Sucesos

Tragedia de Lobatera: Las aguas turbulentas se llevaron la alegría

28 de septiembre de 2022

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La alegría y la fe, así como el deseo de evolucionar como personas, eran aspectos que tenían en común estos jóvenes. El campamento organizado por la iglesia Metodista El Maestro era una gran oportunidad, pero un evento natural transformó el entusiasmo en dolor 


Por Raúl Márquez


Bajo un sol abrasador, los féretros blancos relumbran, decorados por coronas de flores multicolores. La muerte como el dolor no distingue edad, ni condición social, llega de improviso, dejando una sensación de impotencia, que, aunque pueda atenuarse con el tiempo, nunca tiene fin.

Ahora cada ataúd es resguardado en su eterna morada. Estamos en el Cementerio Metropolitano El Mirador de San Cristóbal, en donde este martes fueron sepultados cuatro de los ocho jóvenes que fallecieron tras ser arrastrados el pasado viernes por una súbita crecida de la quebrada La Molina, en el municipio Lobatera, en una tragedia que ha llenado de dolor y luto a familias tachirenses y de Puerto Ordaz.

Este martes fue el sepelio, en medio de profundo dolor. (Foto: Raúl Márquez)

Tras las palabras del obispo de la iglesia Metodista a la que pertenecían, llegó la hora del último adiós. Las lágrimas y los aplausos se confundían. Víctor Josué Ramírez, Eriatny Liseth Pineda y los hermanos Karina Franchesca y Frayer Grizales Nieto fueron despedidos.
Sus familiares recuerdan sus anécdotas, sus sonrisas y el entusiasmo con que se prepararon para acudir a un encuentro en el que buscaban formarse como personas y líderes, y que, lamentablemente, terminó en tragedia.

Era solidario y un gran líder

Víctor Josué Ramírez tenía 27 años de edad. Se caracterizaba por su solidaridad, su firmeza en cuanto a la fe y su alegría. Incluso los últimos minutos de su vida, fueron una síntesis de su existencia, pues quizá a costa de esta, salvó a tres personas, entre esos a su novia, Ligimer Emanuelli, quien a pesar del dolor que atravesaba, con voz serena, accedió a hablar de él.

-Él empezó a estudiar conmigo Comunicación Social en la Universidad Católica de Puerto Ordaz, pero luego decidió cambiarse a abogacía. Él nació acá en el Táchira, vivió en varios sectores como La Morita, en Fernández Feo. Cuando tenía como diez años se mudó con su familia para Puerto Ordaz, puesto que su papá ya era un líder de la iglesia Metodista. Era una persona positiva, optimista-, comentó, abrazando un cuadro con su imagen.

Su padre, Tobi Ramírez, obispo de la iglesia Metodista, explicó que Víctor, debido a su formación y perseverancia en el camino de la fe, era el presidente de la Federación de Jóvenes Metodistas de Venezuela.

-Mi hijo tenía un don importante para contagiar alegría y fe. De hecho, habíamos llegado días antes, el lunes, para prepararlo todo. Hoy, invadido por este momento de turbulencia, pero creyendo más que nunca en los caminos del Señor, a él y a los demás jóvenes les hemos dado santa sepultura-, subrayó.

La casa se quedó vacía

El trance que vive la familia Grizales Nieto es indescriptible. El repentino arrebato de las aguas de la quebrada La Molina se llevó la sonrisa, el entusiasmo, de un solo golpe les arrancó la alegría de la casa.

Karina Franchesca era la adoración de su abuela, Marisol Rincón, quien, con una sonrisa nostálgica, la recuerda cantando y bailando por los diferentes ambientes de la casa.

-Mi nieta, a sus 12 años, era una niña muy inquieta, hiperactiva. Soñaba con ser modelo. Nosotros, echando broma, le decíamos `la niña tik-tok`, porque era grabando y grabando para esa red social. Iba a empezar el bachillerato en el Colegio Villa de los Niños. Pero ahora ya no está y todos esos planes se quedaron como sueños-.

El velorio de cuatro de las víctimas. (Foto: cortesía)

En cuanto a Frayer Grizales Nieto, quien el 08 de marzo cumplió 17 años, la mayoría de sus amigos lo recuerda como un muchacho inquieto. Un obsesionado con las motos y que, de hecho, proyectaba tener su propio taller de motocicletas.

-Sus amigos y los organizadores del campamento le decían la “máquina” porque no se podía quedar tranquilo. Era echando broma, pero también ayudando aquí y allá. Era amante también de la música vallenata. Un día antes de la tragedia, como tenía la ropa mojada, comenzó a secarla con un secador de pelo y una plancha. Una anécdota que nunca olvidaremos-, resaltó una tía, coincidiendo con lo dicho por algunos de sus amigos.

