Dependiendo de la actividad económica, cada negocio sufre la retahíla de apagones y peligrosas fluctuaciones a su manera; pero, en últimas, todo se traduce en efectos negativos, que no solo se limitan a lo económico, sino incluso a la manera como somos en sociedad y a nuestra psicología
Por Freddy Omar Durán
Indignación, incertidumbre y desconsuelo son principalmente las emociones que afloran cada vez que al sancristobalense se le interpela sobre la ruda situación que implica soportar la serie de apagones. que se ha intensificado durante el mes de marzo.
Información oportuna y veraz, programación de los cortes y consideraciones a su actividad productiva, hacen parte del clamor de trabajadores y propietarios de pequeños negocias, para al menos hacer más manejable su situación, sabiendo de antemano a qué atenerse.
No cabe duda de que los apagones han representado pérdidas para un comercio que ha querido, luego de pandemias e hiperinflación, arrancar para adquirir el suficiente ingreso para cubrir nómina y gastos operativos, y tener una probada de aquella especie que proclama que “Venezuela se está recuperando”.
Apagones y alumbrones que se suceden en lapsos de tres horas y que tienen un antes, durante y después, cada uno experimentado de manera distinta de acuerdo a la actitud de la persona o colectivo afectado, y particularidad de la actividad comercial específica que ejerce.
En las escasas horas de claridad y energía, los sancristobalenses encuestados solo aspiran a recuperar el tiempo perdido y se mantienen en acecho, no solo al hachazo de la oscuridad, sino a la más peligrosas aún fluctuaciones que ponen a más de uno a correr para proteger sus aparatos electrodomésticos.
Igualmente, hay un periodo a oscuras en el cual muchos se aferran a sus baterías, mientras que otros los compensan con plantas eléctricas, siempre y cuando haya combustible para alimentarlas. Otros se aferran al “aclimatamiento” del cliente, de los proveedores y del personal en labores, que podría denominarse “normalización del desastre” que se asume bajo el lema casi imperativo de “al mal tiempo buena cara”.
En ese sentido, muchos aspiran a que, por ejemplo, los puntos inalámbricos no se apaguen y las comunicaciones no fallen, para lo cual casi siempre terminan los cajeros saliendo a la calle e implorando a los cielos el tranquilizante bit que se emite al banco al aprobar la transacción. Mientras tal respuesta desde la lejanía se da, cliente y encargado del negocio pueden ir comentando la situación general o, simplemente, entablar un diálogo de caras largas o miradas desconsoladas.
Hay igualmente un “post” del apagón en el que se verifica si los aparatos eléctricos soportaron el latigazo eléctrico, y en algunos rubros el estado de la mercancía, especialmente aquella que merece cierto tipo de conservación. Aquí, de comprobarse el monto de la pérdida, al aburrimiento inicial lo secunda la rabia, pues el perjuicio económico nadie lo cubre, y menos la caída dramática del ingreso durante las horas en “off”.
Historias distintas
Cada negocio tiene su historia distinta, dependiendo de las previsiones o de las características del local.
Muy difícil es que un negocio no dependa de la electricidad y, aunque fuera así, debe aguantar una ciudad que baja el ritmo al máximo. Por supuesto, también está la otra historia, la que ocurre en cada hogar, que también influye de muchas maneras en la actividad comercial, a la que se inicia tarde por esa razón, o se concluye temprano para atender esa realidad, sobre todo si involucra a niños o personas de la tercera edad que requieren cuidado especial.
Como ciudadano de la calle, con mil y un asuntos que resolver en la ciudad, a Ricardo Zambrano le afecta lo imprevisible de los eventos eléctricos. Dentro de su casa, su nevera se averió por las altas y bajas; pero sabe que la suya será una más de un cementerio de neveras que ocuparía un inmenso galpón, si las recolectáramos desde el año 2019.
