Internacional

Los argentinos en la odisea de llegar a fin de mes

16 de noviembre de 2018

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«No hay plata, no hay», repite Roberto desde su local de comidas, vacío de clientes. Los argentinos tienen los bolsillos exhaustos y para los afortunados con trabajo llegar a fin de mes es una odisea, con una inflación galopante y ante un 2019 incierto.

Hilde cuenta sus billetes una y otra vez, hace una mueca y paga. A sus 86 años peregrina buscando el mejor precio para comprar verduras.

«¿Medicamentos?, ¡carísimos!», dice preocupada. «Con mi jubilación de 8.000 pesos (215 dólares) no me alcanza, son mis hijos que me ayudan», se lamenta.

Hilde añora ir al cine, al teatro, «lujos que yo también me quiero dar», aclara como si el esparcimiento cultural fuera un elixir prohibido.

Como Hilde, la mayoría de los argentinos ha bajado uno, dos, tres escalones a sus gastos. Algunos la escalera entera.

La inflación se proyecta en torno al 48% anual y mientras los precios no paran de subir, la recesión es un gigante que se devora miles de empleos. La desocupación fue de 9,6% en el segundo trimestre y se encamina a los dos dígitos.

Argentina tiene la tasa de inflación más alta de América, si se excluye la hiperinflación de Venezuela. Sumó 45,9% en doce meses a octubre.

«¿Adónde vamos a llegar?», se pregunta Hilde. El cinturón seguirá apretando porque el gobierno de Mauricio Macri se comprometió a conseguir déficit cero en 2019 a cambio de un préstamo de 56.000 millones de dólares del Fondo Monetario Internacional.

Senado de Argentina aprueba presupuesto 2019. AFP / Tatiana MAGARINOS

«Nunca se hizo un ajuste de esta magnitud en Argentina sin que caiga el gobierno», dijo el ministro de Economía, Nicolás Dujovne, tras la aprobación del muy austero presupuesto 2019. El año próximo Macri buscará renovar mandato.

Cuidarse, medirse, resignarse

Rafael López, de 50 años, se considera afortunado porque respecto a un año atrás ha mantenido el mismo nivel de ventas en su kiosco de golosinas, «pero no rinde igual la plata».

«Hay que cuidarse mucho, (en el local) tengo dos luces solamente, no tengo gas, ni teléfono de red, trato de achicarme todo lo que más puedo», explica sobre su receta para afrontar la crisis.

Daniel Borg, de 60, fue maestro durante 45 años. Se acaba de jubilar y el sueño de su vida fue armar de un colectivo viejo una casa rodante. «La terminé pero no puedo usarla, cargar gasoil (diesel) es im-po-si-ble» silabea para expresar su bronca.

El combustible ha aumentado 75% en un año, los alimentos 40%, los servicios básicos 55% y el transporte 60%.

Los asalariados en cambio recibieron aumentos anuales de 24% promedio.

Para desactivar una huelga general el gobierno ordenó pagar un bono de emergencia equivalente a 135 dólares. Pero excluyó a jubilados y a empleados estatales.

La gente forma filas para recibir alimentos en un comedor de beneficencia en el barrio de Villa Zavaleta, en Buenos Aires, el 24 de septiembre de 2018. AFP/Archivos / EITAN ABRAMOVICH

«Aumenta la comida, el combustible, el transporte, el agua, todos los días aumenta algo, la gente no aguanta más. Yo me achico, pero hay gente que no se puede achicar, no tiene ni para lo mínimo, está pasando hambre», se indigna Daniel.

Equilibristas

En Argentina, 27,3% de sus 44 millones de habitantes está bajo la línea de pobreza, según estadísticas oficiales.

Arriba de esa línea, hay una clase media en equilibrio para no caer.

«Dejamos de salir, de comer afuera, este año no hay vacaciones, ni colonia para los chicos. Pagamos la hipoteca, la escuela, la prepaga (medicina privada), los servicios y con lo que sobra comemos. Así es nuestra vida ahora», enumera Roxana Gil, licenciada en Administración de Empresas, con trabajo estable, 32 años y un esposo profesional. Esperan un tercer hijo para marzo.

«Espero el cambio del cambio», dice con ironía, al aludir a la alianza gobernante Cambiemos.

Más difícil

«Lo que más me preocupa es el precio de los alimentos y el alquiler del departamento que ha subido muchísimo», confiesa Antonia Vianello, recepcionista en una clínica.

Vive con su marido que también trabaja y dos hijos, uno de 17 que terminó el bachillerato y otro de dos.

«Si seguimos así el año que viene va a ser más difícil. Por el momento hemos decidido que el hermano cuidará al nene mientras trabajamos», explica.

La familia ya ha descartado la educación privada. «Imposible de pagar», remarca Antonia.

«La gente eligió a un gobierno que le puso la soga al cuello. Muchos están arrepentidos, esperemos que sirva de experiencia», dice Daniel Borg, que ve la crisis como un escarmiento. AFP

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