Reportajes y Especiales
“Todo esto es terrible, todavía no lo entiendo”
6 de marzo de 2020
Freddy Omar Durán
“Yo ya no conozco el bolívar; hay que pagar con pesos. Los bolívares no sirven para nada”
Pablo Carrillo: “Me dicen que hasta que no cumpla los 45 años no me dan pensión de incapacidad; no ven que estoy en silla de ruedas, y con gran parte de mi cuerpo paralizado”.
En una sociedad donde se depende de la internet y de los contactos permanentes con clientes y proveedores, los apagones de energía y telecomunicaciones frustran los intentos de quienes, por una y otra razón, deben trabajar a través de la computadora y los teléfonos inteligentes.
De interés
“Mi familia, que está en Caracas, dice que se consigue de todo, y que allá, máximo media hora, a menos que ocurra un daño muy grave. En cambio, en el Táchira se va la luz a las 6, a las 9, a las 10. Eso es demasiada exageración lo que están haciendo con nosotros”.
La señora Margarita Arocha no sabía a ciencia cierta si había o no luz; una lámpara encendida, al fondo de una habitación, le da en parte cierta tranquilidad. Tendrá tiempo para concedernos una entrevista, mas no por mucho tiempo, pues debe cocinar en una hornilla eléctrica y, en una carrera contra el reloj, debe preparar los alimentos para ella y dos hijos, Pablo y José Antonio.
Ha tenido que vivir cosas terribles: sufrir los apocalípticos aguaceros que caían sobre su casa en Carayaca, ahora estado La Guaira, que alimentarían el deslave que a la larga enterraría su vivienda; además de sobrevivir milagrosamente a las operaciones de dos aneurismas, y a un infarto cerebral.
Tuvo que someterse a las consecuentes terapias para recuperarse de la parálisis facial; y lidiar con el proceso de recuperación y superación de su hijo Pablo, cuadripléjico desde hace más de 15 años, con el que ahora cohabita y tiene que atenderlo en lo más mínimo por su condición, aunque él, haciendo gestiones desde una computadora, busca contribuir para los gastos de la casa.
Sin embargo, a pesar de esos episodios terribles, no ha perdido su capacidad de asombro, y lo que está sucediendo en materia de servicios públicos, y el deterioro de nuestro signo monetario, le parece terrible.
Luego de vivir la tragedia de Vargas, cuando surgieron promesas oficiales, incumplidas, de asignarle una nueva vivienda, se vino a vivir al Táchira, un Táchira que recuerda con sus calles limpias y los servicios públicos en perfecto funcionamiento: “Yo jamás en mi vida había vivido esto, primera vez. Esto es horrible”.
Actualmente es vecina de Bajumbal, y el hecho de vivir en un conjunto cerrado la ha resguardado en cierto modo de la inseguridad.
El aseo pasa por su frente puntualmente, aunque se sorprende que los trabajadores que se movilizan en las compactadoras siempre anden pidiendo “pal fresco”, en vista del escaso salario que reciben.
Con el desparpajo, la estridencia y espontaneidad de la gente de la costa, con acento central, entre risas teñidas de ironía y expresiones sintéticas, sonoras y contundentes, nos compartió su odisea que como madre y ama de casa padece, todavía en ayuda a sus hijos, quienes le retribuyen esos esfuerzos.
Cadena de milagros
Su hija la ayuda desde los Estados Unidos y de vez en cuando debe ir por esos lares para continuar su tratamiento y tomar respiro; pero su hogar es Venezuela, pues acá todavía tiene a su madre con vida, y a un hijo, que requiere grandes atenciones.
Después de caer de una platabanda, Pablo, su hijo, sobrevivió de milagro, e igual de milagrosa fue su recuperación, pues al principio ni hablaba, ni se movía. Luego de muchas terapias, pudo mover sus hombros, de manera tal que impriman acción a sus brazos y manos, y al menos de esa forma pueda teclear. Sin embargo, aún depende de su mamá -pues su insensibilidad se extiende del cuello hacia abajo- para su aseo personal, y ella, en ese sentido, debe estar muy pendiente de las señales corporales.