–Esto como que cada día está peor. Yo vivo en Vega de Aza y eso se parece a la Navidad, con la luz intermitente, se va media hora, viene media hora. La nevera se me echó a perder. Esto parece un saboteo. Yo creo que si van a quitar la energía, que lo hagan toda la noche, o todo el día, y no de esa manera, que a cada ratico la quitan y la ponen, tres o cuatros veces al día, dañando tantos aparatos— afirmó Ricardo Zambrano, un ciudadano de la calle con muchas preguntas en la cabeza sin resolver.
Educación golpeada
La educación de niños, niñas y jóvenes, por efecto de los apagones, ha tenido que dar un paso atrás, luego de dar dos adelante, luego de sus recientes intentos por volver a un horario normal, con ya hasta tres días de clases en las instituciones públicas.
Una directora de un plantel educativo ubicado en La Concordia declaró extraoficialmente que el proceso de enseñanza no ha sufrido cambios en sus tiempos, pues se intenta aprovechar al máximo la luz del día, pero las dificultades se concentran en los procesos administrativos y en el servicio del comedor estudiantil, por lo que a los menores se les resta la posibilidad de recibir la nutrición de calidad que merecen.
Al respecto, los padres no esconden sus preocupaciones, pues sin energía eléctrica hacer las tareas diarias, -cuya información depende más hoy en día del internet, así como arreglar útiles y uniformes, entre otras obligaciones propias de la época escolar, resulta más complicado.
—Yo llevo los niños al colegio y las aulas están a oscuras, y eso trae problemas a su visión, que ellos verán más adelante. Donde mis hijos estudian, el agua se distribuye con motobomba, por eso, de dos días de clases, a las que estaban asistiendo, volvieron a una. Cuando les mandan asignaciones y nos agarra la noche, tenemos que estar con la iluminación del celular sobre los cuadernos, pues ellos muchas veces dedican la tarde a otras actividades complementarias— narró José Sanguino, quien luego de dejar a sus niños en clase en Capacho, debe bajar a San Cristóbal a trabajar y se retrasó, pues debía apertrecharse de combustible, tanto para su vehículo como para la planta eléctrica de su negocio.
Panaderías producen y adquieren lo necesario
Las panaderías han sido uno de los sectores más golpeados. Su producción ha sido hacer lo del día y cuidar sus pedidos en charcutería y derivados de la leche con riesgo a dañarse, y además mucho del servicio al cliente se basa en servir sus preparaciones al gusto de temperatura del cliente, requieren de cierta cocción.
—Leche y otros productos se nos han vencido, y a cada rato nos toca llamar a los técnicos para las reparaciones. Y encima de todo se nos bajan las ventas, pues muchos pagan con punto, y aunque tengamos energía, lo que falla es la internet –explicó la administradora de una muy tradicional panadería de Barrio Obrero.
Negocios como papelerías no solo consisten en vender una mercancía específica, en tanto incluye variedad de servicios como fotocopiadora, impresiones e internet, el fuerte del mercado, lo que requiere tecnologías, a veces muy vulnerables a los sube y baja de la corriente.
—A mí se me quemó la planta de poder y el disco duro del computador, y entre todo me salió como en 50 dólares, sin contar la información que perdí—dijo Ana Galvis, quien atiende una pequeña papelería en Barrio Sucre.
Emprendimiento frustrado
Hace dos meses, Francis Márquez no solo le puso ganas para lanzar su emprendimiento en heladería y para eso se hizo de un puesto con la decoración más bonita, y elabora los más ricos sabores. Todo, comenzando, iba bien, pero ahora no sabe si continuar, ni lo que le irá a pasar a una joven que decidió quedarse y creer en el país, en vez de tomar el camino de la migración. Su puesto de trabajo se ubica muy cerca de una escuela de La Concordia, y niños y niñas acuden presurosos todas las mañanas a llevarse un cono, con uno o dos copos encima.
