Regional

Posada para la Virgen

19 de diciembre de 2020

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 “La liturgia rememora el momento en que María y José buscaban un lugar donde alojarse, pues había llegado la hora del alumbramiento. En los momentos previos a la Navidad, la dinámica del dolor-alegría se hace particularmente presente en los padres de Jesús: dolor por no hallar posada para recibir, aunque sea con humano decoro, al Señor de los señores, y la alegría, por la hora cercana de la Natividad”.


Por Humberto Contreras

Contagiado con la quejumbrosa idea de que estamos todos, como nunca, en mala situación socioeconómica, y que no hay nada que celebrar, compartía con muchos la idea de dejar pasar sin más ni más la Navidad 2020:  Más de 50 años haciendo el pesebre de mi casa, con decoración de luces y de adornos navideños, esperando siempre el festejo importante del 24 y el 31, con mi esposa, mis hijos, mis nietos, y ahora mi bisnieto.

Hay en casa un árbol de Navidad de 2 metros 40 de alto. Bolitas de adorno, muñecos de tela, luces, flores, piezas de cerámica, solo para adornar el arbolito, y suficiente material para armar mi pesebre. Cada año se recoge y se guarda en cajas, esperando la siguiente Navidad, cuando nos vuelve a despertar el entusiasmo decembrino.

Volver a encender desde nuestro regazo, nuestro corazón, la Noche Buena y el Año Nuevo, al abrigo del calor familiar y de las brillantes luces de bengala, del alborozo de los pequeños, y, por supuesto, el ansiado momento cumbre, después de repartir lo que nunca faltó, los regalitos para cada quien: sentarse a la mesa a compartir la infaltable hallaquita, hecha en conjunto, con todo lo que ello significaba. O mejor, significa, porque aún vale eso, pese a las circunstancias.

Ya el año 2019 afectó un poco el festejo. Los precios de celebrar la Navidad, comenzaron a afectarnos. Las ausencias de seres queridos, hijos, nietos, sobrinos idos a otras tierras en busca de mejor destino, descuadraron la mesa navideña de muchos hogares. Sin embargo, igual muchos hogares celebraron la festividad.

Este año, con peor realidad, aplastada por el peso de la pandemia, el poco fulgor que quedaba en muchos corazones está como una muy leve brasa. Pocas casas se ven iluminadas con las múltiples chispitas que prenden y apagan incansablemente, gritando ¡feliz Navidad!, por todas partes. La inflación se ha chupado las ganas de hacer hallacas, y la realidad política del país termina de hacer lo suyo.

El 16 de diciembre, comienza tradicionalmente la etapa final de preparación de Navidad. Las misas de aguinaldos, la decoración hogareña, el pesebre, el arbolito, en fin, entran en su etapa culminante. Este año, no se veía nada en movimiento. No se ve. Aunque hay unos cuantos que no se rinden, y se preparan con lo que puedan.

Así que, contaminado con esa situación de desencanto, de entrega, de rendición, pero también de nostalgia, de sueños y de esperanza, yo estaba decidido a ignorar mi Navidad. Mis hijos fuera del país. Mi esposa atrapada en el exterior por las cuarentenas; la ciudad amenazada por el aumento incontrolado de contagios… Ni siquiera había pensado en arbolitos, hallacas, o pesebre. ¿Cómo?

Pero el 15, quizá consecuencia de la fuerza inconsciente de la costumbre, leyendo titulares que recordaban “Mañana comienzan las misas de aguinaldos”, me llegó un mensaje directo a la mente: Recordé que los relatos señalan que, por estos días, hace 2020 años, María andaba sobre una mulita que guiaba san José, camino de Belén.

Fue cuando la acosaron los síntomas del parto, y angustiados por la urgencia, pidieron por caridad en varias casas, que les dieran posada por esa noche, a lo que se negaron todos. Por ello, tuvieron que aposentarse en el pesebre, donde nació el Niño Jesús, el Hijo de Dios.

Entonces, me brotó una pregunta: ¿Yo también le voy a negar posada a la Virgen? ¿Voy a cerrarles la puerta de mi casa?  No. ¡No puede ser!

Me levanté de un salto, me fui a bajar del clóset las cajas donde están los trocitos rearmables, como un puzzle, de mis Navidades. Conseguí lo necesario, y armé mi pesebre. Chiquito, sencillo. El 15 en la noche lo dejé ya con sus lucecitas encendidas, y el 16, día primero de los días de aguinaldos, la Virgen y San José tenían posada en mi humilde casa.

Hice mi pesebre. Lo veré titilar yo solo todas estas noches, aquí en mi casa. Pero seguro que tendré la mejor compañía.

En mi casa, también este año va a nacer el Niño Dios.

 

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