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Inicio/Regional/Luz, Nelly y Nubia, fortaleza de mujeres en el comercio informal por la avenida García de Hevia

Regional
Luz, Nelly y Nubia, fortaleza de mujeres en el comercio informal por la avenida García de Hevia

lunes 6 octubre, 2025

Voces de San Cristóbal… caminar por la avenida Francisco Javier García de Hevia

Sexta entrega

Tres mujeres cargadas de fortaleza inquebrantable que convirtieron la economía informal en un medio de subsistencia para sus familias. Su resistencia, anclada en un metro cuadro sobre la acera  de la Quinta Avenida, es un acto de sacrificio porque el costo diario de permanecer, por décadas, bajo la intemperie y la precariedad se paga, muchas veces, con su salud, pero siguen de pie, a la espera de mejores tiempos.

Bleima Márquez / Diario La Nación/ @bleimamr

Luz Rodríguez, Nelly Díaz y Nubia Blanco, tres valerosas y aguerridas mujeres, se mantienen de pie sobre las aceras de la avenida Francisco Javier García de Hevia, en pleno centro de San Cristóbal, para vender distintos productos. Son el ejemplo vivo de fuerza y resistencia de la economía informal. A pesar del éxodo y de la prisa de esta importante vía, ellas  desafían cada obstáculo, desde la crisis económica hasta la lluvia y el sol en sus puntos de venta.

Con sus modestos, no solo sostienen su propia subsistencia y la de su familia, sino que también se convirtieron en un faro de dignidad que brilla para muchos. Durante la larga trayectoria en el mundo de la economía informal, estas tres tachirenses han demostrado que la lucha por la vida y la memoria social aún late con fuerza en esta ciudad.

La Quinta Avenida de San Cristóbal, como también se le llama, es, en esencia, una vía de prisa. Son seis canales, cuatro de ellos de circulación de vehículos particulares, unidades de transporte público, camiones livianos, motocicletas, todos  corren en una sola dirección, del norte hacia el sur, impulsando un tráfico incesante que busca ingresar y salir del centro.

Bajo el intenso sol, y la brisa, proveniente de las montañas, que a todos acaricia, la avenida vibra con el ruido constante de motores, cornetas y el paso fugaz de vehículos, pero el verdadero pulso de la calle se siente en sus aceras.

Los puestos se mantienen alineados a la orilla de la acera, para garantizar un espacio libre para que los peatones circulen por las aceras de la Quinta Avenida. (Foto/Bleima Márquez)

Allí, en un mosaico de toldos, muchos de ellos improvisados, de 1,20 metros de largo, 80 centímetros de ancho, y 1,80 metro de alto, ubican las mesas,  repletas de ropa interior, prendas de vestir como franelas y pantalones, calzado, golosinas de todas las variedades y hasta repuestos, en fin, un sin número de productos, donde reside en el remanente testarudo de la economía informal.

Se conjuga un contraste clave para entender la dinámica de la popular avenida: por el asfalto hay movimiento rápido, pero el negocio de los vendedores es lento y difícil. Aquí están los pocos que quedan de aquel hervidero que hace una década sumaba cerca de 800 personas que vivían de la economía informal, solo en esta vía. Esta crónica se detiene en  las voces de Luz, Nelly y Nubia. Cuentas historias de una supervivencia anclada a un refugio de la dignidad en el Táchira.

Por la avenida Francisco Javier García de Hevia. (Foto/JLG)

El eco de los mil vendedores

Al caminar por la Quinta Avenida el primer impacto es la ausencia, la conciencia de un vacío histórico. Esta arteria central forma parte del corazón del comercio informal, del casco de la ciudad, denominado por muchas personas como ambulantes o buhonería, pero el flujo enérgico se ha drenado en los últimos 10 años.

Luz Rodríguez, secretaria general del Sindicato Único de Vendedores Ambulantes, Similares y Conexos del estado Táchira (Suvaceta) maneja los números que reflejan este notable éxodo.

