Tecnología
Las redes sociales, cuestionadas: ¿qué falló para que emitieran la masacre de Nueva Zelanda?
16 de marzo de 2019
La matanza de este viernes en dos mezquitas de Nueva Zelanda se retransmitió en directo a través de Facebook, un macabro vídeo que supuestamente grabó uno de los atacantes y que ha permanecido en internet, cuestionando el papel de las redes sociales en una masacre hecha a medida para compartirse.
A pesar de que Facebook eliminó inmediatamente la escena, varios internautas comenzaron a subirla de nuevo tanto a esta plataforma como a YouTube y Twitter, haciendo imposible seguir el rastro de las imágenes en su recorrido por la inmensa red de redes.
Así, la muerte violenta de casi 50 personas, además de suponer una tragedia se volvió viral, un contenido macabro de consumo rápido que ni las empresas más poderosas de la industria tecnológica pudieron sofocar.
«La policía nos alertó de un vídeo en Facebook poco después de que comenzara la retransmisión en directo y rápidamente eliminamos tanto el vídeo como las cuentas del atacante en Facebook e Instagram —la plataforma de fotografía propiedad de Facebook—», declaró la portavoz de la red social en Nueva Zelanda, Mia Garlick.
Desde Facebook aseguraron que también están eliminando cualquier alabanza o apoyo al crimen «tan pronto como sean conscientes» de que existe una publicación de ese tipo.
Cerca de la distopía
A pesar de los esfuerzos, la velocidad de internet, la sobredosis de información diaria y los clics fáciles dados por millones de usuarios llevaron esta tétrica escena un paso más cerca de la distopía.
Ya no solo se propaga y organiza el odio en los rincones oscuros de internet, sino que también las masas consumen los actos violentos como si fueran escenas de películas de acción con la diferencia de que, en lugar de intérpretes, las víctimas y el sufrimiento son de verdad.
Una simple búsqueda en Google de palabras clave obvias sobre el trágico evento daba como resultado una lista de enlaces al vídeo o a fragmentos del mismo.
La plataforma YouTube, propiedad de Google, contenía varias de esas piezas, subidas en su mayoría por usuarios anónimos, pese a que la policía de Nueva Zelanda pidió reiteradamente que no se compartieran las imágenes.
«Por favor, sepan que estamos trabajando y vigilando para eliminar cualquier grabación violenta», tuiteó YouTube en su perfil oficial.
En Twitter, la red más inmediata, también se publicaron vídeos del atentado que la compañía borró en cuanto llegaron noticias de su existencia.
El área de Twitter dedicada a la seguridad solicitó a los usuarios que informaran de cualquier «contenido que pueda romper sus reglas» para tomar medidas.
Imposible de controlar
En principio los contenidos explícitos y violentos están terminantemente prohibidos en estas plataformas, según sus condiciones de uso, aunque la saturación de información que generan los internautas y la velocidad con la que, en este caso, se propagó hicieron imposible que las acciones de estas empresas se adelantaran a la de millones de personas navegando en masa por la red.
Consciente de ello, Facebook creó en 2017 varias herramientas para detectar automáticamente estas publicaciones violentas mediante inteligencia artificial, pero los algoritmos informáticos no fueron ni lo suficientemente eficaces, ni precisamente rápidos.
Estos mecanismos automáticos tampoco fueron hábiles para detectar el mensaje en el que el agresor anunció sus violentas intenciones en la plataforma 8Chan, un foro de origen estadounidense conocido por la libertad que ofrece para difundir todo tipo de contenidos.
«Bueno, muchachos, es hora de dejar de subir mierdas y llegó el momento de hacer un esfuerzo por una publicación en la vida real», advirtió el mensaje en 8chan, donde al parecer también se compartió el enlace a la cuenta de Facebook desde donde emitió el atentado.
De esta forma, el ataque se anunció en un chat, se retransmitió en Facebook, se publicó en Twitter y se consumió en YouTube, sin que ninguno de esos gigantes tecnológicos pudo evitar esta perversa situación.
Pero a todo ello habría que añadir las veces que se pudo difundir el vídeo por los canales privados de mensajería —de teléfono a teléfono— cuya ruta es casi imposible de rastrear.