—Hay días que no puedo sacar mi carrito, o de inmediato tengo que guardarlo porque el producto se descongela. Hay el riesgo de que el helado se cristalice y pierda la textura suave, y eso es pérdida. Con esto genero ingreso para mí, y ayudo a mi casa. Esto me salió como una idea espontánea, trabajaba por internet, pero quería tener mi negocio propio. Esto me ha puesto muchas trabas en el camino, y nos deben una explicación, pues se trata de un servicio público que está fallando notablemente. He considerado la posibilidad de adquirir una planta, pero el costo del combustible terminaría encareciendo el producto— afirmó Márquez.
Carnicerías en inventario de pérdidas
El drama de las carnicerías se asemeja al del Frigorífico JM, sufriendo la degradación de su mercancía y más doloroso aún la destrucción de equipos cuyos costos en reposición y reparación superan a los de otras actividades económicas.
En estos momentos, tengo el cuarto frío dañado y uno no puede dejar mucho animal sacrificado aquí. La nevera mostradora ya no funciona, ni el cuarto frío; eso fue culpa del “coñ…” con el que llega la luz. El viernes hubo un daño grave en el cuarto frío y tuvo que cambiarse el motor, que cuesta 450 dólares, y entre mano de obra y otros detalles de cableado por resolver, ya se fueron alrededor de 3 millones de pesos, para ya el miércoles volverse a parar, luego del apagón. Hay que buscar soluciones, que digan apaguen a tal hora los aparatos que vamos a quitar la luz— sostuvo el carnicero Reinaldo Maldonado.
No basta la planta eléctrica
Para quien tiene con qué o no le queda otra que adquirirla como sea, pues no se puede dar el lujo de la parálisis, ahí están las plantas eléctricas. Pero nadie puede considerarla una panacea, ya sea por la dificultad para adquirir combustible –ya sea gasolina o gasoil-, cuando no escaso, costoso, ya sea porque muchas herramientas electrónicas operan bajo ciertas condiciones en el suministro eléctrico.
—Muchas de nuestras herramientas trabajan con electricidad de la calle y con la que se genera en las plantas podríamos dañarlas. La planta es para las computadoras, para darle vida al local o contar con internet. Pero los dispositivos de microsoldadura son muy costosos y no podemos arriesgarlos. En mi caso personal, hemos perdido en mi casa dos televisores por estos apagones— dijo Jefferson Colmenares, técnico de una tienda especializada en productos Apple, en Barrio Obrero.
Jhoan Sánchez se queja del consumo de gasolina de la planta eléctrica, que bien abastecida puede suministrar energía por 6 horas.
—Ahora hay que hacer cola para la gasolina de los vehículos y también para la de la planta. Otro problema está en el gas, que ya ni se consigue, y nos sentimos vulnerados en nuestros hogares: una bombona de 10 kilos puede estar costando hasta 50 mil pesos— afirmó Sánchez.
En oscuridad, ni se vende ni se selecciona
A oscuras, los zapatos no pueden ser apreciados por los potenciales compradores de Jackson Sport; pero tal problema resulta uno más para un negocio que, además de impulsar su productividad, debe cumplir con sus obligaciones como contribuyente.
—Las cámaras de seguridad y el monitor ya no sirven. Hace poco adquirimos las máquinas fiscales y ha sido imposible facturar, pues hay que hacerlo manualmente. El único punto que tenía se me quemó. Y con lo que gastamos en esa máquina fiscal ya nos queda difícil hacernos de una planta, pues tenemos que estar al día, porque ahí sí vienen eficientemente los funcionarios a supervisarnos, y nos puede acarrear multas, con la misma eficiencia que uno pide para que se resuelva el problema de la energía eléctrca. En mi casa tuve que botar una bolsa completa de carne que estaba buena, y para nadie es un secreto que la situación está dura, y para comprarla usted tiene que trabajar una semana. Además de eso, mi microondas ya no funciona. Con bombillos de emergencia tratamos de iluminarnos un rato— sostuvo el dueño del local.