En estos tiempos, Latinoamérica está inmersa en un proceso electoral dentro el marco de la democracia, signado por una encrucijada de cambio de la sociedad de pertenencia, por un lado continuar con el modelo sociopolítico vigente y hacerle las transformaciones en función de adaptarlo a las nuevas exigencia de desarrollo social y por el otro, cambiar de paradigma político. Los dos caminos son complejos y dependen del ejercicio del voto, parece oportuno retrotraernos a los planteamientos sobre la transición a un nuevo país ante la situación sociopolítica de varios países de la región. Las sociedades por la nefasta mediatización parece que no se dan cuenta como han perdido el estatus en lo político, la libertad social, económica, negación de la sociedad civil, el nivel de las clases sociales y la calidad de vida de los pueblos. Se ha distorsionando el capital social de la nación, perdiendo la voluntad de lucha por los derechos y deberes, unión hacia los objetivos del país en la dinámica de la apertura global, creando una gran incertidumbre.
Cuando estas hipótesis se materializan en una sociedad, los sistemas políticos fracasan y surge la imperiosa necesidad de reorientar esfuerzos tangibles hacia un nuevo país que responda a la idiosincrasia histórica de los pueblos mediante mecanismos constitucionales. La transición a un nuevo país, es un proceso irreversible en una sociedad donde los estadios de la autoestima se han cambiado en forma sorprendente, los fines de los seguidores a una determinada corriente política cambian como el mercader al mejor postor, los oportunistas se han transformado en compradores de conciencia y los abstencionistas que son la mayoría y deciden porque no les importa el futuro de la nación. Con este sencillo análisis la transición política debe obedecer a varias premisas, en primera instancia considerando la magnitud de la desviación social, el desarrollo del proyecto se debe basar en una visión generacional según los principios de libertad e igualdad de oportunidades.
La segunda premisa, es lo que denominaremos la “reestructuración nacional” que no es otra cosa que integrar valores que la mayoría comparte, considerar el escenario circundante con las relaciones geopolíticas verticales entre gobiernos y horizontales o vecinales en el marco fronterizo y las tradiciones históricas con visión global de futuro. Tercera, las ventajas comparativas y competitivas como nación, se deben considerar para el progreso, integración en la región y en el mundo altamente interdependiente y globalizado en los órdenes político y económico. Esta premisa, facilitara el desarrollo sostenible de la educación, la cultura de avanzada, la interrelación del conocimiento y las oportunidades de desarrollo social de todas las clases sociales en igualdad de condiciones. La consecuencia directa de este modelo, elevara el nivel educativo y tecnológico de los países en decadencia apreciable, según organismos de evaluación competitiva regional y mundial.
La cuarta premisa, el nuevo país debe responder a las esperanzas de los pueblos que deben expresar en las urnas la negativa a vivir en una nación azotada por el marco hipotético antes descrito. Los hijos y nietos de las generaciones presentes y testigos de estos tiempos de transición política, se deben sentir orgullosos de la herencia de las clases dirigentes para su bienestar en función de las potencialidades de cada país. Los movimientos migratorios tienen que revertirse a corto plazo, de lo contrario nuestras naciones estarán en desventajas del progreso en la sociedad del posmodernismo y seremos más pobres retrocediendo al paradigma de la dependencia de la década de los sesenta. Tiempos del dominio económico y tecnológico de las potencias mundiales dominantes.
Oscar Roviro Villamizar/
Gral. de Brig. [email protected] y @rovirov