“¿Cómo hago si es de noche, sin luz, si no hay agua para limpiarlo? Tú tienes que inventar algo para poderlo lavar, porque yo no puedo dejarlo así”, relata con desconsuelo Margarita.
Siempre se dice que la crisis nos afecta a “todos”; no obstante, justo es decir que su ensañamiento se concentra en la población más vulnerable, como personas de la tercera edad y con discapacidad.
Peor aún si están en estado de abandono, que no sería del todo el caso de Pablo, quien sí conoce gente que en sus mismas circunstancias la pasan peor, solo esperando por la caridad de un vecino, o que el destino se apiade de ellos, pues ya han descartado contar con un Estado.
La crisis también hace que asuntos pendientes, asuntos que una sociedad tiene por resolver, como la gran deuda que se tiene con las personas de discapacidad motora, por ejemplo, se suspendieran indefinidamente.
Si a una persona con sus facultades físicas idóneas, un apagón eléctrico y/o de telecomunicaciones lo puede poner en jaque, ni qué decir del padecimiento de un minusválido o de alguien postrado en una cama, en tanto las tinieblas se ciernen sobre ellos como una hermética tumba.
La falta de agua, por otro lado, complica su aseo personal, por no decir su salud en general. De necesitar terapia, que solo pueden recibir en determinados centros de salud, deben enfrentarse con la dura realidad de que las mismas se pueden postergar, porque ese día no estaban los servicios funcionando, porque el terapista no pudo venir o, simplemente, porque no hay, ya que el que había prefirió tomar otro rumbo, incluso internacional, en pos de un mejor ingreso.
Intentos fallidos
Por todos los medios posibles, vendiendo en la calle, desde una computadora, dedicándose al deporte, Pablo ha intentado serle útil a la sociedad y demostrarse a sí mismo su enorme potencialidad de superación; pero el estado caótico en que está sumido el Táchira no se la pone nada fácil.
La energía y la internet son dos cosas que Pablo necesita que coincidan. El servicio ABBA le llega muy intermitente. Si no cuenta con los dos, sencillamente pierde muchos de los trabajos que le salen.
“Uno -cuenta Pablo- se deprime, porque dependo de la computadora para hacer lo que me salga por ahí, especialmente sacando citas. La gente espera el trabajo de una vez, no acepta excusas, a pesar de que ve cómo está la situación. Y si se va la luz… ¿qué hace uno?”.
Si bien, supuestamente, existe una ley especial para las personas con discapacidad, su aplicación no se da y para la muestra la arquitectura de pasos públicos y edificaciones, aún no sujetos a ninguna normativa, de carácter obligatorio, sobre ese asunto en particular.
De otra parte, su condición también le da prioridad en tanto los beneficios que a través del Estado debería recibir, pero en la actualidad no recibe ninguno. Llegó a recibir los bonos del Gobierno, entre ellos el “José Gregorio Hernández”, que le corresponde justamente, los cuales fueron bloqueados, porque alguien supuestamente los estaba cobrando por él.
“Y si uno quiere sacar el carnet de discapacidad -lo dice con una voz apagada, que prefiere no agotarse en el reclamo-, eso es muy engorroso: lo ponen a uno a dar vueltas y vueltas, y no se dan cuenta de que uno está en silla de ruedas, y con parálisis de este tipo. Hay entonces que pagar un taxi, para un lado y para el otro, y eso es costoso. Lo tienen a uno del timbo al tambo, y sientes cuando el taxi por cada carrera te cobra 8 mil pesos, mínimo, y no cuento con otro modo para movilizarme”.
