Reportajes y Especiales

Alimentar al necesitado, su pasión

3 de enero de 2024

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El servicio ha sido la vocación poderosa que ha acompañado la vida de Valerio García. Para este filántropo más importante que dar es darse, y por encima del donativo está el acompañamiento al desamparado, quien además de su carencia material sufre por lo general  la soledad y el abandono.

José Luis Guerrero Sánchez 

 

Una profunda fe ha animado la acción benefactora de Valerio García. No solo fe en la Divina Providencia, también en  cada uno de nosotros, que con mucho o poco, siempre  estamos en capacidad de sacar a  relucir nuestra faceta más generosa.

“Servir, servir, servir” se ha constituido en un lema permanente en su vida, pero que desde la pandemia tomó un curso muy especial, hasta encarnarse en un proyecto denominado Manos que Ayudan.

Como chef sabe lo importante que es nutrir el cuerpo, pero esto de poco vale si antes no se envuelve al necesitado de ese cariño y acompañamiento que alimenta el alma.

Dar es algo que muchos pueden hacer, a veces con algo de ostentación, a veces con algo de incomodidad o ceremonia; pero el “darse” constituye una convicción por la que pocos optan.

Aunque hacer el bien sin mirar a quién, sentirse identificado con el sufrimiento del otro, puede formar parte de un personal proceso de transformación; en sí mismo poco vale, si conscientemente no hemos adelantado y hecho consciente tal ascesis interior. Por eso sin honesta espiritualidad, cualquier acto de generosidad no pasa de ser un vacío y simple gesto, sin importar el monto al que le demos equivalencia.

Admirador de la Madre Teresa de Calcuta, e interesado por su historia fue a parar a la ciudad de Cúcuta, ciudad que ella visitaría por los años ochenta y en la que sembró la semilla de un árbol que sigue dando frutos.

“Yo soy admirador de la Madre Teresa de Calcuta, y el conocer su historia me condujo a una experiencia muy grata en la Casa de Nazaret en Cúcuta, por alrededor de dos meses. Allí prestaba servicio los fines de semana, y fue el involucrarme con el anciano, con el necesitado, que fui entendiendo la diferencia de dar a darse, porque dar lo hace cualquiera”.

Por San Cristóbal, en los albores de un nuevo siglo, Valerio García desarrollaba su vocación de servicio, y sobre la misma vertía sus talentos, uno de ellos la cocina y por el cual se tituló profesionalmente a los 58 años, así como su don para animar el espíritu y propagar un mensaje de esperanza.

“De hecho me gradué a los 59 años de chef con la intención de servir a los demás, y eso se hizo en la Casa de Los Muchachos, donde preparaba diariamente 150 almuerzos para niños de familias vulnerables. Hice parte de la fundación Buen Samaritano comenzando el siglo, visitando los lugares donde se requería ayuda humanitaria”.

Pero fue el periodo de pandemia en el que se dio ese avivamiento de su misión de vida, pues entonces se puso en evidencia cuanto desamparo anida en nuestra sociedad, y entre quienes además de las privaciones, ahora debían soportar el aislamiento.  Fue entonces igualmente en que muchos decidieron elevar los ojos al Creador y su Misericordia.

“Yo invite a mis vecinos a compartir el rosario, y como la iglesia se cerró yo dije: vamos a salir a rezar en la calle. Nos reunimos dos horas, y  a raíz de esto nació está inquietud y comenzamos con una “sopa de amor”, para el barrio Monseñor Ramírez, y después nos decidimos ir a los ancianatos”.

La soledad especialmente entre las personas de la tercera edad ha sido un fenómeno concomitante a la migración de hijos que tuvieron que partir de Venezuela por mejores oportunidades.

“Nos dimos cuenta de la gran cantidad de personas solas, cuyos familiares están en el exterior. Gente que estaba luchando contra la soledad en la parte espiritual y la parte emocional, al no tener un abrazo, no tener una familia. Nos dimos cuenta la falta de afecto de los abuelos en los ancianatos a pesar de que allí lo han atendido  bien”

En pos de ampliar el campo de acción benefactora, ahora la atención de Manos que Ayudan se ha proyectado hacia las sedes de la Misión Negra Hipólita en donde se asiste a personas en situación de calle.

Una mano a Franyer

Así como los platos gastronómicos requieren del mejor sabor para destacarse, de igual manera el auxilio al desamparado no puede servirse insípido ni frío. Y también ha comprendido García que antes que satisfacer necesidades, se anhela el creer en alguien, una convicción socavada por una sociedad indiferente.

