Roxana, que observaba la ardua labor, no pudo evitar una ráfaga de ternura al ver a Ricardo cortando con una pequeña tijera las hojas que sobresalían del enmallado. Oyó cómolos hombres se llamaban entre sí por los nombres de pila: Édgard, Alexánder, Freddy Ramón, para diferenciarlo de Freddy Villamizar, Ricardo, Alberto, Luis, Marcos, Óscar, Luis Ricardo, Javier y Carlos. Cuerpos y almas haciendo un esfuerzo común y desinteresado para limpiar un espacio que ocuparíantan fortuitamente.
— ¡Por fin la alcaldía mandó obreros para limpiar el monte¡—gritó algún ingenuo conductorque pasó por la avenida.
Después de la una, algunos se retiraron para almorzar, pero pronto reanudaron la labor. Cerca de las tres, el área estaba completamente limpia; sin embargo, a alguien se le ocurrió que podían ir más lejos y propuso desmalezar la isla de la avenida donde está ubicado el semáforo. Allí la hierba sobrepasaba los dos metros impidiendo la visión de los conductores y peatones. Todos estuvieron de acuerdo, pero con charapos no podrían hacerlo. Sería imprescindible una guadaña (mejor conocida como “guaraña”) para cortar la maleza. Édgard y Freddy sugirieron reunir el dinero para pagarle a un “guarañero” conocido en la zona y a quien todos apodaban el Brasilero. Acordaron que cada uno aportaría dos mil pesos. Algunostenían moneda colombiana y los más pagaron el equivalente en moneda venezolana. Algunos se comprometieron en pagar al día siguiente; entonces,el amigo Freddy Villamizar completó la cantidad exigida por el Brasilero. A las cuatro de la tarde toda la zona estaba despejada y olorosa a savia; tanto, que la mayoría de vecinos que pasaban hacían alabanzas a la alcaldía de San Cristóbal por las labores de limpieza.
— ¡Gracias al señor alcalde por haber limpiado el monte—gritó un entusiasta muy desinformado; sin advertir que aquella era una labor ciudadana de quienes, no obstante padecer la agonía de una cola, habían puesto su mejor empeño en dejar limpia el área. Lo cual no solo los favorecería a ellos, sino también a los transeúntes que diariamente usan esa vía y que se ven obligados a circular por la calle, poniendo en riesgo su vida.
En el trascurso de la tarde, Roxana curó heridas superficiales a dos inexpertos “charaperos y alivió ampollas en la mano de otro. A las cinco de la tarde la cola no se había movido un milímetro, pero los grupos informaban por las redes sociales que era mejor esperar.
Un poco más tarde muchos se sorprendieron cuando vieron a una mujer y dos hombres jóvenes recogiendo la basura y cortando la maleza en una parte de la acera del hospital, casi llegando al centro de rehabilitación. Con el mismo entusiasmo que los anteriores, arrancaron los grandes mogotes de grama de raíces fuertemente aferradas en la tierra, cortaron la hierba y los pequeños arbustos y apilaron más de cuarenta bolsas con basura que manos irresponsables lanzaron sin considerar que es un área hospitalaria.
—Mañana voy a la Alcaldía para exigir que manden un camión para recoger las bolsas queesa gente cochina bota—dijo un vecino.
Ya estaba oscureciendo cuando Auriestela, Ebert y Erick terminaron el arduo trabajo. Sudorosos y con las manos y ropa salpicadas de barro, miraron orgullosos el resultado. En sus sonrisas se reflejaba la satisfacción que produce hacer algo desinteresadamente.
A las siete de la noche, Roxana Pérez perdió toda esperanza. Paralelamente se había formado otra cola de carros con números de placas correspondientes al día siguiente y cuyos conductores exigían que los otros retiraran sus vehículos para colocar los suyos. Un señor le confirmó que ese día no llegaría gandola y que lo mejor era retirarse; entonces, comprendió su triste situación. No tenía suficiente gasolina para llegar a su casa ni dinero para comprarla. Alguien le regaló cinco litros de gasolina y nuestra protagonista se marchó con cara de derrota.
En mitad del trayecto, de repente, experimentó una inexplicable sensación de regocijo al recordar el empeño puesto por aquellos hombres y mujeres para limpiar la vía pública.
—Dios mío, parece que no todo está perdido en Venezuela!—se dijo profundamente emocionada.
Liliam Caraballo