Reportajes y Especiales

Venezolanas venden su cabello en la frontera para comprar pañales

8 de febrero de 2018

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Ha cumplido 15 meses y se llama Antuan Grizzman Calderón. No es broma, entre otras cosas porque en la Venezuela que languidece ya no quedan ni ganas de reír.

El nombre de pila del bebé venezolano, que debutó esta semana cruzando la frontera que separa Venezuela y Colombia (entre San Antonio y Cúcuta), es Antuan Grizzman. Y su apellido, Calderón. Cosas del padre, un fanático de la Liga española, que eligió a la estrella francesa del Atlético de Madrid Antoine Griezmann para bautizar a su hijo. Las diferencias ortográficas con el nombre verdadero son muy caribeñas, por algo Gabriel García Márquez apostó en su día por liberar la ortografía del castellano “de sus fierros normativos para que entre en el siglo venturo como Pedro por su casa”.

Tan apasionados el maestro de la caribeña Aracataca como el padre de Antuan, quien incluso llama Messi a su perro y que también se ha planteado usar el nombre de Cristiano para alguno de sus descendientes. Pese a la coincidencia en el apellido con el antiguo presidente rojiblanco, no albergan lazos con el conjunto colchonero.

Qué más quisiera tan futbolera familia, dadas las extremas circunstancias en las que sobreviven. Antuan no lo recordará cuando sea mayor, pero el pasado miércoles fue testigo de cómo su madre vendía al mejor postor su larga y frondosa cabellera a cambio de 60.000 pesos colombianos (17 euros). Y lo hizo por él, para comprarle pañales y leche en la Venezuela de la hiperinflación de los precios y la súper devaluación de su moneda.

“No encontramos pañales y tampoco leche para Antuan. Lo bueno de la frontera es que al menos se pueden conseguir las cosas”, explica la madre, Milagros Calderón, de 20 años, quien ha acudido por segunda vez al límite divisorio más caliente de América Latina, embudo hoy de la tragedia venezolana. Horas más tarde regresará a su tierra con bolsas grandes de pañales, los suficientes para dos o tres semanas. Miles y miles de personas atraviesan cada día el Puente Internacional Simón Bolívar dispuestos a fugarse definitivamente o juramentados para conseguir en unas horas el dinero que Venezuela ya no tiene.

Según la última encuesta de Consultores 21, más de cuatro millones de venezolanos han huido de la revolución, una diáspora masiva que en los últimos dos años ha crecido a la misma velocidad que los precios. La crisis humanitaria en la frontera, como reconoció el Parlamento esta semana, es de tal tamaño que ya se preparan campamentos para emigrantes.

Solo en el subcontinente, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Brasil y Argentina se enfrentan como pueden a una oleada de fugados del chavismo. Y que se preparen para lo que viene: el 40% de los venezolanos sopesa la idea de emprender también su propio exilio personal.

“¡Se compra cabello!”, gritan uno espontáneos. Milagros y su amiga Koralia, de 18 años, caminan a su encuentro. Salieron de madrugada de Rubio, un pueblo del Táchira, el estado fronterizo. Hasta aquí llegaron con la abuela de Antuan, que se ha quedado vendiendo unos plátanos y papayas. Entre las dos jóvenes cargan al bebé, dispuestas a vender sus caballeras, que llaman la atención de los cazapelos.

El regateo es intenso, así son las fronteras. Las dos chicas van y vienen, hasta que llegan a la peluquería Los Guerreros. Milagros espera su turno, ya hay cinco chicas sentadas sometiéndose a lo que parece una tortura viendo sus rostros. Koralia no se decide, tiene el pelo más corto que su amiga “porque una señora vidente me dijo que me cortara parte cuando la luna estuviera creciente. No me quiero quedar como una gallina”. La jovencita se tendrá que conformar con vender sus frutas para, con el dinero obtenido, comprar unas cápsulas de Omeprazol para su madre.

Una de ellas no aguanta la tensión y rompe a llorar de forma dramática. No puede ni hablar, pero su “agente de viajes”, también venezolano, explica al reportero que ese dinero le ayudará a viajar a Ecuador. A pocos metros salen autobuses para Quito, Lima, Santiago de Chile y Buenos Aires. Para llegar a la capital argentina, última parada del viaje, se necesitan entre 9 y 10 días, después de pagar 1.400.000 bolívares.

Milagros desiste porque tiene que esperar turno en la peluquería, así que se pone en manos de una señora muy cerca del puente. Sin pudor, casi en medio del trasiego frenético. La venta del pelo es uno de los múltiples negocios de una frontera tradicionalmente conocida por el contrabando de gasolina. Una redada en las últimas horas ha provocado la desaparición, como por arte de magia, de los pimpineros, los vendedores de combustible. Los automovilistas dan vueltas y vueltas porque saben que llenando el depósito con la gasolina venezolana sale tres veces más barato. Están sentados y para llamar la atención de nuevo de sus clientes golpean en el suelo una botella de plástico colocada en la punta de un palo.

Las casas de cambio, el contrabando de comida venezolana y la prostitución también compiten como grandes negocios paralelos a las diáspora de los parias de América. La venta de cabello no mueve, por supuesto, cantidades millonarias como los negocios anteriores, pero en un solo día medio centenar de chicas se desprenden de lo que con tanto esmero cuidaron durante años. El récord de hoy es para una “catira” (rubia), que consigue 140.000 bolívares por su espectacular melena.

Milagros se ha quedado a mitad de camino, pero se va contenta: cuando vuelvan a Rubio, Antuan tendrá pañales para unos cuantos días.

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