No está solo en su labor, y más que la cabeza principal es uno más dentro del equipo de hasta los momentos cinco personas que constituye Manos que Ayudan.

“Esto es como un enamoramiento porque estas personas necesitadas comienzan a creer en alguien, están creyendo en ti. Tú tienes que darte cuenta que si lo cumples para la obra de Dios, lo estás haciendo porque te nace del corazón hacerlo, y alguien espera por ti. ¡Qué bonito cuando tú llegas a un escenario –no aguanta la emoción, sus ojos se humedecen y su voz se parte- y te dicen “te estábamos esperando” y lo más importante es saber que tú eres importante para esa persona Un día llegamos  a la sede de Negra Hipólita y luego de cantar, alguien me dijo “¿padre, cuándo vuelve?” y Dios mío eso me sacudió”.

Insiste en que la generosidad sin amor y sin mensaje espiritual, puede ser contraproducente y que debe ser provecho tanto para el donador como el receptor.

“Tú puedes dar una pastilla para el dolor de cabeza, pero si me la das de mala gana no me va a sanar, y puede que sane también a aquel que está proporcionando esa medicina con amor. Es necesario hacer seguimiento, no llegar, dar y olvidarse de la persona. Eso –dar sin una dosis de afecto y espiritualidad-  es como ir a un retiro de sanación, llegamos y nos destapan la llaga y si no nos ayudan a cerrarla. ¿Cómo hacemos?”.

Otra falla de las buenas intenciones con el prójimo, estriba en proporcionar aquello que no ha sido pedido.

“Yo tengo que entender que el compromiso es mío con Dios, y el hermano. El día que yo falle, le estoy fallando a Dios y al compromiso que he aceptado. Nosotros podemos ver de este lado las carencias de los demás, incluso; pero si no aceptan la ayuda, o son desagradecidos, no podemos insistir. Tenemos que pedirle mucho al Espíritu Santo, lo que se llama prudencia, para saber a quién se le va a llevar esa ayuda. Y además nunca podemos dar sin evangelizar y eso es lo que les digo a mis hermanos de la Iglesia; porque se pueden hacer cosas grandiosas pero no queda la esencia, no queda Jesús”.

Algún testigo de la labor que han venido desarrollando, les hizo saber el caso de Franyer Manuel Moncada, y eso de alguna manera los empujó a salir de la capital del Táchira, donde han movilizado su caridad, al municipio Torbes, específicamente al Palmar de la Copé.

En ese lugar conocieron a un hombre de 42 años arrojado a una cama luego de padecer a los 8 meses una meningitis, y al cuidado de su madre Isabel y dos adultos más y rodeado de la más triste precariedad. Verificando in situ las dimensiones de la problemática, con el agravante de que al mencionado sector por la incomunicación vial solo se podía acceder por trochas,  se arrojaron a tocar puertas, y en este caso, como en muchos otros, la esplendidez del tachirense, aún en trance de una crisis económica, supero la prueba. Mes a mes lo han seguido visitándolo para compartir un almuerzo, pues en ningún momento la idea ha sido entregar la colaboración y no volver nunca más.

“Se logró cambiar el techo de la casa, conseguirle una cama clínica, una silla de ruedas, un colchón antiescaras, utensilios, cocina nueva. Gracias a Dios tenemos personas que nos apoyan con los medicamentos y en la actualidad tiene cubierto sus requerimientos hasta mediados del año entrante. Hay una fundación llamada Guía que nos están apoyando, y otros que de manera anónima, lo hicieron, incluso uno de esos beneficiarios dio los 360 dólares para la cama clínica. Nos emocionamos un día cuando la señora  Isabel nos llama desde un celular que alguien le donó, y le permite entre otras cosas, comunicarse con un hijo suyo que en EE.UU y que apenas se está adaptando a ese país, y muy poco le puede enviar”.

Valerio García es un profundo convencido en la capacidad del ser humano para hacer el bien, y que la misma se explaya en su grandeza cuando se insufla de la Gracia Divina.

“Es algo que nos lleva a nosotros a sentir que si se puede hacer el bien, que nosotros somos los que limitamos nuestra fuerza, nuestras ganas de colaborar, porque si Dios nos quiere allí, allí estaremos. Nosotros necesitamos abrirnos a su disposición”

 

 

 

 

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