— Imagínese, en el 2013 el Consejo Legislativo manejó el número de 1.800 buhoneros en el centro de la ciudad, y en la Quinta Avenida supongamos que, para esa fecha, habría como 800 buhoneros. Hoy día Ya no manejamos más de 100 personas en el mismo lugar. La mayoría está  concentrada a lo largo de cinco cuadras de la avenida, entre las calles 5 y 10 — expresó en su punto de venta, en una tarde de finales de septiembre. 

Los trabajadores de la economía informal venden desde paños de cocina, productos de belleza, ropa, calzado…todo se exhibe en los toldos de la Quinta Avenida. (Foto/Bleima Márquez)

El registro de Suvaceta apenas suma 323 personas, que representa a la mayoría, el 97 % de la data del centro. Este sindicato es el más antiguo y numeroso del casco de la ciudad.

La disminución es un silencio anunciado que ha transformado la atmósfera y el pulso social de la capital tachirense. Quienes se fueron, forzados por la crisis, la enfermedad o la migración, dejaron en herencia un vacío que los pocos que resisten tienen que llenar con doble esfuerzo. El éxodo de vendedores no fue una casualidad.

La resistencia de los vendedores informales no ha sido un camino fácil, sino el resultado de décadas de lucha organizada, Luz Rodríguez, destaca que en los más de 36 años de trayectoria del Sindicato que representa, han pasado por al menos 14 alcaldes. Contó que se trata de una historia de negociaciones que incluye intentos fallidos de reubicación, como el proyecto de la “Villa de la Cordialidad” en 2013, que nunca se consolidó  y dejó en abandono la famosa Villa de Los Buhoneros, en la avenida Isaías Medina Angarita, más conocida como Séptima Avenida. 

De acuerdo con Rodríguez, actualmente, el gremio de trabajadores de la economía informal participa en mesas de trabajo con la alcaldía de San Cristóbal, presidida por Silfredo Zambrano. Resalta que han logrado mejoras estéticas con mesas turísticas uniformes, a la espera de un proyecto de reubicación definitivo que devolvería el espacio al ciudadano, una meta por la que los comerciantes están dispuestos a pagar a través de créditos y la ayuda de la municipalidad.

— Hemos pasado como por la administración de 14 alcaldes, pero  en este momento, pues, desde hace tres años hemos tenido un trabajo con la alcaldía actual del municipio de San Cristóbal, la del alcalde Silfredo Zambrano, en tratar de modificar los sitios de trabajo, tratar de darle otra visión al centro, mientras que sigue la continuación de la mesa de trabajo para una segunda fase, que es la reubicación de la economía informal —, dijo Luz Rodríguez.

— ¿Hasta el momento qué han acordado?

— Hemos tratado durante la trayectoria del señor Zambrano  de reunirnos en una mesa de trabajo que la estamos cumpliendo, en bajar las medidas de los toldos, en tomar un color. Ahorita estamos vistiendo las mesas tipo turístico, si ven por la parte de atrás se ve toda la parte turística del Táchira, en un solo tono para darle una mejor visión al centro de la ciudad, mientras que se destina hacia dónde vamos o algún lugar que sea bueno para nosotros y para la alcaldía, porque tenemos que devolverle los espacios al ciudadano.

Aunque la Quinta Avenida aún no está uniforme, ya hay algunos puestos que comenzaron la transformación y muestran paisajes turísticos del Táchira, una propuesta de los comerciantes informales que fue aprobada por la alcaldía capitalina.

El día que la calle perdió su sentido

Para los trabajadores informales de la Quinta Avenida, el cambio más impactante fue la modificación vial durante la década de los 90. Se refieren al Par Vial Sergio Omar Calderón. La avenida fue inaugurada en 1967 en doble sentido de circulación vial, lo que generaba un tráfico más lento que invitaba a la compra casual y al paseo.

