En casi todos los países del mundo, la llamada cuarentena ha tenido y tiene una naturaleza sanitaria: tratar de contener la propagación del Covid-19. En unos con indudable éxito, en otros con resultados magros, y en no pocos sin logros que exhibir. En los países donde no hay democracia política, sino que imperan regímenes de distintas variedades despóticas –aunque se «auto-identifiquen como democráticos»– desde despotismos leves hasta férreos, desde habilidosos hasta crasos, el tema de la manipulación política del Coronavirus y de la cuarentena, siempre está presente.
La propaganda correspondiente es connatural al régimen, pero ello no necesariamente significa que en todos los casos la cuestión sanitaria se encuentre absolutamente subordinada al objetivo puramente político. Pero en la Venezuela de la hegemonía roja sí es así. Todo, sin ninguna excepción, está absolutamente subordinado al continuismo. Nada escapa a esta realidad, comenzando por el Covid-19 y la formidable excusa que ofrece para que se fortalezca una cuarentena político-militar.
Bien se sabe que la «cuarentena» no comenzó por causa del Coronavirus, entre otras razones, por la más elemental: de muchas maneras ya existía antes de que se supiese la existencia de la pandemia. Una cuarentena es una modalidad de aislamiento, y en Venezuela ya se habían impuesto diferentes formas de aislamiento político, económico, social, comunicacional, territorial, etcétera. Y eso no fue por la razón sanitaria del Virus de Wuhan, que no se percibía en el radar, sino por la razón político-militar del control hegemónico.
El aspecto de la salud pública y de la prevención sanitaria no tiene importancia intrínseca para la hegemonía. Si lo tuviera, los servicios de salud no habrían sido destruidos, y los caudalosos recursos destinados al sector no habrían sino depredados. Tan sencillo como eso. Importancia política sí ha tenido porque el referido aspecto ha servido de pilar para la retórica social, acaso una de las más cínicas del mundo.
Y en estos meses, además, el Covid-19 cumple las funciones de torniquete de la cuarentena político-militar. Todo es un juego de distorsiones interesadas: desde las cifras y el contexto en que se presentan, hasta la utilización de la cuarentena como una cobertura sicológica y represiva para evitar movimientos de protesta que puedan afectar el continuismo. El drama de la gasolina lo pone de manifiesto.
Como en esta Venezuela de la catástrofe no hay información veraz de nada que sea oficial, no se sabe cómo va la propagación del Coronavirus. Se presume que es mucho mayor de la que se reconoce, pero todo ello está sujeto al interés político. Si éste dictamina que se reconozcan cifras más alarmantes, porque ello colabora en justificar la verdadera motivación de la cuarentena, pues así será. Incluso Maduro ya viene vinculando el tema de la «cuarentena sanitaria» con la posibilidad o no de realizar otras (farsas) electorales. Y mientras tanto, aumenta el circo alrededor de estas tramoyas. Las mismas maromas y los mismos maromeros, con alguna que otra novedad.
La cuarentena venezolana es de naturaleza político-militar. Y tiene como pretexto flexible o moldeable al Covid-19. No es fácil discernir un desprecio más notorio al derecho a la vida de los venezolanos.