Reportajes y Especiales
REPORTAJES | Sin transporte, San Cristóbal queda más lejos
6 de mayo de 2018
La San Cristóbal metropolitana concentra buena parte de la población económicamente activa del Táchira. Miles buscan todos los días acercarse a la capital desde Cordero, Táriba, Palmira, Capacho, Santa Ana, San Josecito y otros pueblos que la rodean. Nunca ha existido un sistema de movilidad integrado que los interconecte. Como solo prestan servicio dos de cada diez unidades de la tradicional flota de transporte público suburbano corto, afloran las dificultades: hacia la montaña, largas filas en espera de buses; hacia el llano, desfilan camiones y cavas llenos de pasajeros en riesgo; y, sin importar hacia dónde, se multiplica la práctica necesitada de levantar la mano y pedir cola a un desconocido. Sin pena, y sin mayor control de las autoridades, choferes de líneas urbanas exhiben sus rótulos en rutas prohibidas.
Por Daniel Pabón / Fotos de Jorge Castellanos
En las cavas, Marina suda y casi se ahoga
La avenida Manuel Felipe Rugeles, frente al Terminal de Pasajeros Genaro Méndez de San Cristóbal, es el terminal a cielo abierto de los camiones suburbanos. A acera llena, entre decenas de pasajeros en espera, Marina Ramírez aguarda desde hace tres horas por una buseta que la lleve al Palmar de la Copé. No es que no se haya encaramado en camiones, sino que cada día la trabajadora de un restaurante renueva la esperanza de llegar dignamente a casa.
Los peores días, cuenta Marina, son cuando le toca viajar con hasta 40 adultos y niños más dentro de una cava. “Ahí casi se ahoga uno”, atestigua, al explicar que el único respiradero es la puerta que mantiene entreabierta el muchacho que cobra los 10.000 o más bolívares del pasaje. “En las cavas llega uno a la casa como un pollito, todo mojado de sudor”.
Acaba de llegar un camión. Apenas el colector grita “¡Santa Ana, Santa Ana!”, varios corren en estampida. Todos quieren montarse primero, pero terminan ganando los que corrieron más rápido, los que empujaron al otro y los que treparon por los lados. El chofer, Anderson Durán, un distribuidor de agua, anuncia que hará unas cinco o seis paradas, que no pasará de 40 kilómetros por hora y que no montará a más de 20. “¡Dale, camionero, dale!”, le gritan.
Arranca. La ayudante de cocina Yorley Useche no alcanzó, aunque disposición tampoco le faltaba. “Yo me monto en lo que caiga: camiones, buses, volteos, colas, camionetas…”, enumera. La semana pasada, saca cuentas, abordó camiones cuatro de los cinco días. Lo recuerda claro porque una mañana se soltó una baranda. “Gracias a Dios no pasó a mayores”.
Ha llegado una buseta ideal para Yorley. Tiene rotulado el nombre de una de las 15 líneas urbanas de San Cristóbal, de esas que en este momento deberían circular por otra avenida muy lejana al sector del Terminal, pero el colector anuncia salida hacia la Troncal 005. ¿Por qué? “Ni a 5.000 ni a 10.000 bolívares me sirve un pasaje urbano. Para que yo retome mi ruta, tienen que subirlo mínimo a 15.000”, sentencia el chofer, que prefiere no identificarse.
Ese chofer viene de cubrir una ruta urbana distinta a la que le corresponde, mucho más corta en trayectos. “Me funciona: mientras que en la línea mía doy una vuelta, en esta que hice doy dos”. No le importa. “Y si nos quieren quitar la concesión, que nos la quiten”, remata.
De la hostilidad en algunas busetas, choferes y pasajeros se acusan mutuamente. Al colector de una ruta suburbana le picaron un diente durante una trifulca por la pasada alza del pasaje.
Antes de arrancar, de esa buseta se bajan Nelly Ortiz, joven de 18 años, junto a su bebé de un año y una bolsa grande con ropa y comida. Van al barrio Genaro Méndez de San Cristóbal y, como le vio a la buseta un aviso de ciudad, se montó. Entendió que se había equivocado cuando empezó a escuchar “¡San Josecito, San Josecito!”. “No todo el mundo puede montarse en camiones. ¿Cómo hago yo, cargada y con el niño?”. Su espera sigue. Los camiones, avanzan.
De Verónica a Patricia, 52 ganas de llegar
El primero de una cola por transporte suburbano seguramente también fue el último que intentó entrar a la buseta anterior. La primera de esta fila de pasajeros con ganas crecientes desde hace una hora de llegar al municipio Guásimos se llama Verónica Meza. Son las 4:00 de la tarde y es la cuarta cola del día que le toca hacer a la abuela de 65 años.
De su casa, en Boca de Caneyes, salió a la autopista San Cristóbal – La Fría a buscar carro a las 4:40 de la madrugada. Por eso el suéter que carga al hombro. Después de par de intentos fallidos en supermercados de la ciudad logró comprar dos kilos de harina de maíz. Por eso la silla plegable que le fue útil más temprano y que vuelve a utilizar ahora.
“No me gusta venir a San Cristóbal, pero la necesidad obliga”, dice la mujer que esta misma semana tenía pendiente un viaje a La Parada, en Norte de Santander, donde esperaba trabajar haciendo oficios en una casa de familia. “Para San Antonio seguro sí es fácil, uno ve que salen y salen busetas. Por esa situación es que estamos aquí en esta cola”, afirma.