“Eso era doble vía”, recuerda Luz Rodríguez señalando hacia la avenida, pero durante el mandato del exalcalde Sergio Omar Calderón, a quien conocían popularmente como El Cura Calderón, hoy fallecido, se concretó el proyecto.

— Ahora, ya quedó un solo corredor. De eso sí me acuerdo exactamente, cuando él lo inauguró. Desde La Concordia se entraba por la Séptima Avenida y salían por la Quinta Avenida hacia La Concordia — explicó.

A la memoria de la representante del sindicato de trabajadores informales se asomó la imagen de los conductores que, acostumbrados a una vía con canales en doble sentido, se equivocaban e ingresaban al, para ese entonces, nuevo Par Vial.

El Paseo San Sebastián, una edificación con 52 locales destinada a reubicar a los buhoneros, hoy permanece cerrado y luce desolado. (Foto/Bleima Márquez)
Se ha propuesto la demolición de este espacio ubicado entre calles 3 y 4 de la avenida Francisco Javier García de Hevia, que para muchos no cumple ninguna función. (Foto/Bleima Márquez)

— Fue difícil que la gente se adaptara. Fue difícil. Pues uno miraba la confusión de la gente en el momento de pasar. A veces venían a la mitad, hasta que la gente se acostumbró—, comentó en medio de la risa.

Esta transformación, diseñada para “desahogar más el centro de la ciudad”, tuvo una consecuencia indirecta y negativa para el comercio ambulante: eliminó el ritmo que durante años había tenido. El tráfico pausado, que permitía la interacción, fue sustituido por un flujo acelerado de cinco canales unidireccionales, porque el sexto, a la izquierda es para el estacionamiento.

Las historias

Nelly Díaz de Mantilla, con 40 años de trabajo en las calles y 25 de ellos anclada en la Quinta Avenida junto a su esposo, compara la nostalgia con la realidad: “Hace varios años sí era más fácil. Se vendía, había plata. Y ahorita lo poco que la gente consigue es para medio comer. La gente ya no se puede comprar lo que ellos desean comprar. Algo, un paquete de medias, unos bolsos, ya no se puede más”.

El cambio vial es percibido como positivo para el desahogo de la ciudad, pero letal para el pequeño comercio. La avenida se hizo eficiente para el vehículo y su conductor, pero inhóspita para la interacción humana.

Se busca la uniformidad con un telón con paisajes tachirenses, en la parte de atrás del toldo; el uso del color azul y la misma medida de mesas y altura en todos los puntos de venta. (Foto/Bleima Márquez)

De la blusa al caramelo

La mercancía desplegada a lo largo de la  avenida es un catálogo de la economía de subsistencia. La diversidad del producto es una estrategia desesperada por cubrir toda necesidad imaginable, desde lo más íntimo hasta lo más básico. Luz Rodríguez destaca que “muchas vendedoras de ropa interior confeccionan, cosen, timbran y sacan a vender, sus propias piezas” un testimonio de la autogestión y la resiliencia.

Nubia Blanco, quien vende ropa interior y tiene 35 años de experiencia, ejemplifica la adaptabilidad forzosa. Ella y su esposo criaron a tres hijos gracias a este trabajo, pero la economía los ha obligado a regresar a los productos esenciales, cada vez que la crisis aprieta.

— Señora Nubia, ¿cuánto tiempo tiene usted aquí, como vendedora, en la Quinta Avenida?

— Como 35 años. Más o menos, llevando sol y agua y de todo un poquito.

— ¿Tiene hijos?

— Sí, tengo tres hijos y gracias al trabajo los fui levantando con mi esposo.  Cuando estaban pequeños me los traía al trabajo. Después fueron creciendo, estudiaron, se formaron.

