“A mi gran amigo Jhon Jáuregui, cuando me resbalé y estaba mirando hacia la avalancha de agua, lo logré ver como él tenía la rodilla subiéndose en algo. No era un árbol, era en algo en lo que trataba de mantenerse. Fue la última vez que lo vi”
El joven de 19 años de edad, en lo que sería una tarde de diversión perdió a un primo, a dos primos políticos y a su mejor amigo Jhon Jáuregui Parra, cuyo cuerpo aún no ha sido localizado
Por Omaira M. Labrador
La salida: la alegría
Viernes 23 de septiembre. César Adolfo Rovira Ramírez parte de San Cristóbal, con su mejor amigo Jhon Jarvey Jáuregui. Iban a pasar una tarde de diversión junto a otros jóvenes reunidos en Potrero de Las Casas, municipio Lobatera.
Desde hace dos meses el primo Víctor Ramírez, invitó a César Roviro Ramírez al campamento, que él junto a su padre Thoby Ramírez organizaban, para miembros de la iglesia metodista en San Cristóbal.
Las iglesias metodistas derivan su nombre de un apelativo que se le ha dado a un grupo de estudiantes ingleses del siglo XVII, cuya piedad y disciplina espiritual era muy características. De este grupo surgieron los fundadores del movimiento. “Creemos en el Espíritu Santo, el Señor, el dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo es adorado y glorificado, que ha hablado por los profetas. Creemos en una sola iglesia santa, católica y apostólica. Reconocemos un solo bautismo para el perdón de los pecados”, se indica en la bibliografía respecto a la iglesia metodista.
Llegan a Potrero de Las Casas
Los amigos César Adolfo y Jhon Jarvey, partieron en un vehículo Optra a Potrero de Las Casas. Una aldea del municipio Lobatera, a unas dos horas de San Cristóbal, ubicada a 1.600 metros sobre el nivel del mar.
Potrero de Las Casas, tiene en sus características el clima frío, agradable y complejo de casas destinadas para grupos de personas y familias que desean pasar días alejados, del bullicio citadino.
Al llegar a la aldea, los amigos César y Jhon notaron el día nublado y la llovizna que caía. El plan era unirse a los jóvenes congregados en el campamento metodista e ir para una quebrada. No sabían que se llamaba La Molina.
La diversión: camino a La Molina
Risas. Cuentos. Bromas. Fotografías, hicieron más liviano el camino a La Molina, unos 40 minutos. Las expectativas por llegar a pasar unas horas de diversión, era la meta del grupo.
Además de los jóvenes iban adultos, que participan en los días de convivencia.
—Apenas llegamos al río las personas de la zona que nos ibanguiando nos dice: Tiene cinco minutos para estar en la quebrada y nos vamos— Recuerda con precisión, un mes después Cesar Adolfo Rovira —. Eso me pareció un poco raro, pues cuando uno llega a un sitio como ese, quebrada o río, uno quiere bañarse y disfrutar como fue el plan inicial.
Por lo menos Rovira Ramírez, no escuchó más explicaciones, del por qué solo deberían estar cinco minutos en la quebrada. Mal tiempo, supusieron los jóvenes quienes buscaban divertirse, tomar fotos y videos.
La quebrada La Molina baja de lo alto de las montañas del municipio Lobatera. Entre esas montañas Potrero de Las Casas.
Por el casco urbano de Lobatera, pasa La Molina y otra quebrada, La Lobatera, y más abajo del contorno del pueblo se unen ambas. Luego esa unión se amalgama con una tercera quebrada, La Parada, y forman el río Lobaterita que desemboca en el Lago de Maracaibo
El rugido, la tragedia
Casi todo el grupo de unas 30 personas se metieron a la quebrada La Molina. Otros se quedaron en la casa de campo.
Algarabía, risas, gritos de felicidad, más fotografías y videos. Aunque atendieron al baquiano de la zona —César Adolfo, no recuerda el nombre de la persona, pero sí que tenía 50 años en la zona—-sabía que no estarían parte de la tarde en la quebrada, como era el plan, pero tampoco cinco minutos… un poquito más, para las fotos, decía el grupo, dentro de las aguas apacibles.
—Nos bañamos y estábamos divertidos —recuerda con precisión y nostalgia César Rovira Ramírez —. Yo estaba con hoy mi exnovia y mi amigo Jhon, molestábamos, reíamos. De un momento a otro, escuchamos un rugido de la parte alta de la quebrada, donde hay una especie de cascada y vimos como venía una especie de avalancha de agua. Eso fue muy rápido.
En su memoria, tiene el momento cuando la quebrada se llenó de mucha agua, que impedía ver, moverse. Gritos y más gritos. Aún tiene los flashes de los jóvenes que trataban de huir, de lo que solo minutos antes, era una afluente mansa.
