 24 cuadras desde el inicio de la avenida, en donde guarda su carrito, hasta la plaza Simón Bolívar, en la avenida Isaías Medina Angarita, también llamada Séptima Avenida.
— La gente se ha convertido en mi familia. Tengo mis raspados desde hace tanto tiempo, desde cuando se vendían a un bolívar, cuando la Quinta y la Séptima eran subiendo y bajando – expresó con mucho entusiasmo, recordando los inicios de su negocio en la avenida. Durante el trayecto suele descansar frente a Pollo en Brasas Mérida, se resguarda a un par de pasos del kiosco azul, El Amigo Lector.
A medida que realiza estas pequeñas paradas a lo largo de la avenida, se encuentra con algunos de sus clientes, quienes, tras saludarlo amablemente, le compran uno o varios raspados, que otros llaman cepillados. En el camino también saluda a sus vecinos, algunos incluso lo detienen para conversar y tomar café.
Racines empieza su recorrido por la avenida desde el arco tricolor de la calle 17, intersección de la avenida Carabobo, realizando una pequeña parada en la señalización que indica el nombre de la avenida y los canales que la componen.
Estaciona su carro de raspados justo al lado de una acera. Allí, la estructura soporta la máquina de raspados, la cual se pinta de un color lavanda o rosa viejo, con un engranaje manual que, al girarlo, produce la nieve perfecta para sus refrescos.
Alrededor de la máquina se dispone una estructura metálica, compuesta por divisiones, en donde se colocan las botellas de jarabe y jugos, esperando su turno para endulzar el hielo.

Con una vestimenta sencilla, continúa su camino por la avenida. Lleva una camisa de mangas largas para protegerse del sol, unos jeans y zapatos deportivos. Aunque su recorrido sea extenso y cansado, el señor James sigue manteniendo una sonrisa en su rostro, saludando a todo aquel que lo salude.
Relató cómo inició trabajando como vendedor de uno de estos carritos, obteniendo un porcentaje de la ganancia total.
— Pues logré tener mi carrito después de cinco años. Es mi propio negocio y ya empecé. A Dios gracias, pues me ha ido bien, y levanté mi familia y tengo una buena familia, gracias a Dios -relató también sus recuerdos sobre la Feria de San Sebastián y como estas eran su momento favorito del año.
— Aquí anteriormente se hacían los templetes, los bulevares, que son bailes en la calle. Eran muy bonitos, había ventas para todos, eran ferias del pueblo. Esas sí eran ferias. Las disfrutábamos. Yo disfrutaba y llevaba el sustento para mi hogar -narró con un tono de orgullo en su voz.
— ¿Qué es lo que más le gusta de trabajar en la avenida Francisco García de Hevia?
— La gente que se ha convertido en mi familia. Cuando uno hace su punto y la clientela, el trato y el respeto, todo eso sirve mucho para que el cliente sea consecuente.
Retoman parte de la historia de Olga Leal quien, a lo largo de 35 años, ha sabido reinventarse, transformando su negocio para salir adelante. Desde la venta de minutos y tarjetas de Cantv, pasando por un kiosco de frutas que mermaría con el paso del tiempo, hasta florecer nuevamente con la venta de chucherías, detalles para regalar en fechas especiales y bolsas de regalo.
— Llego temprano. A las 8:00 de la mañana estoy sacando la mercancía del negocio donde yo guardo desde hace 15 años. Me voy como a las 2 o 3 de la tarde, a veces a las 4 según como esté el día y las ventas.

Recordó con nostalgia las épocas en las que vendía muchas de bolsas de regalo. Las elaboraba ella misma y dijo que se iba a dormir a las tres de la mañana, ya que a esa hora terminaba de armarlas.
— ¿Qué es lo que más le gusta de trabajar en la avenida Francisco García de Hevia?
— Será la costumbre, no quedarme en casa sin hacer nada. Por lo menos tiene uno amistades y ve gente, habla y pasa el día. Aparte de eso se vende lo que uno tiene.
Entiende que ahora esa intensidad en la compra y venta ha disminuido, pero ella se mantiene a la espera de nuevos clientes todos los días, con una sonrisa y una amabilidad sin igual. Aunque la afluencia de personas a lo largo de la avenida haya disminuido y las ventas “no se compara a años anteriores”, la constancia sigue siendo el motor.


Las historias de Solange Janet Corredor y Blanca Nohelia Carrero, quienes preservan la tradición familiar con sus churros y la receta secreta de Pollo en Braza Mérida, respectivamente, son una muestra de las historias que guarda la avenida a lo largo de sus 13 cuadras
Olga Leal es persistente, al igual de James Racines. Cada uno en su oficio de calle. No hay duda que la persistencia en esta arteria vial exige la capacidad de adaptación.