Luis Alfonso García
Uno de los postulados más bellos que tiene la democracia como sistema político es precisamente el derecho que tiene un ciudadano común y corriente a disentir. Este derecho no existe en las dictaduras. Sean de derecha o de izquierda. En esos regímenes o estas de rodillas aplaudiendo lo que expresa el estado o estas en las mazmorras por disentir. La intolerancia no le da cabida a lo que no se ajuste al parecer de alguien o de un grupo que siempre presume que su doctrina o sus aseveraciones políticas son verdades inconcusa.
Por otro lado, el no estar de acuerdo con el sentir de alguien o una asociación, no significa necesariamente que estés en contra. Puedo asistir a un teatro a ver un espectáculo y puedo no estar de acuerdo en la vestimenta que usaron en la coreografía, o en las interpretaciones musicales, o cualquier otro detalle. Pero esto no significa que me aleje del teatro. Es absurdo hacerle observaciones desmesuradas a alguien que exprese su opinión libremente sobre tal o cual tema. Que se le tomen o no en cuenta es decisión propia. El temor para no opinar por aprensión nos convierte en borregos.
Desde la segunda mitad del siglo veinte, más o menos, se empezó a estimular y difundir la comunicación entre los proveedores de productos o servicios y los clientes o usuarios de estos, solicitándoles su opinión sobre el servicio prestado o el artículo que compra, alquila o permuta. Hay muchas empresas que toman muy en cuenta las preferencias y opiniones de la clientela actual y potencial. Esta modalidad, sin duda alguna, ha facilitado un mejoramiento en la sociedad moderna. Lamentablemente hay empresas que ponen su mayor énfasis en la publicidad y prestan muy poca atención a la clientela potencial. La falta de comunicación implica muchos riesgos para el producto. Vemos como en los países del primer mundo, la comunicación ha sido un factor determinante en su desarrollo científico y tecnológico.
Para concluir este artículo, una vez más, pensamos que el disentir no es ningún pecado. En la mayoría de los casos, la idea no es el rechazo a un espectáculo sino ayudarlo a ser mejor. Sigo insistiendo, debe prevalecer una comunicación permanente entre el usuario y el productor. Entre el consecuente que siempre va a presenciar un espectáculo y el empresario que monta el entretenimiento. Debe existir un respeto mutuo.