Los venezolanos se han acostumbrado a vivir entre los “apagones” y los “bajones” eléctricos. En lo que va del 2018, el denominado Comité de Afectados por los Apagones ha contabilizado 19.000 fallas eléctricas en todo el país y la capital no es la excepción.
El caos se apoderó de Caracas el martes de esta semana. Durante cinco horas, 80% de la ciudad no tuvo energía eléctrica, lo que en algunos casos también significó que no hubiera servicio de agua. Incluso la telefonía móvil falló.
Los negocios se mantuvieron cerrados. Con los puntos de venta apagados, en un país en el que todo se paga con tarjetas, debido a la escasez de efectivo, es poco lo que se puede comprar y vender. La gente recorrió kilómetros a pie por la falta de transporte subterráneo, el colapso de las calles sin semáforos y un sistema de transporte deficiente.
En los centros vacacionales, los guías se vieron obligados a improvisar actividades al aire libre o a enviar a los niños de vuelta a casas oscuras y calientes. Mientras en las oficinas, parte del personal abandonó sus puestos de trabajo, por no poder usar los equipos eléctricos ni tener acceso a internet, otros empleados se mantuvieron a la espera de que regresara el servicio de energía eléctrica.
El “apagón” caraqueño se sumó a las casi 19.000 fallas eléctricas contabilizadas en todo el país en lo que va de 2018. En medio año, la cifra ya supera los 16.000 que el Comité de Afectados por los Apagones registró durante todo el 2017, por lo que su presidenta, la concejal opositora Aixa López, no duda en asegurar que “este año vamos a superar las 30.000 fallas”.
Los caraqueños debieron advertir lo que sucedería el 31 de julio cuando, la noche anterior, en el marco del IV Congreso del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), al presidente de la oficialista Asamblea Nacional Constituyente, Diosdado Cabello, segundo al mando del chavismo, se le fue la luz mientras ratificaba a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, en el hotel Alba Caracas.
De acuerdo con la versión oficial, la cual fue ratificada por Maduro este 31 de julio, la causa de los apagones son los “sabotajes” al sistema eléctrico, presuntamente ideados por opositores a su gobierno. La concejal López y expertos en el tema eléctrico, sin embargo, desestiman esta hipótesis.
“La verdad es que hay negligencia (…), hay falta de mantenimiento total en el sistema eléctrico nacional”, sintetiza López, quien junto a otros concejales del área metropolitana de Caracas se ha “cansado” de enviar comunicaciones al ministro de Energía Eléctrica, Luis Motta Domínguez, en relación con este tema. La misiva más reciente la enviaron el 15 de julio y no obtuvieron respuesta.
La cotidianidad zuliana
Para Ana Silva y María Villarroel, habitantes de la ciudad de Maracaibo, en el extremo occidental del país, lo que se vivió en Caracas esta semana es cotidiano. A juicio de López, el estado Zulia, fronterizo con Colombia, es el más afectado por las fallas eléctricas, con apagones de hasta 16 horas diarias.
Villarroel vive en una zona popular al sur de la ciudad, en el municipio San Francisco, uno de los más afectados por los cortes de luz. Ella recuerda cómo hace quince días no tuvo el servicio en casa por 16 horas, y al día siguiente tampoco lo tuvo por otras nueve.
A pesar de las implicaciones que eso tiene en la tierra más caliente de Venezuela, donde al mediodía la sensación térmica es de 40 grados centígrados bajo la sombra, ella y todos sus vecinos prefieren esa suspensión total del servicio que los consecutivos “bajones” eléctricos –ha contado hasta 17 por día–, que asegura que les han dañado todos los electrodomésticos.
Hay jornadas en las que tiene los bajones durante el día y el racionamiento del servicio durante la noche. Aunque es menos caliente, la noche supone el mayor desafío para los zulianos. Villarroel y sus vecinos están acostumbrados a sacar las bases de las camas a los porches de sus humildes viviendas para poder dormir algunas horas.
Adentro asegura que es imposible pernoctar sin aire acondicionado o ventilador. Así difícilmente duermen ella, sus dos hijos y sus padres, unos adultos mayores enfermos y con dificultad para movilizarse.
En las zonas un poco más acomodadas, al este de la ciudad zuliana, la realidad no es muy diferente. Por temor a la inseguridad, Silva no saca sus colchonetas al porche sino que abre todas las ventanas de la sala de su casa, que es más fresca que las habitaciones, y allí duerme bajo un mosquitero, bañada en repelente, con su esposo y dos hijos.
Como varios de sus vecinos, que tampoco cuentan con tantos recursos, se vio obligada a comprar una planta eléctrica pequeña. De diez familias que hay en su urbanización asegura que seis han hecho la misma adquisición en los últimos tres meses y ahora al menos pueden enchufar un ventilador para refrescar sus viviendas o una licuadora para preparar algo para sus dos hijos pequeños. A pesar del ruido de las máquinas, al que ya se han acostumbrado, se sienten privilegiados.
También han invertido en protectores para sus electrodomésticos, aunque esto no ha impedido que se les dañen. La mayoría de las víctimas de estos cortes de luz, según la concejal López, teme por daños en sus neveras, lavadoras, televisores, microondas y aires acondicionados. Reponerlos en hiperinflación es muy difícil, si no imposible. Los transformadores eléctricos también se dañan, por lo que la afectación es peor.
Por los cortes de energía, la compra y el manejo de los alimentos también ha cambiado, no solo por la situación económica sino para evitar que se dañen, ya que muchos necesitan refrigeración. Los mercados que antes hacía para todo el mes o quizás para la quincena, ahora Silva los hace estrictamente para cada semana, y de cosas no perecederas o que no requieran refrigeración. “Yo compro muy poco salado”, dice ella, refiriéndose a las proteínas animales.
En zonas como la Guajira venezolana, donde vive la abuela de Silva, también en el estado Zulia, las compras se hacen para el día, pues allí lo normal es no tener luz. Los habitantes de este lugar se sorprenden si les restituyen el servicio por un par de horas.
En este estado, las dinámicas han cambiado. En temporada escolar, a la ya preocupante deserción se suma el hecho de que los niños no van a clases porque no hay luz o porque pasaron una mala noche por el calor, precisamente por una falla eléctrica nocturna. Si van y se presenta una falla, los envían de regreso a casa.
Los maestros se quedan para cumplir con sus horarios, aunque sea poco lo que puedan hacer así. Algunos jefes son flexibles en cuanto a los horarios de entrada a los puestos de trabajo. Otros, aunque no haya luz, obligan a sus trabajadores a quedarse.
En cuanto al comercio, en Zulia descartan las compras con dinero en efectivo o con tarjetas. Las compras se hacen con aplicaciones móviles que, sin embargo, tienen un límite irrisorio en la Venezuela actual.
Los conductores están acostumbrados a atravesar calles sin semáforos; muchos se han dañado. La gente está irritada, agobiada, trasnochada, cansada. “Uno se ambienta pero yo no quisiera acostumbrarme a esto”, lamenta Silva.
Según la concejal López, representante del Comité de Afectados por los Apagones, la situación es similar en los estados occidentales de Mérida, Táchira, Trujillo y Barinas, así como en el céntrico estado Miranda. Junto a Zulia, esos son los estados más afectados por las fallas eléctricas. La duración de los cortes eléctricos no programados en estas entidades oscila entre las dos y las cuatro horas diarias.
Andreina Itriago / Wradio