Infogeneral

La guillotina, el invento infernal del siglo XVIII

13 de mayo de 2024

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Víctor Matos

El “ojo por ojo por ojo, diente por diente” es un adagio de venganza tan milenario como la existencia del hombre; y en tal sentido, las sociedades de todos los tiempos han recurrido a la pena de muerte para castigar a los individuos acusados de crímenes atroces o de lesa humanidad, tanto en los tiempos de paz como en los de guerra.

Con el tiempo se hicieron más sofisticados los métodos para eliminar físicamente a los asesinos o traidores de la patria, como el enfrentarse a un pelotón de fusilamiento, otros a la silla eléctrica, a los gases letales o a la inyección de venenos, incluyendo la horca o el desmembramiento muscular.

Pero en la Europa revolucionaria del siglo XVIII, sobre todo la francesa, se impuso una forma expedita de acabar con los llamados enemigos del proceso, que fueron sometidos a un infernal invento: la guillotina, que acabó con miles de contras, siendo las ejecuciones públicas más emblemáticas la del rey destronado Luis XVI, a la que siguió la distinguida María Antonieta, incluyendo a uno de sus revolucionarios, como lo fue Robespierre, entre los más de diez y seis mil degollados solo en París entre los cuarenta mil contabilizados hasta el siglo pasado, en donde la última operación letal fue efectuada en 1977, cuatro años antes de la abolición de la pena de muerte en la Ciudad Luz.

La guillotina era la hoja de acero con filo oblicuo para cortar limpiamente el cuello de los condenados y acabar así limpiamente con sus vidas, que era el objetivo de tal manera de hacer justicia.

El ingenioso artefacto se instaló de manera inaugural en la plaza de Gréve, y su primera víctima fue ejecutada en 1792, de nombre Nicolás Jaques Pilletier, condenado por robo a mano armada, para luego hacerse famoso el artefacto con las sentencias a los políticos aristócratas fieles al rey depuesto, convirtiéndose así en el instrumento y símbolo de la política de terror que la Revolución Francesa desencadenó contra sus enemigos y como reacción intimidatoria a las amenazas de las potencias absolutistas vecinas.

Para la época de su mayor uso, los aristócratas condenados estaban exentos de la tortura o maltrato físico, por lo que recibían la muerte de una manera rápida, expedita e indolora a cargo de expertos verdugos que habían dejado el hacha o la espada para acabar con sus víctimas.

Tal disposición o manera de fulminar al enemigo fue recomendada por el medico Joseph Guillotin, que por argumento establecía la igualdad ante la ley con el propósito de “humanizar” su aplicación para evitar errores bajo este mecanismo que cortaba la cabeza en un abrir y cerrar de ojos, con una velocidad envidiable y que se puso en aplicación a todo condenado a muerte desde el 1° de junio de 1791.

Han transcurrido 231 años de su tenebrosa aplicación. Pero el solo recordarla, hace de la guillotina que se nos paren los pelos de punta o se nos ponga la piel de gallina.

El médico que la inmortalizó

El médico y político francés Joseph Guillotin.

El médico y político francés Joseph Guillotin.

Joseph Ignace Guillotin fue un brillante médico y político francés que se destacó en la toma de decisiones de la Revolución Francesa como diputado a la Asamblea Constituyente, desde donde recomendó el uso de la hoja, que él no inventó, para ejecutar a los condenados a muerte considerados enemigos del Estado.

Sin ser el artífice de la mortífera arma letal, impulsó el uso de esta en París, pues consideraba de esa manera como una forma eficaz, rápida y sin mayores sufrimientos su utilidad si se cumplía con la función de eliminar a los enemigos del proceso francés.

Se dice de él que era enemigo de la pena capital, pero creía en esta aplicación un método de ejecución más humano y menos doloroso, en donde incluía ejecutar el castigo de la forma más privada posible e individualizada y no en el circo popular que se había convertido y que se formaba en las plazas cuando los verdugos llevaban a cabo su macabra acción.

Víctor Matos

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