Nubia Blanco comenzó vendiendo dulces con su esposo, hace 35 años. Ahora ofrece ropa interior por la Quinta Avenida. (Foto/Bleima Márquez)

— ¿Fue muy difícil esa etapa?

— La calle es dura. Usted sabe que la calle no es nada bueno. Aquí tiene uno que aguantar como las verdes y las maduras.

— ¿Cómo comenzó usted en la economía informal?

— Bueno, yo empecé en la calle vendiendo, con mi esposo, caramelos y eso, ayudándole a él. Luego comencé a vender otras cosas, primero con un poquito de medias, después empecé a meter de cada cosita un poquito, de ropa interior, y así voy vendiendo hasta el momento.

Nubia Blanco, vendedora.
Nubia Blanco, vendedora.

— En los tiempos difíciles, ¿qué tipo de mercancía es la que más se ha vendido?

— Bueno, los caramelos siempre. No se gana uno mayor cosa, pero se vende. De la ropa, pues también se vende medias y bóxer, pero cuando está más apretado siempre los caramelos es lo que más salva porque sale más, y aunque sea tenemos para el día.

Regresar de un puesto exclusivo de ropa interior a la venta de chucherías, como le tocó a Nubia, es un signo de los tiempos espinosos que han debido enfrentar. Nubia vende medias y ropa; su esposo, aparte, vende caramelos.

— Aquí mi esposo vende caramelos, y yo vendo aquí ropa. Eso nos ayuda a llegar. Sí, poco a poco ahí vamos a seguir adelante — expresa mientras muestra su espacio de venta.

Esta combinación de mercancía, de lo útil con lo esencial, es la única fórmula que les ha funcionado para sostener la lucha diaria.  La Quinta Avenida guarda la historia de Nubia, de Nelly, de Luz, y la de muchas otras personas que han encontrado en la economía informal un modo de sobrevivencia. 

El dinamismo diurno y el toque de queda

Luz Rodríguez recuerda que antes, la ciudad ni dormía. Establecimientos nocturnos, como la discoteca Tío Pepe, y restaurantes, trabajaban hasta la madrugada.  Muchos vendedores de la calle recogían a las 9 o 10 de la noche. Ese agitado ritmo se extinguió.

Hoy, el silencio llega con una implacable puntualidad, impuesta por la inseguridad y la falta de clientes. Y es que pareciera que la Quinta Avenida se rigiera por un horario que obliga a sus visitantes y trabajadores a retirarse. La noche es otro mundo en esta vía de un kilómetro 451 metros de longitud.

Luz Rodríguez, secretaria general de Suvaceta. (Bleima Márquez)

“Nosotros tenemos un horario de recoger a las 5:00 de la tarde, porque ya entre las 6:00 y 6:30 esto queda desierto,” explicó. “Ya hace como 5 o 6 años atrás. Ya esto no es lo mismo… Ya nosotros no podemos quedarnos hasta tarde porque ¿para qué? Eso es inventar”, insistió y con una sonrisa recordó  que, incluso “el transporte, trabajaba hasta las 11 de la noche, pero ahorita no. Ahorita más tardar, 7 de la noche”.

La vida de la avenida se mantiene activa bajo la luz natural. Es solo cuando cae la noche que esta arteria vial se vacía. Queda muda y a la espera de la lucha del día siguiente, con la esperanza de que el camino a casa sea seguro.

Luz Rodríguez. (Foto/Bleima Márquez)

Mítines, fuego y sufrimiento

La Quinta Avenida no solo ha sido un centro de comercio. Es una escena histórica. Las vendedoras, testigos de primera fila, recuerdan los momentos que han marcado a la ciudad por esta zona.

