Aunque un creador pueda inclinarse por una rama específica del arte, su potencial artístico puede perfectamente encarrilarse a otras en la cuales puede demostrar esa llama creativa que no se agota.
Freddy Omar Durán
Entrando a la individual de Erasmo Sayago, que continuará en febrero y marzo en el Museo de Artes Visuales y del Espacio, lo que destaca en la primera sala es una máquina de escribir y unos papeles que, pegados contra la pared, llevan inscritos algunos de sus poemas.
Y es que no se trata solo de una reivindicación de su oficio en la escritura, y su parentela creativa con el acontecer plástico a su alrededor, y el hecho de que en su mayoría dispone del papel como soporte. Esto nos insinúa una cierta cercanía del poeta tachirense con el chino y el japonés que ha hecho de la escritura, o más específicamente, del trazado del signo-símbolo, un arte.
La máquina de escribir, antigua ya en tiempos de computadores y celulares, en la que surgieron Sueño de la Cigarra, cuento con el cual ganó el Circuito Cultural de la Dirección de Cultura en la categoría narrativa, y Confesiones desde el Muro, del mismo concurso pero en categoría poesía, también emergió el personaje, en el que el mismo Erasmo acabó convertido, por aquello de la verosimilitud del personaje.
–¿Cómo escribir una historia de un pintor si yo jamás he tirado un trazo? Me pregunté. Entonces me dije: Yo voy a ser un pintor fracasado, como el personaje principal de El Mar de Janus. Y entonces voy mandándole imágenes a mi señora, a medida que las voy haciendo, y fueron más y más, y es una cosa que no puedes parar, y vas haciendo y vas haciendo, hasta que llegas a la conclusión de que quería pintar como si escribiera, y quiero escribir como si pintara— confesó Sayago.
Lo suyo no es logografía ni caligramas, aunque el símbolo se cuela frecuentemente interpretado desde el universal lenguaje de las esencias, y como nos comenta la curadora de la exposición, Carmen Ludene, sí mucho de oriental hay en su técnica.
Ludene tuvo la ardua labor de escoger entre 260 piezas alrededor de la décima parte para esta exposición.
–Por ser un niño inquieto, el maestro Erasmo Sayago guarda un culto muy particular en el manejo del papel, tal vez por ese gusto particular hacia la cultura oriental del dibujo. Tiene la particularidad, muy propia de los artistas venezolanos, de pisar frontera entre las artes gráficas y el dibujo y coquetear con la pintura. Lo interesante de él es cómo a través de una técnica muy sencilla en la gráfica que es el monotipo, él empieza a descubrir un proceso que le permite conseguir esas transparencias, esas superposiciones de texturas, de mezcla, que lo hacen llegar a un punto de abstracción, que lo hacen muy lírico y poético, y eso tiene que ver con ese proceso que él trae como escritor— comentó Ludene.
¿Y cómo el escritor, en el atardecer de la vida, afronta esa nueva faceta de artista plástico? Es una pregunta obligada para hacerle.
–Con la misma pasión. Porque cuando tú escribes, el punto, la raya, la palabra, el espacio, el silencio forman parte del lenguaje, y en la pintura también existe como parte de su propio lenguaje el blanco, el negro, el trazo, el círculo, la interrupción, todo eso. Entonces me involucré en una magia. A mí por ejemplo se me metió en la cabeza, pintar el rostro del señor Cohen, para que no se me olvide. Él vendía prendas valiosas, y muy amigo mío, y yo traté de reproducirlo hasta donde recordaba. Tratar de rescatar cosas que me quedaban pendientes, a través de la plástica— narró Sayago.
Desde la pandemia, no pocas personas buscaron sacar provecho a la situación de recogimiento. Y ciertamente, en estos meses se ha dado a conocer en literatura y plástica, aquellas horas que más que sufrimiento para algunos fueron de productividad. De esa temporada incierta se consolidó el Erasmo Sayago artista plástico, que desde el 2018 se venía perfilando, y que incluso ha coqueteado con la escultura, una de cuyas realizaciones se puede contemplar en esta exposición.
–Yo decía, a veces uno tiene con quien hablar, pero a veces uno quiere hablar afuera lo que nosotros ni siquiera podemos decirnos a nosotros mismos. Yo agarraba, que si un papelito, que si un cartoncito, que si otro papelito, y escuchando mucha ópera me inspiro, pues ese estilo musical era el que interpretaba mi señora como cantante. Esas cositas, esos papeles, conformaban un universo con el cual yo hablaba, para el cual a veces tomaba una foto u observaba otras obras, y descubría algo que ni me imaginaba estaba ahí. Y eso me pasa incluso con obras que yo he hecho— continuó Sayago en su relato.
Se confiesa más acumulador compulsivo de sus obras, que artista con afanes de exhibirla, por lo que su proceso ha sido también un saber desprenderse.
— Y si llegas a mi casa, vas a ver muchas cajas, y yo te puedo decir esa caja no me la toques, porque no quiero que la revises. Me pasó una vez con mi hermana, quien me dijo “Me quiero llevar tus obras, inclusive las que tienes escondidas”. Se las llevó y luego, al regresar del interior del país me dijo: “Te vendí todo”, y yo le dije: “Vendiste todo lo que yo no quería vender (risas)”. Es como una cosa que atesoras y tienes que aprender cómo decirle adiós a la obra y saber que otros ojos son los que la van a alimentar, la mirada de otro.
En Cartografía Interior hay una narrativa, y en ocasiones pueden colarse entre la abstracción personajes en situación narrativa.
