Frontera

En busca de un trasplante que ponga fin a 10 años de diálisis

23 de febrero de 2025

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Tres veces a la semana, martes, jueves y sábados, Lorena Girón, habitante del barrio Simón Bolívar, en San Antonio del Táchira, sale de su casa, rumbo al puente internacional Simón Bolívar, para acudir a su cita con la diálisis en la ciudad de Cúcuta, en Colombia.

En ese trajinar lleva ocho años, más los otros dos en los que el tratamiento lo recibía en la ciudad de San Cristóbal. En total, son 10 años. «El tratamiento dura cuatro horas en la máquina», especificó.

Aunque los primeros dos años los afrontó en San Cristóbal, indicó que se vio en la necesidad de mirar hacia Colombia, pues se veía cuesta arriba para pagar los pasajes y los exámenes médicos. En ese tiempo, tenía que cambiarse el catéter y yo no tenía dinero.

Girón está muy agradecida con Colombia. «Allá me dan las medicinas, me hacen los exámenes y el tratamiento va muy bien», recalcó quien a veces se siente agotada por el desgaste emocional con cada diálisis.

«Estos 10 años han sido muy fuertes, ya que la persona cambia, la diálisis le deteriora a uno todos los órganos. Es muy duro porque falla el corazón, los pulmones, los huesos se ponen frágiles, y lo de la tiroides también», enfatizó para dejar por sentado que la diálisis ayuda a que el riñón funcione, pero deteriora en «todo a la persona».

La ciudadana de frontera recuerda que todo empezó con una tos. «Cuando me llevaron a hacer los exámenes, tenía la urea y creatinina altísima. Ahí fue cuando se dieron cuenta que mis riñones no trabajaban. Fue como una subida de tensión que me los quemó», puntualizo quien tenía 36 años cuando pasó eso. Ahora tiene 46.

«Muchos se alejaron»

Algo triste, Lorena Girón cuenta que cuando estaba alentada tenía muchos amigos y pensaba que la iban a apoyar en tan difícil etapa de su vida, pero no fue así. «Varios prefirieron alejarse. Y eso duele porque uno quiere el apoyo de ellos».

Pero no solo el lado personal de la ciudadana se ha visto afectado, ya que en lo laboral la situación es compleja al tener que estar pidiendo permisos todo el tiempo. «¿Quién me va a dar trabajo así?», preguntó mientras indicaba que acude a las rifas y venta de productos por catálogo para poder pagar los pasajes y comprar la comida.

Lorena no es la única venezolana que va a Colombia por tratamiento. «Son muchos los venezolanos que acuden a este proceso. Mis compañeros vienen de San Cristóbal, Rubio, Bramón. Hay algunos que son de Caracas, Barinas, Barquisimeto y Maracaibo. Hay muchas historias conmovedoras», acotó.

«Mi gran sueño es el trasplante»

Como paciente renal sueña con ponerle fin a 10 años de diálisis con el trasplante. «He hecho dos intentos, uno en Bucaramanga y otro acá en Cúcuta, pero no ha sido posible el proceso para terminar en la lista de trasplantes».

Rememoró que en el 2021, en Bucaramanga, le hicieron varios exámenes y después no le autorizaron los otros para seguir con el proceso, ocasionando que se perdiera todo. «El año pasado, 2024, empecé en la clínica Duarte, pero fue paralizado de nuevo lo del trasplante».

Pese a los intentos infructuosos, no pierde la fe en torno a esa posibilidad. «Seguimos en la lucha», destacó mientras traía a colación que espera una cita con el endocrinólogo, en vista que de la diálisis sube la paratohormona, y el especialista debe verla para ver si le hace un tratamiento o una cirugía.

«Esto no se lo deseo a nadie. Es una enfermedad muy dura que requiere de muchos gastos. A veces me achicopalo, me pongo triste, me da como depresión, pero se debe salir adelante, seguir viviendo y estar bien de salud», sentenció a modo de colofón.

Jonathan Maldonado