Nelly Díaz y Nubia Blanco coinciden en el impacto de los mítines políticos. La avenida, convertida en asamblea, se llenaba hasta desbordarse. Nubia afirma, sin dudar, que Hugo Chávez fue el político que “llenó más” la avenida. Nelly lo recuerda cerca del Paseo Chucho Corrales, donde ella tiene, con su esposo, su puesto de venta. Ella no olvida la inflamación en el rostro del presidente que aspiraba su reelección. “Estaba hinchado, la cara estaba hinchada. Ya estaba enfermo”, describió y recordó otros mítines, como el de Henrique Capriles y María Corina Machado, que también colmaron de gente la Quinta Avenida.

Para Nelly Díaz de Mantilla, el trabajo de 40 años, 25 de estos en la Quinta Avenida, con su esposo, como vendedores informales, ha cobrado una alta factura que afecta su salud. (Foto/Bleima Márquez)

Junto a la política, los vendedores informales también son testigos de los infortunios urbanos. Luz Rodríguez recuerda el incendio del Centro Cívico y el impacto que les causó a pesar de estar ubicada en otra calle, a una cuadra aproximadamente: “Fue todo el mundo corriendo, todo el mundo, no sabía ni qué hacer”. Pero para los vendedores, los recuerdos más persistentes son los del sufrimiento y la lucha diaria. Nubia habla del egoísmo y las peleas entre los vendedores. Nelly, con la crudeza de la experiencia, describe la factura más alta que ha tenido que pagar por su trabajo: la salud.

La avenida García de Hevia es testigo de cada uno de estos momentos, de todas estas vivencias y del desgaste físico y mental por la edad y la inclemencia del tiempo.

— Es muy poco el buhonero viejo que queda… Esto lo enferma a uno. Cada vez que está haciendo sol, se viene un palo de agua… Más de uno se ha muerto de cáncer, más de una compañera. Cáncer de piel, de senos. Se han muerto. Es muy poco el buhonero viejo que queda —, lamentó con baja voz y mirada de tristeza.

Nelly Díaz de Mantilla, vendedora. (Foto/Bleima Márquez)

El último bastión de la dignidad en la vía

Los vendedores informales que quedan en la Quinta Avenida son los resistentes, aquellos que no se fueron por la edad, enfermedad o migración. Representan la dignidad del trabajo ante la precariedad.

Nelly Díaz y su esposo suman cuatro décadas en las calles. Su esposo, de 73 años, se mantiene en su punto fijo porque “a él no le gusta estar caminando” y lo prefiere porque la avenida es “más tranquila”. Nelly destaca la fragilidad y la obstinación de su compañero de vida existencia con las siguientes palabras: “Se quedó aquí… hasta que Dios se lo lleve o la alcaldía saque a los buhoneros”.

Muchos hablan de reubicación, de tener un puesto fijo, techado.

Durante la gestión del exalcalde Williams Méndez, en su segundo periodo, entre 2004 y 2008, se construyó al final de esta avenida, entre calles 3 y 4, el Paseo San Sebastián. Es una edificación con aproximadamente 52 locales, construida  para reubicar a los buhoneros.

Lo que construyó  como una solución se convirtió en un fracaso visible: actualmente la estructura luce sola, con escasos tres o cuatro puestos activos.

Por la avenida Francisco Javier García de Hevia. (Foto/JLG)

Su ubicación ha sido criticada. Está sobre dos canales de circulación. Incluso se ha planteado su demolición. Varios de los locales se usan como depósito, negando su propósito original de ser un centro comercial vibrante, que tuvo, en un principio, su tiempo de luz.

La vida de la Quinta Avenida se ha contraído. Ha perdido su doble sentido, su vitalidad nocturna y la mayoría de sus voces. El silencio ambulante es el sonido de los puestos que se esfumaron. Pero en cada mesa con caramelos, en cada exhibidor de ropa interior, en cada rostro curtido que resiste hasta las 5 de la tarde, late la esencia de las Voces del Táchira. Son el ancla de una tradición que se niega a morir, la lucha por menos de un metro cuadrado de acera, y la esperanza de que la ciudad, algún día, recupere el pulso que alguna vez la hizo vibrar. (BM)

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