También hace rato tuvo que abandonar el deporte, siendo parte de la selección regional y nacional de bolas criollas. Ya no sale a jugar en equipo, porque el Gobierno nacional y regional les dicen a su equipo “no hay plata”. Estaba incluso becado por el IDT; pero las subvenciones se las han perdido, sin que se le informara la razón precisa, aunque ya todo el mundo la supone.
Extraña a sus hijos
Si bien su madre, su padre y sus hermanos están pendientes de él, no podemos decir del todo que no ha sufrido el abandono, pero esta vez involuntario por parte de sus tres hijos, quienes no encontraron otra opción sino irse del país.
Cuando la internet se lo permite, mantiene la conversación con ellos a través de las redes sociales; pero no es lo mismo que verlos en vivo y en directo. Pablo José, Julia Paola y Pablo Antonio partieron para Chile, Italia y España
“Los extraño”, dice con un nudo en la garganta”… “Ellos están tratando de sobrevivir… no sé si los volveré a ver”.
Su madre está pendiente de su cuerpo constantemente, el cual sufre de escaras, producto de estar siempre en silla de ruedas. Además de esto, sufre de ataques de asma, que le han hecho pegar carreras a su familia a altas horas de la noche. Acarreando gastos enormes, recurren a las clínicas, porque ni pensar llevarlo al Hospital Central o el Seguro Social.
Al respecto, la señora Margarita dice: “No chico, la atención médica no tiene vida en el Táchira. Nosotros no vamos al hospital. ¿Quién nos va atender allá? Si llegan personas con emergencias graves, como fracturas y cosas de esas, esperando en el suelo a que les atiendan, porque todos esos médicos se fueron”.
Una situación de deserción médica que también se puede ver en los establecimientos privados, y que solo provoca a la señora Margarita para repetir “todo esto es horrible; todavía no lo entiendo”.
Un año sin gas
Con dos bombonas de 43 kilos, la señora Margarita dice que tiene dos años sin gas. Ha dado, como casi todos los vecinos de Bajumbal, el dinero para el glorioso día que aparezca el camión de Pdvsa-Gas a cargarlas y regresarlas llenas, en fecha indefinida igualmente. Sin ese combustible, a veces le toca resolver con alimentos en frío, a punta casi siempre de sándwich, de bajo valor nutricional.
Sin mucho dinero para gastar en carreras de taxi, ni mucha paciencia para esperar por una buseta durante una hora o más, ella prefiere caminar y caminar… y seguir caminando. Y en sus paseos se entristece al ver una ciudad desolada, y unas aceras invadidas por el monte y las basuras. Su destino casi siempre son los supermercados, donde debe pagar en pesos, porque ya se le olvidó lo que es pagar en bolívares. Se aterra de la inflación, que parece indetenible y más aún, ya no es solo en moneda local sino en extranjera, algo que no acaba de entender, cuando se supone que en divisas los precios en Venezuela no deberían modificarse mucho.
Se suman muchos problemas
“Ya tú sales a la calle y no ves nada, ni carros ni peatones, y muchos locales cerrados. Y uno camina y dice: ¿dónde está la gente? Uno pasa a veces la autopista, sin esperar a que pasen los carros. ¿Dónde se desaparecieron? ¿Se fueron del país?”
Todos los días se le está yendo el agua y el tanque de la casa no aguanta para tanto tiempo sin el preciado servicio. Por supuesto, más raro para ella se le están volviendo los “alumbrones”, que los apagones mismos. Ella no conoce lo que es una cajita Clap y bueno, debe ser que estas no están destinadas a una familia clase media, o al menos las que no están “enchufadas”.
“Mi familia, que está en Caracas, dice que se consigue de todo, y que allá, máximo, media hora, a menos que ocurra un daño muy grave. En cambio, en el Táchira se va la luz a las 6, a las 9, a las 10. Eso es demasiada exageración lo que están haciendo con nosotros. Y si tienes una planta eléctrica, ¿cómo haces para ponerle gasoil? Es increíble lo que está pasando aquí”—concluye la señora Margarita.