Opinión

Repelencias 529

12 de octubre de 2024

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Carlos Orozco Carrero

El gallo pluma dura paseaba siempre en aquel solar de manzanos y curos. Todos los vecinos, chicos y grandes, conocían al plumífero desde hacía muchos años. También se sospechaba que no era el mismo gallo el que madrugaba diariamente a despertar a todos los vecinos. –No puede ser que sea el mismo que conocimos todos en la comarca, carretico. –Nono Pausalino me contaba que siempre supo del animalito desde que era niño y varias generaciones de su familia hablaban maravillas de su plumaje y canto melodioso. -Es más, si quieres vamos hasta la casa del viejo Isaías a ver si todavía está el gallo en su patio trasero. El vendedor de chimú nos recibió algo remolón. Allí estaba el gallo. Rodeado de muchas gallinas y con su misma pinta desde que lo había visto hacía más de treinta años. –Pues, la verdad es que nunca se ha sabido en esta casa cómo hace este condenado gallo para mantenerse así desde que nos mudamos de la quebrada del oro, subiendo de la vega del rio. Lo que sí es extraño es que en las noches se sube al soberao y se escuchan unos cantos roncos como lamentos humanos cada 10 años en épocas de semana santa –Poco come y parece sonreír cuando nos mira a todos en la cocina.      

En lo profundo de la selva se regó el cuento de que se organizaba una carrera de velocidad entre sus habitantes pertenecientes al reino animal. Los permanentes jueces de tales eventos llegaron con sus “monos” y carpetas para hacer la inscripción respectiva de los participantes. Todo era emoción dentro del espacio dejado para la salida y llegada de la carrera. Tendrían que recorrer parte del bosque, saltando las piedras de un riachuelo hasta recorrer unos 26 kilómetros que era la distancia total según midió el sabio zorro por órdenes del rey León. Cuatro jirafas fungían como jueces en cada tramo del sendero establecido. La gacela, el caballo, el conejo, el correcaminos y todos los que tenían la velocidad como atributo para cazar o escapar de sus depredadores estaban listos para la partida. –Un momento, gritó el burro. –Yo quiero participar en la carrera. Claro, todos soltaron la carcajada al ver la osadía del morrongo jumento para enfrentarse a los animales más veloces del mundo. –Hay que dejarlo para que todos ejerzan el derecho a participar, sentenció el hipopótamo, presa de un hipo extraordinario. Arrancaron bajo la algarabía de todos los presentes. Dejaron una estela de polvo y se perdieron en entre los arboles gigantescos dispuestos a rodearlos para llegar primero a la meta. Se hizo un silencio sepulcral y el elefante se comía las uñas debido a la emoción que lo invadía. De repente, el estruendo alborotó a todos y apareció el ganador. -El burro, Ganó el burroooo, gritó la hiena entre risas para burlarse de los que habían apostado en contra del orejón. Llegó el momento de la premiación con entrega de cien fardos de paja, algún dinerillo en efectivo y placa enchapada en oro. Ya se retiraban todos del lugar del evento anual, cuando la jefe de los jueces alzó la pata delantera y dijo: -El burro está descalificado, señores. –Por qué, preguntaron todos a la vez. –Porque el burro corrió con garrocha…    

La negra bolsa de basura en San Diego de Rubio tenía cierto movimiento al estar recostada al poste que quedaba del viejo telégrafo casi caído por tantos años allí. Poca gente había visto que el recipiente negro siempre permanecía en el mismo sitio. Pasaban los camiones de la basura y los obreros no la veían. Toda la calle limpiecita de día y en las noches aparecía la bolsa en el mismo sitio de siempre. Un anciano fijó la mirada a través de su ventana sobre el bulto oscuro a golpe de 12 de la noche. Se dio cuenta que aquello agarraba forma de ser humano acurrucado y se arrastraba de acera a acera. Nunca comentó nada con nadie hasta que una noche de truenos y relámpagos se acercó al poste y roció una botella de agua bendita sobre el lugar donde aparecía la bolsa maldita. Cuentan que nunca más se supo de aquel episodio macabro. En cada esquina una historia.

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