“Lo único que salva del covid-19 es usar correctamente el tapabocas, por eso, la gente no debe dejar de utilizarlo, para bien de todos… Muchas veces he llorado, pero estoy contenta de servir a Dios en un área covid del hospital”, expresa.
El dato…
Atendemos al paciente, teniendo como principales armas: darle ánimo, comprometerlo, haciendo ver que no puede dejarse vencer por el virus.
La enfermera Coromoto Dávila es toda una guerrera. Ha trabajado en triaje respiratorio del Hospital Central desde hace dos años. Justo aceptó el reto de apoyar a sanar a los enfermos durante la pandemia de covid-19. Ha visto de cerca la muerte de muchas personas contagiadas por este virus, el dolor, el desespero y la angustia de sus familiares; la preocupación del personal médico.
También sonríe y ha llorado de felicidad al enterarse o mirar de cerca a determinado paciente, al que ella vio salir de triaje al área covid en condiciones muy críticas.
Ella, Coromoto Dávila, va con su rostro agotado luego de cumplir 24 horas de guardia en triaje respiratorio, pero, al mismo tiempo, va muy satisfecha de haber cumplido otro día más de trabajo. Acepta los riesgos que le imponga la vida al momento de enfrentarse a posibles casos covid-19.
Muchos la conocen en el centro asistencial por ser una trabajadora guerrera, leal, compasiva con los pacientes. También es defensora de los derechos de los trabajadores, y no teme al momento de salir adelante por cualquier situación. Siempre diciendo que con la verdad ni teme ni ofende.
El reto covid-19
Muchos años trabajó como enfermera de consulta en los departamentos de Neurocirugía y Cirugía del principal hospital de San Cristóbal, donde todos la conocen y respetan.
Recuerda que un día de marzo de 2019, hace dos años, convocaron a las 35 enfermeras que están en consulta para informarles y convencerlas de trabajar en el recién creado espacio de triaje respiratorio. Fue un área nueva, habilitada en unas carpas cerca de la biblioteca del Hospital Central, para atender a personas con problemas respiratorios.
“Nadie quería ir”, expresa. Era un temor normal, el miedo de todos a ser contagiados por el coronavirus.
Al momento de decidir, ella alzó la mirada y observó que ninguno de sus compañeros levantó la mano. Miró a su hermana, Haydeé, quien también es enfermera, al tiempo que le propuso aceptar el traslado.
“Ambas dimos un paso adelante. Aceptamos trabajar en triaje respiratorio, decisión que no fue fácil. Lo importante en ese momento era ayudar a esa gente que estaba angustiada y con la muerte acechándolos”, cuenta.
No olvida que hace un tiempo comenzó a hacer los trámites para jubilarse, pero lo pensó mejor y se preguntó: ¿Qué haría en la casa?, podría hasta enfermarse.
— Aquí, en el Hospital, me necesitan más -responde, y fue entonces cuando resolvió seguir ofreciendo sus conocimientos de enfermera a los más necesitados.
“Yo me siento sana, no sufro de la tensión, tampoco diabetes, no tengo ninguna enfermedad crónica, y qué mejor forma de darle gracias a Dios que ayudando a quien me necesita”, exclama.
— ¿Tuvo miedo al pisar el área de triaje respiratorio?
—Sí. Asumimos todas las medidas de seguridad recomendadas para el personal de salud de primera línea, el uso de todos los implementos de bioseguridad. Con el paso de los días, Dios recompensa, pues ninguno de mis familiares se ha enfermado de covid-19; mi viejita tiene 83 años y está bien. El Señor nos bendice. Yo también estoy sana.
La gente agradece
De los pacientes que sobrevivieron, muchos han ido a saludarlos al área donde ingresaron para ser evaluados por la pandemia. Aseguran que allí fueron tratados “de una manera diferente. Ven en nosotros su última esperanza de vida. Imagínese, si los tratamos mal. Muchos de los que se van a aislamiento le dicen a uno: ´usted se va con nosotros para allá´´”.
— ¿Cómo es esa etapa al salir el paciente de triaje?
— Procuramos animarlos. Le decimos que cuando lo den de alta nos traigan agüita, que no tenemos, pero es mentira, es para comprometerlos. Nosotros tenemos filtro, nevera, de todo, pero es para darles ánimo, insistirles en que tienen que defender la vida, que no se pueden dejar llevar por la covid. Le decimos: vaya, se cura rápido y viene y nos trae agua.
— ¿Han regresado a saludarlos?
— Me acuerdo de un paciente que le dijo a uno de sus hijos que le comprara el botellón grande de agua al personal de la carpa. El muchacho llegó con el agua y nosotros le dijimos: ¡cómo se le ocurre¡, es mentira, nosotros tenemos agua, es para comprometerlo a él, que tiene que venir a cumplir la promesa de traer agua y saludarnos, porque está sano.
La muerte de cerca
Los ojos de Coromoto se llenan de lágrimas. Su rostro cambió al decir que se le ha muerto mucha gente conocida, muchos compañeros.
— ¡Eso es horrible! He llorado muchísimas veces. De todos, lo que más me pegó fue la muerte del doctor Carlos Colmenares, neurocirujano. Con él molesté mucho, igual el caso del doctor Luis Díaz, el intensivista, y el doctor Gerson Mancipe. Son momentos muy tristes.
— ¿Cuál es su consejo para todas las personas?
— Lo que yo le digo a todo el mundo es que utilizar el tapabocas es lo único que salva. Hoy día yo entro a la carpa de triaje y lo que uso son tapabocas y los lentes protectores. No me coloco guantes, bata, gorro, nada. Eso quiere decir que lo más importante es el tapabocas.
Cree que muchas de las personas que fallecieron se confiaron. Había que tomar en cuenta que cuando la pandemia comenzó nada se conocía de la enfermedad. Claro que en principio daba temor, pero había que luchar contra ella y, bendito Dios, rápido nos dimos cuenta cómo era y la enfrentamos.
— ¿Cómo fueron esos días en la carpa?
—Nunca fuimos pesimistas. Nos metimos de lleno a trabajar en la carpa. Empezamos cumpliendo guardias de seis horas, luego el doctor Raúl Segnini nos pidió trabajar 12 horas y ahora son 24 horas. Allí, en la carpa, hay nevera, cocina, microondas, cafeteras, dos camas-literas: una para los médicos y otra para las enfermeras; comedor, aire acondicionado; es una casita, todo está muy bien.
Recalca que aceptó trabajar allí sin ningún interés, solo por vocación.
— Trabajamos voluntariamente, y la gente agradece. Muchas personas llegaban con cualquier ayuda, incluso los periodistas, y esos detalles no se olvidan. El Señor nos premió porque, incluso, nos dieron uniformes. Definitivamente, Dios es el que hace las cosas.
Transcurridos 764 días de la llegada de la pandemia al estado Táchira y a Venezuela, el área de triaje respiratorio sigue activa. Todo el personal atento a prestar ayuda al enfermo, pero, a Dios gracias, la cantidad de pacientes ha disminuido y hay días que nadie pisa los espacios de la carpa.
Coromoto y su grupo de trabajo siguen allí, de pie, atentos.
Nancy Porras