Era una gran amiga

La suerte de Eriatny Liseth Pineda también estuvo marcada por la desgracia. A sus 15 años, había decidido participar en el campamento para mejorar como persona. Con entusiasmo preparó las cosas, la ropa, la maleta.

Según una amiga, el hecho de poder participar en este tipo de encuentros era algo que la llenaba de grandes expectativas. Le llamó la atención el lema “Diseño original” puesto que uno de sus objetivos era que los jóvenes volvieran a la raíz del respeto, de la obediencia. No obstante, un desastre natural le cortó las alas apenas empezando a volar.

“Se oyó un estruendo y la cascada se convirtió en avalancha”

De acuerdo con el testimonio de la joven de 23 años no duraron ni diez minutos en la quebraba La Molina, cuando fueron arrastrados por la súbita crecida

Una de las actividades programadas para el viernes 23 de septiembre como parte del Campamento de La Federación de los Jóvenes Metodistas de Venezuela, que se celebraba en Lobatera, estado Táchira, era caminar a la quebrada La Molina.


La salida estaba pautada para las dos de la tarde, pero por diversas causas salieron un poco después. Desde el punto de partida, el Club Los Potreritos al sitio natural, al parecer, visitado por propios y extraños, caminaron unos 40 minutos.

Ligimer Emanuelli, sobreviviente del aluvión, tiene 23 años y es Comunicadora Social. El domingo se iba a comprometer oficialmente con Víctor Ramírez. Cuenta que cuando llegaron todo era alegría. La cascada lucía tranquila y hasta cierto punto cristalina.

Comenta que uno de los guías les había dicho que solo se metieran a la quebrada unos cinco minutos, pues la idea era, además, disfrutar del lugar y tomar fotos.

-A los pocos minutos, una neblina comenzó a invadir la parte alta de la zona boscosa. Entre tanto, los muchachos reían y jugaban siempre bajo la supervisión de los organizadores. Al poco rato, comenzó a caer una llovizna tenue… lo que precedió la tragedia…-cuenta la joven.

Subraya Ligimer que ya algunos estaban en la orilla colocándose los zapatos y vistiéndose para retornar al club, cuando de manera sorpresiva la cascada se convirtió en un fuerte aluvión de aguas turbias que arrastraba a algunos, mientras otros intentaban alcanzar la orilla, y aferrarse a alguna roca o rama.

-Todo sucedió muy rápido. Calculo que eran las 4:05 de la tarde. Víctor, mi novio, me tomó de la blusa y como pudo me empujó hacia donde estaba su padre. Lo mismo hizo con otros muchachos, luego no lo vimos más-.

Relata que pudo escalar con un grupo hacia la montaña, que otros lograron subirse a unas rocas, mientras que lamentablemente diez jóvenes fueron arrastrados aguas abajo, con el final conocido.


Dolor y desconsuelo en la Morgue

Los cuerpos fueron trasladados a la capilla velatoria de la funeraria en Barrio Obrero. (Foto/Bleima Márquez)

Uno de los instantes más difíciles para cualquier ser humano es el reconocimiento de un cadáver, más si se trata de un hijo. Son momentos muy trágicos, de mucho dolor y desconsuelo

Es difícil no llorar cuando la tragedia es devastadora. Nunca se está preparado para la muerte, menos si se trata de un hijo y de un hijo muy joven. Eso es la excepción de la norma, pero a veces Dios nos somete a pruebas difíciles de superar.

El lunes, 26 de septiembre, en la mañana aún se encontraban, en la morgue de San Cristóbal, los cuerpos de los hermanos Karina Franchesca y Franyer Grizales, de 12 y 17 años. Dos jóvenes alegres y llenos de vida, hasta la tarde del fatídico viernes, 23 de septiembre. Nunca se sabe cuándo cambiaremos de paisaje al llamado cielo celestial.

En la morgue, donde funciona el Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (Senamecf), desde horas de la mañana, el movimiento de vehículos y personas caminando era intenso. Carros entraban, carros salían. Los familiares y amigos de las víctimas se consolaban entre ellos. Nadie quería hablar con extraños.

En un estacionamiento adyacente al módulo donde reposan los cuerpos por entregar, permanecían tres carrozas fúnebres de color blanco. Unos metros más adelante, comenzaba el grupo de personas. Los primeros eran trabajadores. Aunque ellos están acostumbrados a ver de cerca los efectos de muerte, sentían arrugado el corazón por el drama y el dolor causado por la furia de la quebrada La Molina.  Unos pasos más allá, estaba la familia, todos unidos en el sufrimiento.