Es el reclamo de tantos pasajeros. Que los choferes de líneas urbanas y suburbanas abandonaron las rutas otorgadas en concesión por las municipalidades y ahora solo conducen hacia la frontera. La Alcaldía de San Cristóbal quiere, por ejemplo, cruzar la data del reciente censo de unidades operativas con la del registro de TAG de combustible, a ver si coincide.
Detrás de Verónica se cuentan 10, 30, 50… hasta Patricia Toloza, empleada de un cafetín que de momento es la última y número 52 en espera. Su destino es Tucapé, pero cuando la sequía de unidades la deja plantada apela por irse al terminal y acomodarse en un espacio de pie en las rutas de Michelena o Ayacucho que la dejarán, a su riesgo, en plena autopista. Y, cuando en los andenes tampoco queda transporte para estos municipios, le ha tocado quedarse en casa de su madre, en el barrio Genaro Méndez. “Igual me toca a pie; Circunversa casi no pasa”.
Porque son escasas las unidades en servicio, choferes enumeran que en los últimos dos meses han desaparecido sus rutas hacia Curazao, Pueblo Chiquito, La Laguna, Toico y La Blanca. Si antes salía un carro cada tres minutos, ahora el intervalo se extendió a 20 minutos.
“¡Cordero, Lomas Blancas… Cordero, Lomas Blancas!”. En esa misma cuadra de San Cristóbal avanzan los que viajan al municipio Andrés Bello. Todos saben que si no abordan el bus en esa calle que conduce al Matadero Municipal, más adelante irá tan lleno que ni se detendrá. Por eso todos caminan, desde cualquier parte de San Cristóbal, hasta esa parada.
“Venirse es el chiste, esperarla en el Centro es perdido”, sabe Omar Lozano, un comerciante al que ya no le importa hacer cola junto a un bote de aguas negras y viajar “todo apretado” en la ida y vuelta diaria a Lomas Blancas. El que logra es uno de los 25 carros, repartidos para cinco diferentes rutas, que este día salieron a trabajar, precisa el chofer Pablo Ramírez.
Luego del chichón de Mayra, cero camión
Antes de las 2:00 de la madrugada hay personas que inauguran la cola por transporte público en el sector III cerca de la escuela de El Palmar, en el municipio Torbes.
Trabajan desde temprano en San Cristóbal y quieren garantizar un puesto en la primera unidad que sale de esa zona a las 5:30 de la mañana. “Es fuerte, pero nos toca así. No hay de otra, aunque nos exponemos a la inseguridad y a la falta de alumbrado”, cuenta uno de estos pasajeros que madruga y cuyos horarios han cambiado: ahora se acuesta a dormir entre 8:00 y 9:00 de la noche.
Para regresar a casa, los pasajeros de El Palmar hacen cola por las tardes en la parada del Transtáchira, a las afueras de la entrada principal del Centro Sambil. Si se acumula gente es porque allí también se organizan en filas bajo el sol, unos al lado de los otros, y todos junto a la autopista, quienes viajan a Colón, Michelena, Palo Grande, Capacho y Palo Gordo – Cordero.
Aunque vive en Tucapé, Elena Pérez se adhiere a la cola de la ruta a Capacho porque, dice, este es su único salvavidas de movilización. “No podemos hablar mal de los buses rojos, porque son los que nos están sacando de nuestras casas para venir a San Cristóbal a trabajar, a pesar de sus limitaciones de unidades”, comenta la usuaria.
En esta valoración coinciden otros: los pasajes de la estatal son más económicos; sus unidades, más confortables; y el trato, mejor que en otras líneas, opinan en las colas. “Uno se va poniendo viejo y muchos choferes ya no nos quieren cargar. Mi experiencia personal es que aquí lo consideran a uno y tenemos puestos preferenciales”, expresa Samuel Duque.
Mirtha Molina se dirige a la comunidad de Palo Gordo, en el municipio Cárdenas, una ruta que continúa hasta Cordero, la capital de Andrés Bello. “Ya ni me acuerdo de qué color era el aviso de la buseta que agarraba, la Intercomunal, esa está prácticamente desaparecida”, dice.
Habitante de Cordero, Mayra García también espera esta ruta. No se ha vuelto a montar a un camión desde que un día se cayó y se hizo un chichón en la cabeza. Ahora prefiere, en todo caso, caminar. “Me quedo en la redoma y de ahí a pie hasta mi trabajo en Pueblo Nuevo, porque nunca encuentro transporte dentro de San Cristóbal. Trato de nunca faltar”.
Mayra se cuenta entre los tachirenses que han modificado sus horarios de trabajo debido a la situación del transporte público en general, tanto público como privado con concesiones. Lo usual ha sido empezar la jornada lo más temprano posible y finalizarla poco después del mediodía, por lo general entre 3:00 y 4:00 de la tarde. Gremios de comercio e industria se han mostrado preocupados en todo el país por el ausentismo laboral.
En el Táchira este fenómeno se calcula por el orden del 30%, detalla el presidente de Fedecámaras, Daniel Aguilar. “Es mucho el personal que no se presenta, no solo por falta de transporte sino por los altos costos del pasaje”, amplía. Con esto, considera el vocero, pierden la industria, el pueblo y la sociedad toda.