Sucesos

La cara más triste de la migración: regresar con una maleta con sobrepeso de dolor

16 de abril de 2018

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Cleria Inés Peñuela de Ortiz partió hace un año de Zorca Providencia, Táchira, y en Aruba la sorprendió la muerte

Aunque Aruba está a pocas millas de Venezuela, por las fronteras marítimas estar cerradas al momento del fallecimiento, el esposo y una hija debieron pisar 4 aeropuertos para encontrarse con el cuerpo de Cleria Inés.


Por Omaira Labrador

 

Una llamada.

El código 011+297 identifica que proviene de Aruba.

Se recibe con alegría, como todas las que llegan desde hace un año de la isla, por tratarse de escuchar la voz de la mujer, hija, madre, abuela y hermana que emigró hace 12 meses, desde Zorca Providencia, estado Táchira, a las Antillas Menores.

Al tomar el teléfono la voz no es la de Cleria Inés Peñuela de Ortiz. Corresponde a otra persona que, con tono de preocupación, advierte a la familia que ella está hospitalizada, en lo que pareciera ser un paro, un ACV, una complicación con el asma que siempre la afectó. Sin ser médico, y sin decirlo abiertamente, asegura que es de gravedad, lo que se traduce en que un familiar cercano debe estar presente en el Dr. Horacio E. Oduber Hospital.

Hasta ese martes 27 de marzo de 2018 nunca pensó la familia Ortiz Peñuela que tan pocos minutos y tan pocas palabras les trastocarían la cotidianidad, los planes futuros y la vida misma.


Tres días de llamadas, búsquedas

En Zorca, Providencia, el pueblo despidió a la hija que encontró la muerte en Aruba.

Desde el martes 27, cuando se conoció que Cleria Inés estaba en Aruba asistida por oxigeno artificial, los días transcurrieron entre llamadas telefónicas y buscar recursos para viajar a Aruba en momentos en que de Venezuela no se podía salir ni entrar a la isla por una decisión gubernamental, novedad que suspendió el paso hacia Aruba, Curazao y Bonaire.

El 29 de marzo, solo tres días después, nuevamente por el hilo telefónico se dio la noticia más dolorosa para la familia Ortiz Peñuela: Cleria Inés, de 47 años, falleció… nunca despertó.

La distancia que separa a Venezuela de las fronterizas islas de Aruba, Curazao y Bonaire es mínima vía marítima o aérea, pero se transformó para la familia de Cleria Inés no solo en miles de kilómetros de lejanía, sino en un gran problema económico que pesa, aún más, si va impregnado de la palabra muerte.


Ella era muy alegre, trabajadora y honesta

La meta: terminar la vivienda en Zorca. La adelantó Cleria Inés, y bastante, mas no la culminó.

—Ella allá hizo muchas amistades, en Aruba, porque era honesta y trabajadora. Incluso la calificaron como una mujer “vergataria” y por ello donde trabajaba la querían mucho —dijo Alirio Peñuela, al sonreír por unos segundos al recordar a su hija, a su niña de 47 años, Cleria, con quien mantenía constante comunicación, con las bondades que facilita WhatsApp.

No esconde don Alirio que su hija, como miles de venezolanos, salió en busca de un mejor futuro, con ganas de volver, y sin importarle el trabajo por duro que le tocara en Aruba. Allí, en Aruba, trabaja en casas de familia, ayudaba a cuidar ancianos, niños y en cualquier actividad que se sintiera útil. Tampoco oculta que Cleria Inés no tenía los documentos en regla… llevaba solo un año en la isla. También, como otros cientos, fue por corto tiempo y alargó su permanencia.
—Ella siempre fue muy alegre y así la veía cuando hablaba con ella, cada vez que nos llamaba —dice el padre, tan orgulloso como adolorido.


Cuatro aeropuertos para encontrarse con el dolor

Francisco Ortiz -Kiko, como lo llaman-, su esposo, junto a una hija, desde el momento que recibieron la noticia “ella está en terapia intensiva” sabían que la esposa y madre estaba muy grave. Prepararon el viaje.

Además del dolor, y es la tragedia mayor en el caso venezolano, surgen otras inquietudes que robustecen la fatalidad de la familia Ortiz Peñuela: el traslado del cuerpo de Aruba a Venezuela; por estar cerrada la frontera, la isla por esos días luce lejana, así como costoso llegar hasta ella. Y aún más complicado imaginar el regreso con el cuerpo, como era el deseo de la familia.

Lo más fácil y rápido fue llegar a Cúcuta y tomar tomar vuelo a Bogotá, allí debieron esperar trámites que tomaron tiempo, por no llevar consigo la original de la constancia de haberse puesto la vacuna contra la fiebre amarilla, un requisito indispensable para salir del aeropuerto El Dorado. Luego de lograr obtenerla salieron rumbo a Panamá y de allí a Aruba.

No había cansancio en esas largas esperas de aeropuerto en aeropuerto. Solo dolor.