En la parte posterior del módulo donde resguardan los cadáveres, varias personas esperaban tras la reja que impide el ingreso a la morgue. Algunos con las manos sobre las barras de hierro de la reja negra, aguardaban con angustia el reconocimiento de los cuerpos de los dos hermanos. Muchos de ellos lloraban desconsolados.

El llanto estremecedor retumbó. Era la madre de los dos hermanos, una mujer de cabello largo, vestida de blue jean y franela negra. Ella estaba destrozada. Se sentía desmayar. Se sentía morir. Tuvo que ver a sus dos ángeles. Fue tan grande el impacto que no podía reaccionar.

En medio del desconsuelo se preguntaba por qué tuvo que pasar, por qué si eran sus dos hijos, si eran tan buenos. Franchesca, su princesa, y Franyer también. Otra persona la abrazaba, le servía de apoyo, aunque también se veía consternado. Franchesca y Franyer eran sus dos únicos hijos. El dolor era tan intenso que desmayaba. Entonces algunos seres queridos la rodearon, trataron de ayudar para que lograra salir del lugar.

¿Acaso hay una fórmula para superar semejante pérdida? Solo le quedan los recuerdos.
El llanto y la aflicción se apoderaron del lugar. Poco después, una carroza fúnebre entró y luego los cuerpos, en urnas blancas, fueron trasladados a la capilla velatoria, en Barrio Obrero. Un profundo silencio llenó los espacios.

La prima Eriatny Liseth

La familia de Eriatny Liseth Pineda, de 15 años, otra víctima de la tragedia de Potreros de Las Casas, prima de los dos hermanos, también estaba en este triste lugar. Los rostros de todos los presentes estaban apagados por la tristeza. Algunos agarrados de la mano y abrazados como una manera de consuelo. Muchos ojos se veían hinchados, de tanto llorar.

Un grupo como de aproximadamente diez u once personas, la mayoría vestidos con franelas negras y otras blancas, se refugiaban bajo la sombra de un pequeño pero frondoso árbol. Sentados, en una banca de metal, esperaban a la madre de Eriatny quien, también tuvo que ver a su hija en condiciones no deseadas.

Mientras eso sucedía, un hombre de franela morada aprovechó para vender café.
Nuevamente el ambiente se puso sombrío, aunque el sol seguía brillando. Una mujer de cabello largo y liso, venía sostenida, tal vez por familiares y amigos.  El dolor no la dejaba caminar. Su andar era pesado, no podía con su ser. Estaba destrozada.

De inmediato abrieron campo en la banca de metal, justo debajo del árbol. El silencio regresó y fue entonces cuando otro carro fúnebre llegó para llevar los restos en una urna blanca.

Nuevamente la familia tomó a la acongojada dama para ayudarla a caminar, porque los pies no le respondían. Andaba como en el aire.

Desde Puerto Ordaz

Mientras estos duros y desgarradores momentos transcurrían, desde Puerto Ordaz, estado Bolívar, la familia de Jennys Valentina Ruíz, de 15 años, se movilizaba hacia San Cristóbal. El viaje más terrible de sus vidas. Venían a buscar a la niña que la naturaleza les arrebató.

Pasadas las 6:00 de la tarde llegaron. Abatidos por el dolor debieron cumplir con el protocolo para poder recibir los restos de Jennys Valentina. Luego de las 9 de la noche del mismo lunes, la familia regresó a Puerto Ordaz.

Acompañados

Un hombre alto y delgado, entraba y salía a cada instante desde el módulo del Servicio Nacional de Medicina y Ciencias Forenses (Senamecf), en ese lugar está la sala de anatomía patológica donde hacen las autopsias de ley, para conversar con los familiares de las víctimas fatales de la tragedia de Lobatera.

Es un representante de la gobernación del estado, quien permanece allí para atender a la familia de los fallecidos por tragedia de la quebrada La Molina que enluta a muchas personas de los estados Táchira y Bolívar.

El Ejecutivo regional giró instrucciones de no dejar solos a las familias de las víctimas fatales de la tragedia de Lobatera. “Todo el apoyo para ustedes”, les decía.

Aunque la gobernación coordinó cubrir los gastos funerarios de todo el grupo, algunos familiares decidieron asumir el gasto.  Agradecieron el gesto del gobernador y toda la logística y despliegue emprendido para localizar a cada uno de sus seres queridos.

Bleima Márquez 

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