Monomotor de la armada estadounidense se estrelló en San Antonio en 1969, tras un despegue fallido. Dos funcionarios perdieron la vida de manera instantánea y cuatro sobrevivieron
Raúl Márquez
Era un día cualquiera en San Antonio del Táchira, jurisdicción el municipio Bolívar. Cada uno de los habitantes de la importante ciudad venezolana, fronteriza con Colombia, cumplía con sus actividades, cuando de improviso, un estruendo ensordecedor resquebrajó la mañana, provocando pánico en la población. Eran las 11:04 minutos del 11 de abril de 1969.
Segundos antes del fuerte ruido, una familia que transitaba por una de las vías de la jurisdicción, cercana al aeropuerto, fue testigo de cómo una nave a baja altura se tambaleaba en el aire. Iba a la deriva rozando árboles y parte del tendido eléctrico hasta, finalmente, caer a tierra en un estrépito de muerte.
Se trataba de un avión, del tipo monomotor, identificado con las siglas USA ARMY 92221, perteneciente a la Fuerza Armada de Los Estados Unidos de Norteamérica. Había partido a las 10:55 de la mañana desde el Aeropuerto de San Antonio con rumbo a Maracaibo, en una travesía que duraría unas tres horas.
En total, seis militares estadounidenses viajaban a bordo, de los cuales dos perdieron la vida, mientras que los demás quedaron con graves heridas, en un siniestro aéreo que pasó a la historia de este tipo de eventos en la entidad, por ser el primero ocurrido en el citado terminal aéreo, fundado más de 30 años antes, por mandato de Juan Vicente Gómez.
Las víctimas
Vale comentar que la misión estadounidense había arribado al país, con el propósito de cumplir con varias tareas, derivadas de una serie de convenios entre ambas naciones. En este caso, la máquina siniestrada pertenecía a una misión interamericana que llevaba a cabo varios estudios de cartografía y geodésicos, en el occidente venezolano.
En cuanto a las víctimas fatales, una fue identificada como el teniente coronel Harold Duncan Moir, quien había nacido en Chicago, en 1927, por lo que contaba con 41 años de edad.
El otro militar que perdió la vida, de manera instantánea, fue el teniente Bover Miller, del cual se dijo, en ese momento, que llevaba poco tiempo en el país caribeño y que había participado en labores de entrenamiento de personal venezolano. Los cadáveres de ambos quedaron entre los hierros retorcidos de la aeronave.
Los sobrevivientes de la tragedia fueron el coronel Jhon Morgan, el capitán Laurence Frank, el teniente Cluder Hoggard y el también capitán Miron Kinoshita.
Efectivos pertenecientes a las Fuerzas Armadas de Cooperación al mando del teniente coronel José de los Santos García Ortiz, comandante del Destacamento N°11, se dirigieron al sector El Palotal, a unos 250 metros del aeropuerto, en donde quedó la nave y procedieron al rescate de los heridos.
A medida que los extraían de los hierros retorcidos, los evacuaban al hospital de la localidad. Tras recibir las primeras atenciones, fueron remitidos al Hospital Central de San Cristóbal.
A través de una llamada telefónica, el Cónsul estadounidense, Richard A. Moon, fue informado de lo sucedido. De inmediato, se trasladó a San Antonio desde la ciudad de Maracaibo, en donde se encontraba, justamente, evaluando el desarrollo de las acciones de la citada misión.
Una falla del motor
En momentos en que los heridos eran trasladados al primer centro asistencial del estado, se comenzaron a barajar las posibles causas del siniestro aéreo, que enlutaba a una de las fuerzas militares más poderosas del mundo.
En tal sentido, se recrearon los hechos, tomando en cuenta las versiones de los testigos. Todo apuntaba a una falla en el motor como el detonante de la tragedia.
Según el operador de la torre de control que cumplía guardia, cuando la nave comenzó a elevarse, desde el motor se dejaban escuchar unos ruidos extraños. En ese punto, el piloto al percatarse de la falla, intentó regresar al aeropuerto, virando en su dirección, pero la máquina no respondió más.
Tiempo después, se conoció que el militar norteamericano abrió el micrófono, al parecer, para comunicarse con la Torre de Control y solicitar permiso para un aterrizaje de emergencia, pero al otro lado solo llegó el silencio de la muerte.
También se comentó que si la aeronave hubiese tenido al menos unos segundos más de potencia, habrían llegado a la pista.
Días después, una comisión de especialistas arribó a tierras tachirenses con la misión de esclarecer los pormenores del siniestro. De igual modo, se encargaron de trasladar a los heridos a su patria natal.
Del resultado de estas pesquisas, se pudo conocer, extraoficialmente, que coincidían con la hipótesis que desde el principio cobró fuerza, atribuyendo el accidente a una falla del motor.
Han pasado 54 años desde ese fatídico día, que sin duda quedó en el recuerdo de quienes entonces eran niños o adolescentes en aquel San Antonio de finales de los sesenta. Este relato va en memoria de esas vidas que por pocos segundos pudieron salvarse, pero que el destino decidió que volaran más alto.