EL DATO:
Cuando no es la luz, entonces el agua o el gas fallan. En muchas ocasiones se unen los tres, que hacen de la frontera el pueblo del olvido
Jonathan Maldonado
En la ciudad fronteriza de San Antonio del Táchira hay comunidades que pasan hasta seis meses sin recibir gas en sus hogares. El retraso ha provocado que la mayoría de las familias compren cocinas eléctricas, las cuales se han convertido en una salvación, a medias, pues los cortes de electricidad impiden que puedan utilizarse cuando se desea.
Al problema de la luz y el gas se une la escasez del agua. Hay barrios donde el suministro está más regularizado, mientras en otros los grifos están constantemente secos, obligando a muchos a comprar camiones cisternas, cuyos precios oscilan entre los 30.000 y 50.000 pesos.
“En mi consultorio odontológico, durante siete meses, les decía a los pacientes que vinieran en los momentos en que hubiese luz; pero era difícil para ellos”, recalcó Yohana Torres, quien se vio en la necesidad de pedir un préstamo para comprar una planta eléctrica, con la que ha logrado sortear la interrupción del sistema.
A este escenario, indicó Torres, se adhiere el problema de la gasolina. “De milagro, uno logra abastecerse una vez al mes”, dijo, al tiempo que precisó: “hace 15 días -tras haber hecho una kilométrica cola- marcaron mi carro y me tocó el número 1.556, y hasta hace dos días fue que alcancé a pasar a la estación de servicio La Esperanza (la única operativa en San Antonio)”.
El calvario que vive la joven de 27 años se extiende a los pocos comerciantes que aún abren sus santamarías en el centro de la ciudad. Algunos, sin planta eléctrica, esperan a que regrese la luz o simplemente cierran sus puertas hasta el día siguiente, con la esperanza de que los cortes se acaben.
“En los últimos días, en vez de normalizarse, se han agudizado las fallas de luz”, enfatizó Torres. Y es que en la frontera, además de los cortes programados, se han registrado apagones que paralizan aún más la ciudad.
Cisternas, equipos dañados y especulaciones
A Carlos Balza, de 70 años, habitante del barrio Lagunitas, hace 20 días un apagón nacional le dañó su televisor, un plasma. Tiene la fe de que en Cúcuta, Colombia, un técnico pueda arreglar su equipo. “¿Quién me responde por esto?”, preguntó el septuagenario, quien no puede aferrarse a los aguinaldos que como funcionario recibirá, “pues no alcanzan para nada”.
“Lamentablemente, este es un país donde falla todo”, aseveró Balza. Lamentó que muchas madres se queden maniatadas cuando la luz se va, ya que al no haber gas, es cuesta arriba que puedan solventar el tetero de sus pequeños.
Hace seis meses, el funcionario recibió en su hogar una bombona. Desde esa fecha no se han vuelto a asomar. Para resolver, tuvo que adquirir un cilindro revendido. “Pagué 120.000 pesos”, detalló. “Lamentablemente, nos estamos acostumbrando a este tipo de vida y va a ser difícil recuperar el país”, sentenció.
La parte alta del barrio Simón Bolívar pasa meses sin que una gota de agua salga por las llaves. Los vecinos de este sector, ante el poco poder adquisitivo, prefieren ir a otras comunidades -donde sí llega el vital líquido- a pedir que les permitan llenar sus pipotes o tobos. Otros, algo más holgados, no dudan en solicitar un camión cisterna.
“A mi casa llegan algunos”, dijo el profesor Antonio Urbina, quien tiene una llave instalada en el porche de su vivienda para que, cuando haya agua, los habitantes de las partes más altas puedan abastecerse. “Hay que apoyarnos en los momentos de dificultad, no queda otra”, señaló.
Para cocinar, Urbina tiene el privilegio de que su hija, por trabajar en un centro de salud en San Cristóbal, consigue el gas y se lo baja hasta San Antonio. Está claro que son muy pocos los que cuentan con estas alternativas; la mayoría ha optado por las cocinas eléctricas o fogones a leña.
“El tema de la electricidad pareciera no tener reparo”, soltó el profesor. “La quitan todos los días y en los horarios que a ellos más les convenga”, lamentó el caballero de 78 años.
Por su parte, Yohana Torres contó el drama que ha vivido con el agua. “Nos ha tocado pagar hasta 60.000 pesos por un camión cisterna. Así lo hacemos, prácticamente, cada 15 días”. “Mis dos hermanos están en Colombia y gracias a lo que nos envían, podemos pagar este servicio. Igualmente, mi novio, que también migró, me ayuda con este tipo de gastos. De lo contrario, sería imposible cubrirlos”, dijo.
“Es agobiante vivir así”
Cuando la luz se va de noche, Carlos Cristancho, de 63 años, se sienta en el porche a esperar que el servicio sea restablecido. Durante esas horas sin electricidad, debido a las altas temperaturas que se registran en la frontera, le es imposible conciliar el sueño.
“Es muy triste esta situación, y es algo que vivimos todos, nadie se escapa”, subrayó Cristancho, residente de la urbanización Libertadores de América. En esa zona, el servicio del agua es más estable, pues no depende del acueducto regional sino de El Mesón.
“Los cortes de electricidad son agobiantes. Cuando no se va en los horarios establecidos, se va como consecuencia de un apagón. Yo, gracias a Dios, me la paso en la calle, trabajando, y me distraigo un poco”, dijo.
En el mes de agosto fue la última vez que llegó gas a su hogar. “Hay reuniones en las que se están estableciendo los nuevos mecanismos, pero aún no sabemos nada”, puntualizó.
Por su parte, Carmen González, de 45 años, lleva cuatro meses en la frontera. Aunque es de Caracas, ciudad donde la luz no falla frecuentemente, prefiere estar en esta zona, donde gana pesos gracias a sus ventas de café. “Recorro los barrios de San Antonio y, en otras ocasiones, me dirijo al puente”, remarcó.
“Aquí fallan mucho los servicios, pero al menos tengo las tres comidas. En Caracas, lo que ganaba no me alcanzaba para nada. Allá es mucho más delicada la situación”, sentenció quien espera tener algunos ahorros para seguir con su travesía. “Mi meta es establecerme en Bogotá”, confesó.