A Yilsse Rabán, de 38 años, se le ve todos los días en la entrada al puente internacional Simón Bolívar, lado colombiano. Su pequeño tarantín no pasa desapercibido ante los transeúntes y conductores que, desde las 6:00 a.m. y hasta las 9:00 p.m., atraviesan el tramo binacional. Ofrece café, simcards y recargas.

Hace cinco años, Rabán dejó su tierra, Yaracuy, para echar raíces en la frontera colombovenezolana. Se estableció con sus dos hijos, un joven de 19 años y una niña de 6, en La Parada, barrio comercial que ha acogido a cientos de venezolanos.

Aunque le costó adaptarse — normal en el proceso de todo migrante–, hoy en día se siente a gusto en la zona. En el lustro que lleva en el municipio fronterizo de Villa del Rosario, ha estado con su tarantín en diversos puntos. Actualmente, se ubica en la entrada al paso formal, donde suma ya ocho meses y le va bien.

Yilsse anhela regresar, pero es consciente de que la situación económica no ha mejorado en Venezuela. «Lo que más me ha costado es estar lejos de mi familia, de mi mamá, a quien tengo más de tres años sin visitar»

El estar cerca de Venezuela representa un alivio para ella. Cuando lo desea, cruza el puente y pisa su territorio, lo abraza y retorna. «Me gusta la buena educación que le dan a mis hijos acá, en Colombia», precisó para luego dejar por sentado que la localidad colombiana alberga a muchos venezolanos.

Rabán arriba a su puesto cerca de las 6:00 a.m. y se retira a las 2:00 p.m. Agradece el poder laborar en la zona, pues es un trabajo digno con el que ha podido sacar adelante a sus dos hijos.

«Café, simcards, recargas», vocifera frente a un grupo de transeúntes que se dirigían al vecino país.

Jonathan Maldonado