—Yo me logré salvar porque estaba detrás de una piedra. El agua no chocó contra mí. Pude salvarme, subiendo por un lado que era medio alto. Así me salvé —con fidelidad guarda estos segundos, que como el nombre del libro de García Márquez se puede decir que Vivió para contarlo.
Cesar Adolfo Rovira Ramírez, con solo 19 años de edad, igualmente tiene presente los segundos de confusión, gritos, miedo, cuando vio como el agua se llevaba a su primo Víctor Ramírez, uno de los líderes del encuentro.
—A mi gran amigo Jhon Jáuregui, cuando yo me resbalé y estaba mirando hacia la avalancha de agua, lo logré ver como él tenía la rodilla subiéndose en algo. No era un árbol, era en algo en lo que trataba de mantenerse. Fue la última vez que lo vi —relata el joven barquisimetano.
“Todo fue muy rápido. Fue en pocos minutos. Fue demasiado increíble”, insiste uno de los sobrevivientes de lo que ya se conoce como la tragedia de Lobatera.
—Mi tío, el obispo Thoby, junto al guía y mi tía lograron salir—esta es otra de las imágenes presentes en el joven sobreviviente, que no puede borrar.
En La Molina, no estuvieron más de 20 minutos, pero fue en cuestión de unos cinco minutos donde todo fue confusión, muerte, miedo. En pocos segundos la quebrada se tragó a diez de los jóvenes que allí reían, gritaban, se tomaban fotos.
El difícil, después
Todo fue muy rápido. Fue en pocos minutos. Parecía una película de terror. Al salir del agua, todos se dieron que cuenta que faltaban varios muchachos. Muchos. Comenzaron a llamarlos a buscarlos. No tenía eco. No tenían respuesta.
El baquiano que los trasladó y otras personas ayudaron a sacar del río a varios, de los quedaron atrapados pero vivos. Luego los trasladan al campamento. Protección Civil Lobatera atendió el llamado y llegó. No pensaban que la tragedia era de tal magnitud.
En La Molina, no estuvieron más de 20 minutos. En este poco tiempo la quebrada que aparentó ser mansa mostró su lado más letal y se engulló a 4 varones y 6 mujeres. Todos con el denominador común de ser jóvenes.
En el campamento del Potrero de Las Casas, impactados, y ya sabiendo que no se trataba de una pesadilla sino de una realidad, asimilaron que esa noche del 23 de septiembre faltaban 10 de las personas, que horas antes estaban llenas de vida…que era parte de la tragedia de Lobatera.
César estuvo hasta al anochecer, en los alrededores de la quebrada con todos los que se dedicaron a buscar a los 10 que no estaban. Tenían la esperanza que aparecieran.
César se cansó de mirar cada rincón de la zona y gritar “Jhon, Jarvey, Jhon”. Gritos que se quedaron en La Molina.
En el campamento repasaron los nombres de quienes, en unos cuatro minutos, se perdieron entre el agua y piedras: Elian David Navas (25) y Leonela Carrillo de Navas (21), Ledys Suárez (19), Eliany Pineda (15), Karina Franchesca Grizales Nieto (12), Frayer Grizales Nieto (17), Valentina Ruiz (15) y Víctor Ramírez (27). Anny Monsalve (21) y John Jáuregui (23).
César perdió a sus primos: Víctor Ramírez, Karina Franchesca y Frayer Grizales Nieto. Y a su mejor amigo Jhon Jáuregui.
Doce personas fallecidas por inmersión, es el saldo de las lluvias registradas en las últimas semanas en el estado Táchira. La cifra corresponde al balance emitido por Yesnardo Canal, director de Protección Civil del estado Táchira, quien manifestó que los sucesos han ocurrido tras el incremento de las precipitaciones y, en algunos casos, por la falta de precaución.
“Que me disculpen”
—¿Qué mensaje le da a la mamá de Jhon Jáuregui Parra, que tiene un mes buscando su cuerpo, y aún no lo encuentra?
—Que me disculpe, no quería causar nada de esto yo quería a Jhon como un hermano. Era mi mejor amigo.
—A un mes de los trágicos hechos, cuál es la gran lección aprendida.
—Pues amar a tus familiares, como si fuera el último día porque no sabes cuando los perderás.
César no pertenece a la iglesia metodista, era amigo y familiar de varios de quienes sí siguen los postulados de esta religión. Quiere dejar claro que este movimiento religioso no es una secta, que ellos estaban en un campamento, donde no hacían nada malo, sino eran días de distracción. También pide dejar de atacar al líder de los metodistas en San Cristóbal, en especial al obispo nacional Thoby. “Por favor, dejen los malos comentarios hacia él”.
A 30 días de los hechos, que no se disipan de la mente, César Adolfo Rovira Ramírez, sabe que la quebrada La Molina dividió su vida en un antes y un después. (OLM)