Norma Pérez
La primera exposición que realizó Juan Carlos Angarita la bautizaron sus organizadores como “Las mujeres de Juancho”, para hacer alusión a la colección de siluetas femeninas talladas en madera que caracterizaron en sus comienzos y durante muchos años el trabajo creativo de este artista tachirense.
Las estilizadas figuras que nacieron de sus manos producto de una habilidad innata que le acompaña, viajaron más allá de las fronteras venezolanas para ser admiradas por conocedores y profanos.
Casi tres décadas después aquellas desnudas réplicas de bailarinas y acróbatas sucumbieron ante un nuevo espacio de creación, esta vez representado por esculturas de figuras religiosas que dejan muy atrás el pasado de quien durante años recreó en su obra belleza y sensualidad.
Como dice el artista, pasó de lo mundano a lo divino. El eterno enamorado de las mujeres las convirtió en santas.
Militar, médico o ingeniero
Cuando Juan Carlos Angarita nació, su padre propietario de una alfarería en Peribeca ya había escrito parte de su historia, pues quería que su descendiente fuera militar y al obtener el título de bachiller lo envió a Caracas a cumplir con su destino.
La rebeldía de los quince años lo condujo hacia otro camino. No se presentó en la Academia Militar, sino que fue a la Universidad de Los Andes en Mérida a inscribirse en la carrera de medicina, pero en la fila para registrarse se decidió por ingeniería civil, convirtiéndose en un destacado profesional cuyo desempeño le valió la designación a inicios de los años 90 como director del Ministerio de Desarrollo Urbano en el estado Táchira y director de la Corporación Tachirense de Turismo en 1996.
A la par de las responsabilidades de estos cargos, continuó con su vocación de tallador, la que descubrió cuando adolescente se detenía a mirar a un fabricante de urnas llamado Carlos Luenga, quien tallaba los adornos para los féretros y tenía su negocio cerca de su casa en Táriba.
Al notar el interés del jovencito le preguntó si sabía dibujar y si quería aprender. La respuesta afirmativa precedió a la primera y única clase con un rudimentario formón y un cubo de madera, donde le indicó que dibujara lo que quisiera tallar.
De allí salió el primer trabajo de Juancho, un búho elaborado con perfectos detalles que le valió la graduación inmediata del improvisado maestro. Pieza que aún conserva con especial cuidado.
Un artista muy particular
A excepción de su primera exposición en un congreso de obstetricia donde los asistentes quisieron llevarse todas las piezas, Juan Carlos nunca ha vendido ninguna de sus obras.
Para satisfacer las peticiones de sus seguidores ideó un intercambio. Entregaba la talla a cambio de que la persona donara un mercado a la Casa Hogar “San Martín de Porres” en Rubio. Gesto singular de un alma noble y desinteresada.
Otro de sus rasgos particulares es que siempre huye de la notoriedad y prefiere pasar desapercibido. A manera de anécdota cuenta que daba instrucciones al cuidador de las obras en las diferentes exhibiciones para que lo suplantara.
Dice que sus cualidades de tallador nacieron con él, pues no sigue ninguna técnica. Predominan instinto, agilidad y un enorme talento que hacen surgir con facilidad las piezas de líneas tan armoniosas que disuelven la rigidez ante la sensación de movimiento.
“Durante mucho tiempo tallé mujeres porque son el origen de todo; nuestro principio y fin”, manifiesta quien durante mucho tiempo retrató en la madera la figura femenina. En su reflexión recuerda a su mamá que ya acumula 103 años de edad y quien junto con su hijo Juan Pablo son el eje de su existir.
Para él lo más grato es ver la obra terminada. Su pensamiento hecho realidad para el disfrute visual de un colectivo, aún cuando disfruta el proceso de creación desde el comienzo porque le permite alcanzar momentos de paz infinita.
En una ocasión, un sacerdote le obsequió un san Antonio pequeñito que guardó en el bolsillo de su chaqueta. En la madrugada al llegar a su casa, tropezó con un tronco y en su mente se reflejó el santo. Inmediatamente se puso a tallar y no paró hasta lo que vio terminado, inspirado por el aroma a nardos que inundó su taller mientras le daba forma a la madera.
Atesora en sus más gratos recuerdos cuando conoció y tuvo la oportunidad de compartir con Carlos Cruz Diez y Jesús Soto, artistas venezolanos pioneros del cinetismo en América Latina. Encuentros preciados y enriquecedores.
Vírgenes y santos
No fue por redimir pecados ocultos o por alguna promesa que el artista comenzó a cambiar sus esbeltas modelos por reproducir imágenes sagradas. Según recuerda, todo se originó cuando algunas personas empezaron a pedirle tallas de la virgen de su devoción.
Incursionó con las figuras religiosas y le gustaron los resultados tanto como a la gente. Así que ahora la madera se transforma en la Virgen de la Consolación, la Milagrosa, la Virgen del Carmen con sus escapularios y el niño en brazos, el rostro de Cristo o un crucifijo.
Así como puede demorar varios meses en una pieza, otras le salen con extrema facilidad. Tanto, que cree firmemente que recibe ayuda divina, la que agradece al esmerarse en detalles y perfección.
Y es que este artista no es solo tallador. A este talento suma el de poeta, compositor y músico, pues toca la guitarra y en una ocasión grabó un cd con trece canciones escritas por él.
Juan Carlos Angarita, ingeniero y artista. Un espíritu inquieto rebosante de inspiración que le dio el sentido y espacio correcto a su profesión y talento. Porque su existencia no la concibe sin dar vida y forma a un trozo de madera. Ahí está su esencia.