Opinión

Repelencias 545

11 de enero de 2025

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Carlos Orozco Carrero

Cuando los instrumentos musicales están afinaditos y los músicos sonríen al escuchar que sus ejecuciones suenan a nuestra tierra venezolana, convertida en valses, bambucos, pasodobles, merengues, baladas, boleros y algún porro en arreglo de Billo, nos elevamos en el verdadero amor por todo lo que nos identifica culturalmente. En días navideños la tertulia musical se construyó en casa de Jesusito Duque y Didia para conferirle grandeza a nuestra historia musical tachirense. Por supuesto que los vasitos plásticos salieron a sonreír también rebosantes de caricuenero recién sacado en hinojo.

La caja sincrónica está botando fluido y creo que la dejaron mal en un taller de San Cristóbal. Era el problemita que se veía por arribita. El hombre viajaba desde la capital del estado hasta la aldea Peñas Blancas de Pregonero. Ya era tarde y el mecánico de la comarca estaba pescando en un brazo del rio Uribante. El profesor Carlos José Peña respondió al llamado de los vecinos para intentar auxiliar al caballero que se movilizaba a esas horas de la tardecita y ver si podía diagnosticar el daño para intentar solucionarlo frente a todos. –Quedó fino, caballero, le dijo Carlitos al conductor de la nave averiada después de entrarle de lleno al arreglo del automóvil repleto de regalos.  –Muchísimas gracias, flaquito, agradeció el cansado hombre, lleno de angustias junto a su familia. –¿Cuánto le debo? –No me debe nada. amigo. -No corra mucho y feliz viaje. Todos quedamos conformes con la respuesta del hacendoso amigo. Media hora más tarde se hizo la vaca para una cajita de blanca espumosa y nuestro curioso mecánico aseguró que no tenía plata para colaborar con su parte de la caja. –Ahí salió el grito del gordo Sósimo, quien le dijo: -Vaya y alcáncelo para que le cancele unas cinco botellitas… Hay gente que no entiende nada sobre la bondad de algunos seres humanos, cariños.     

La leyenda de la mula coja en las ruinas del viejo hospital no quiere desaparecer del recuerdo de los zagaletones de entonces. Un infortunado accidente, producto de haber metido su pata trasera derecha en un viejo pote oxidado de leche Reina, la obligó a cojear, marcando una desigualdad notable en la pisada, lo que le ganó las consideraciones de todos los que la veíamos pastar en el ancho mar, lleno de yerba de toro y matas de ruda, semejando aguas imaginarias que servían para cubrirse de tantos ataques con pipas de tártago, guayabas tiernas y tan cual laja de teja arrequintada por algún pajarraco contra nuestras porras llenas de cicatrices a tan tierna edad. Era una mula grande y hermosa. -Ni para carga ni para monta, decían los viejos de la cuadra. -Déjenla quieta por ahí, muchachos.  Por esos rastrojos de paredes gruesas de tierra pisada se lo vivía. Nadie le echaba cato y ya parecía compañera de juegos de todos los vecinos al salir de las clases en el Grupo Escolar “Sánchez Carrero”, la escuela más hermosa del mundo. Una tardecita la mula de este relato desapareció de sus espacios naturales. –¿No han visto a la mula coja? –Vamos a buscarla, gritamos todos. Allá estaba, “cerca de la cerca y cerca” de la quebraba Colorada, pastando junto a un burro que habían traído desde Guaraque, cargado de palchas y unas botellas de horchata. Nunca más se supo de la mulita. -Seguramente huyó junto al jumento pasional a tierras merideñas, comentaban todos. Puede más el amor que la tranquilidad de un hogar repleto de pasto tierno y protección cómplice de tantos muchachos de fundamento. Encontraría el amor en tierras de los pueblos del sur andino.

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