Sucesos

Cabeza de hacha: una leyenda del delito que casi 30 años después aún se mantiene

21 de diciembre de 2019

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Reseña periodística de Diario La Nación, donde Méndez cae abatido

Luis Alberto Méndez, por su participación en hechos delictivos, durante el inicio de la década del 80, fue declarado por las autoridades como “enemigo público No. 1”, mientras que en algunos barrios era visto como una especia de Robin Hood, “que robaba al poderoso para darle al necesitado”

Luis Alberto Méndez, conocido con el alias de Cabeza de Hacha, fue uno de los seres que en el inicio de la década de los 80 se convirtieron en un dolor de cabeza para la policía, que incapaz de darle captura, termina por causar su muerte en una solitaria calle del barrio Andrés Eloy Blanco, en la parte baja de La Concordia, donde cae tras ser delatado por uno de sus lugartenientes, a quien le tenía plena confianza.

El 29 de marzo de 1982 terminan las correrías de un delincuente que más tarde se convertiría en una verdadera leyenda urbana, que lo ubica en poco tiempo como un personaje que “hace milagros” desde su tumba, en el cementerio Municipal de San Cristóbal, concediendo favores a personas necesitadas.

Una especie de RobIn Hood

Una serie de eventos terminan por  catapultar a Méndez  a los primeros lugares de la baraja delictiva de la época. Su carrera al margen de la ley, que comenzó con pequeños robos, cobra notoriedad cuando las investigaciones policiales lo involucran en una cadena de atracos de mayor trascendencia.  Se sabía que, rodeado de un pequeño grupo de hombres, se dedicaba a cometer robos en diversos lugares de San Cristóbal y que no se trataba de hechos casuales, sino que obedecían a un estudio y vigilancia a la víctima, para asegurarse en qué momento podían cometer el hecho, sin que esto representara mayores riesgos.

Para las autoridades policiales, la captura de Cabeza de hacha y el desmantelamiento de la banda se habían convertido en prioridad para resolver varios casos, y en la medida que el prontuario del sospechoso se abultaba, también lo hacía su fama, pues comenzó a ser vinculado a diversos sectores populares de la ciudad, particularmente en el sector de La Concordia, donde, según testimonio, entregaba parte de lo robado, como aporte a las personas más necesitadas.

Luis Alberto Méndez se convirtió en poco tiempo en una especie de protector popular, benefactor, que no solo se ocupaba de entregar mercados, sino que además costeaba gastos médicos y los tratamientos de decenas de personas enfermas.

Este comportamiento, de bueno, amable y colaborador, que luchaba contra la injusticia, arrebatando recursos a los más poderosos para entregárselos a los pobres, lo convirtió en leyenda, una especie de Robin Hood, una persona querida, admirada y respetada, cuya imagen contrastaba diametralmente con la que tenía la policía, que infructuosamente lo buscada por todos lados.

Un homicidio lo convierte en “enemigo público”

A finales del mes de diciembre de 1981, Méndez da el paso que tres meses después significaría el fin de su carrera delictiva y también de su existencia. Se encontraba en la calle 1 del barrio Guzmán Blanco, cuando observó que a una venta de hallacas, a la cual también se dirigía, entró un joven militar, armado y uniformado. De inmediato fue tras él con el propósito de despojarlo de su arma de reglamento, pero las cosas no salieron como Cabeza de hacha esperaba.

El efectivo, un sargento técnico del Ejército, opuso resistencia y con su pistola intenta defenderse, siendo herido por Méndez, que le dispara en la región inguinal. El delincuente huye y el militar es llevado al Hospital Central, donde fallece poco después.

El sospechoso era un hombre conocido en la zona y esa misma noche los detectives del entonces Cuerpo Técnico de Policía Judicial lo identifican.

Sin embargo, su captura era un problema, ya que se había convertido en un hombre escurridizo, difícil de atrapar, que gozaba de la cooperación de vecinos, que rápidamente le avisaban si veían a la policía rondar por el barrio.