Encuentro con la muerte

Permanecer por horas en los aeropuertos de Cúcuta, Bogotá y Panamá significó aumentar el dolor y prolongar el encuentro con su ser querido, que desde horas antes yacía inerte velada por los amigos de la isla que la querían por su forma de ser y no la abandonaron, y más al saber que toda su familia estaba a horas de la isla donde se topó, inesperadamente, con la muerte.

—Al llegar a Aruba, procedentes de Panamá, nos pidieron una carta de invitación. Requisito indispensable para ingresar a la isla. Llorando, le dije a la funcionaria que iba a la morgue a buscar a mi esposa que había fallecido, entonces la buscaron por sistema y verificaron la información. La funcionaria lloró con nosotros, ella incluso nos acompañó hasta el lugar donde personas amigas de mi esposa nos esperaban —recuerda perfectamente Francisco Ortiz, a pocas horas de llegar al Táchira con las cenizas de quien fuera su esposa y madre de sus tres hijos.

Él, junto a su hija, pasaron directo a la funeraria y allá en una sala fue el encuentro con el cuerpo inerte de Cleria. Luego se produjo el proceso de cremación.

El diagnóstico médico-forense da cuenta que el fallecimiento se produjo por un cuadro de asma muy severo, se le cerraron los bronquios, tuvo infarto cerebral y otras complicaciones, recuerda el viudo mientras llora, al recordar que su esposa se fue llena de salud, vitalidad y con una valija de ilusiones.

Venezolanos en la misma situación de migrantes en Aruba se solidarizaron con la compatriota fallecida y las complicaciones económicas que llegan con la muerte y traslado a la tierra de sus afectos, por ello organizaron un teletón y reunieron dinero. La embajada venezolana en la isla, pese a una llamada hecha por los allegados, no prestó ninguna ayuda económica ni de otro tipo.

Con el dinero recolectado en el teletón pudieron pagar la cremación y los gastos del traslado.
Allí en Aruba quedó una deuda médica a nombre de la familia de Cleria Inés Peñuela de Ortiz.


El retorno con una maleta con sobrepreso de dolor

El regreso acortó un aeropuerto. Esta vez el itinerario fue Aruba – Bogotá – Cúcuta.

Francisco Ortiz en su equipaje de mano traía el cofre plateado, muy sellado, que difícilmente -de no ser por los papeles de trámites- alguien pudiera pensar que traían las cenizas de una vida, las cenizas de la historia de una migrante tachirense que era su querida esposa.

Caminando como lo hacen miles de venezolanos y colombianos pasó de La Parada, en Norte de Santander, a San Antonio del Táchira con una maleta y con el cofre cuidado celosamente, hasta llegar a Zorca.

Allí, en una vivienda en construcción, el cofre plateado en forma de florero, sellado, con las cenizas de Cleria Inés, fue recibido como no hubiesen querido pero sin duda con el amor necesario para despedir a la mujer, a la madre, a la hija, a la abuela, a la vecina que hace un año partió a Aruba y que la salud le impidió retornar como ella se lo propuso.


Masivo acompañamiento en Zorca

A la vivienda en construcción donde están las cenizas de Cleria llegan más personas. La carpa dispuesta en la parte de afuera de la casa, que la separan solo metros de la de sus padres que ella pensaba también arreglar, se hace pequeña.

Amigos, vecinos y familiares comentan casi incrédulos lo sucedido en tierras lejanas a una de las hijas de Zorca. La palabra migración está presente en los diálogos entre rezo y rezo al recordar a la dama que partió con una ilusión y fue retornada en cenizas.

El lunes el esposo, hijos, padres, hermano y demás familiares despidieron a Cleria Inés. El cofre plateado luego de la santa misa fue dejado en el Jardín Metropolitano El Mirador.

…Si la palabra muerte lleva implícita dosis de tristeza, dolor y desolación, aún lo es más cuando se fallece, más allá de las fronteras de su patria.
Esta es la cara más triste de la migración: morir lejos de casa, en un país lejano.

 

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Los sueños no cristalizados, la vivienda no terminada

El domingo 8 de abril entra y sale gente, con el color que evoca luto -blanco, negro, marrón- de la casa, ya con platabanda pero en obra negra. Hay tristeza, llanto, abrazos, palabras de consuelo para la familia Ortiz Peñuela.

La vivienda en construcción está ocupada por un altar tan elegante como sencillo. Destacan las flores, una fotografía de Cleria Inés y al lado un cofre plateado, herméticamente cerrado. Allí están las cenizas de la dama, que el sábado luego de un largo periplo trasladaron desde Aruba hasta su país Venezuela y su estado Táchira.

El esposo, tres hijos y cuatro nietos, vecinos de la casa materna donde viven Alirio Peñuela y Martina de Peñuela, la lloran desde el día que se enteraron que estaba grave en Aruba.

Todos acompañan a la familia ante el infortunio de perder a la única hija -mujer- de Alirio y Martina. Y no solo los tratan de acompañar y consolar, porque la muerte los sorprendió con la carga de nostalgia y dolor que llega siempre, sino por la forma en que tocó a Cleria Inés: lejos de su casa, de su familia, en tierras lejas y con el estatus de ilegalidad, con todo lo que ello implica.

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