Los políticos gringos, sea cual sea su orientación ideológica, tienen la seguridad de que pueden determinar lo que pase o no pase en cualquier país del mundo. Pero la influencia que ellos creen es todopoderosa, es ciertamente una exageración y, en algunos casos, una ilusión. Las dinámicas internas de muchos países son sumamente complejas y rebasan los diagramas burocráticos de la Casa Blanca, el Congreso de EEUU, el Pentágono o el Departamento de Estado. Eso se ha visto una y otra vez, así como también se ha visto que una intervención de Washington también puede producir efectos muy concretos.
Hay gente que considera que los gringos tienen una especie de varita mágica para cambiar realidades nacionales a su antojo. No creo en varitas mágicas. Sí confío, en cambio, en estrategias sólidas que tengan por fundamento un conocimiento profundo de la situación, comenzando por las aspiraciones populares de una nación. El poder de los gringos puede complementar la voluntad de cambio en un país. No es un poder omnímodo, sino ajustado a la trayectoria histórica de las naciones. Y Venezuela no es una excepción.
Telenovela o tragedia
Hasta cierto punto es comprensible que situaciones trágicas de carácter nacional, tengan una dimensión personalizada en figuras protagónicas, que el sensacionalismo y la frivolidad tienden a privilegiar sobre los hechos fundamentales de la tragedia. Eso es negativo porque ayuda a banalizar la realidad. La tragedia se tiende a convertir en entretenimiento y chismorreo. Cotilleo, como dicen en España.
¿Esto se puede evitar? Quizá no del todo, pero sí en buena parte. No obstante, mucho de eso depende de la seriedad de los principales personajes involucrados en la lucha política. Y sí, hay mucha gente seria, y mucha que no lo es, o porque no pueden serlo o porque no quieren serlo, ya que se nutren del escándalo.
Los tentáculos de Odebrecht
No creo que haya precedentes en América Latina de una empresa transnacional de la propia región, en este caso de Brasil, que impulsara tanto la corrupción política en tantos países del continente. Comenzando, desde luego, por el propio Brasil. Y algo que sorprende es que no se trata de una empresa de maletín o de medio pelo, sino de una corporación de alcance global y con una reputación reconocida en los variados ramos de la tecnología de la construcción. Tengo la certeza de que la centrifuga extra brasileña de la corrupción de Odebrecht estaba en la Venezuela de estos años de mengua.
No sólo porque le fueron obsequiados contratos billonarios a la discreción del poder rojo, sino porque en muchos gobiernos aliados pasaron tropelías similares, aunque quizá con algún disimulo. Y también por una razón adicional: en otros países han habido investigaciones, juicios, condenas, conmociones políticas, ministros y presidentes presos. Y acá, nada de nada. Y eso incluye a factores de la oposición cuyo silencio al respecto es notorio. Los tentáculos de Odebrecht puede que sean más numerosos y onerosos en Venezuela, que en cualquier otra parte, salvo Brasil.
¿Acostumbrarse al terror?
Un día sí y otro también, se difunden noticias –en las redes sociales– sobre la detención-secuestro de determinado dirigente político, sobre la desaparición de otros, de los juicios amañados de muchísimos más, de las torturas y, en fin, de la represión brutal, abierta e impune de la hegemonía roja en contra de opositores seleccionados. Y no pasa nada… o casi nada, porque se ha establecido la siniestra costumbre de que la realidad venezolana es así, de que esto es lo que hay… Se podría hablar de una indiferencia creciente hacia todo lo que tenga que ver con la defensa de los derechos humanos, con honrosas excepciones.
Así funciona la “lógica” del terror. En el primer caso, la conmoción es mayúscula. En el caso mil o dos mil, las noticias se difunden pero es escasa la audiencia que se remueva públicamente. El terror aturde, satura y puede llegar a convertirse en una dimensión “normal” de la vida colectiva. Tal es el caso de Venezuela. Por eso hay que hacer un esfuerzo supremo para no seguir aceptando la costumbre del terror.
España: ¿gana o pierde?
En pocas palabras: el PSOE salió mejor de lo que esperaba, y siendo el principal partido de gobierno, ello debe interpretarse como un espaldarazo. No hay duda. Podemos, también salió mejor de lo pronosticado. Lastima. El PP se desplomó y se sume en una crisis existencial. Ciudadanos se fortalece como eje del centro-derecha, y Vox entra al parlamento pero sin satisfacer sus expectativas. Pedro Sánchez seguirá siendo presidente del gobierno español; y del “penta-partidismo” de estos comicios, quién sabe qué pasará, sobre todo en el campo de la derecha.
Es significativo el aumento de la participación electoral. En este caso, ese aumento favoreció al poder establecido. Y la cuestión catalana continuará complicándose. ¿Sale ganando España con estos resultados? En verdad, no lo creo. Como tampoco creo que la causa democrática de Venezuela gane más fuerza en La Moncloa. Ya veremos.
(Fernando Egaña)