Muchas redadas y allanamientos fracasaron porque la advertencia llegaba antes que los funcionarios y el sujeto tenía en un mismo barrio muchos lugares para ocultarse, cualquier casa de familia, bodega, hasta vehículos para ser movilizado rápidamente por los mismos vecinos e impedir su detención. El hombre buscado por el homicidio del militar y varios atracos seguía en sus andanzas, y el ingreso al Hospital Central y fallecimiento, días después, de una persona herida, hace que se le declare “Enemigo Público No. 1”, ya que el homicidio también le fue atribuido, pese a que nunca se probó que fuera así.

Persecuciones y tiroteos

La detención de Cabeza de Hacha ya no era solo una tarea del CTPJ, sino que se sumó a su búsqueda la Policía del estado y, con la muerte del joven sargento, los organismos de investigación e inteligencia de instituciones militares. Méndez y su banda optaron por movilizarse en potentes motocicletas y en varias oportunidades se enfrentaron a tiros con las autoridades, logrando a alta velocidad burlar las persecuciones.

No obstante, la policía los tenía ubicados por una especie de error táctico. La banda frecuentaba la zona del terminal de pasajeros de La Concordia, concretamente los bares y hoteles cercanos, y esto fue causa de graves problemas, porque a través de redadas, allanamientos y enfrentamientos, varios de sus integrantes fueron dados de baja o detenidos.

Se cuenta que, en uno de esos procedimientos, Méndez logró subir a su moto para escapar y ante la imposibilidad de ser detenido, una unidad patrullera, no identificada, arremetió contra él, golpeándolo y enviándolo con todo  y motocicleta a varios metros, al canal contrario. No obstante, sus compañeros a tiro limpio evitaron que fuera detenido y se lo llevaron en otra moto.

Luego se supo que en el incidente había resultado con fracturas de una pierna y un brazo, pero a pesar de ello siguió en sus andanzas.

Abatido por inteligencia militar

La noche del 29 de marzo de 1982, el “Enemigo Público No. 1” cae abatido. Fue en un enfrentamiento con efectivos de inteligencia militar, en la calle principal del barrio Andrés Eloy Blanco, sector Cuesta del Trapiche, en la parte baja de La Concordia, donde estaba escondido, y esa noche le correspondía hacer cambio de guarida, lo que hacía constantemente para evitar ser atrapado.

Se comentó que horas antes, la comisión de inteligencia militar detuvo a uno de los lugartenientes y hombre de confianza de Méndez, a quien le ofrecieron una fuerte cantidad de dinero para que delatara a su jefe y ayudara a capturarlo. Era precisamente el hombre que debía acompañarlo a su nueva guarida y a quien los policías le entregaron una chaqueta blanca, “de la Marina”, con el encargo que se la entregara y se asegurara que la usara. “Lo necesitamos para identificarlo, saber quién es, y si hay disparos, identificar al objetivo”, le dijeron al sujeto, que aún no se sabe cómo lo convenció de ponérsela.

Caminaban por la calle principal del sector, que en ese entonces no tenía acceso para vehículos, cuando desde el monte y en medio de una gran oscuridad los funcionarios le impartieron la voz de alto.

El hombre de la chaqueta blanca saca una pistola y ocurren los disparos. Cae abatido, en tanto que el acompañante, aterrorizado, huye. En el lugar quedó un cadáver, que los detectives de PTJ identificaron como Carlos Alberto Méndez, alias Cabeza de Hacha. A su lado, la pistola, una gorra y una granada de mano, que no logró utilizar.

A pesar de la muerte del hombre, su leyenda no termina allí. Casi 30 años después aún se mantiene su tumba en el cementerio Municipal de San Cristóbal y es visitada por decenas de personas en problemas, que le piden con fe, pues aseguran que desde el “más allá” concede favores.

Armando Hernández

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